Seis de la mañana. Estoy sentada en el bar de la cocina, tomando café. No suelo despertar a estas horas, pero no he pegado ojo en toda la noche. Mi cerebro se negaba a desconectar. Unos pasos acelerados bajan la escalera y Dean aparece con su mochila en hombros y el rostro magullado.
—Dean—lo llamo en voz baja, pero me ignora y sale asegurándose de hacer un estruendo con la puerta.
Suspiro y toco mi frente, la situación es mala, estoy muy estresada con todo esto. Este viaje ha sido de todo menos... ¿Cómo lo llamé al principio? Oh, claro, excepcional.
—¿Qué haces despierta a esta hora?—me pregunta Georgina desde la escalera, bostezando.
—No pude dormir—murmuro y ella se sienta a mi lado en el bar.
—Yo tampoco. Dean estuvo toda la noche charlando conmigo—la miro al escucharla decir eso.
—¿Y?—alzo mis cejas, necesito saber de qué hablaron.
—Esta vez, está muy mal. Pero debes saber que no es tu culpa.
—Ya, claro—río irónicamente. Claro que es mi culpa. Yo lo invité aquí, yo lo sobrellevé, Adriano tenía razón.
—Intenté convencerlo de ello, pero está muy enojado.
—No debería estarlo, no hice nada mal Georgie. Mi único error fue traerlo aquí—me defiendo, estoy harta de quedar como la mala en esta historia.
—Eso le dije, pero ya sabes cómo es. ¿Y Adriano?
—Con él también tengo problemas—doy un sorbo a mi café y niego con la cabeza, este día no podía empezar peor.
—¿Qué pasó?
—Se marcha a Italia. Hay un gran posibilidad de que sea para siempre.
—No, ¿por qué?—luce sorprendida, yo también lo estoy.
—No lo sé, no he hablado con él del tema.
—Seguro tiene algún buen motivo—me tranquiliza, pero niego con mi cabeza y miro al frente.
—No lo sé, a veces creo que solo estaba conmigo para divertirse mientras estuviera aquí—solo pensar en esa posibilidad, hace que sienta que me clavan un puñal en el estómago.
—No lo creo, Cami. He visto como te mira, puedo asegurarte que está enamorado. Habla con él.
Mis ojos se llenan de lágrimas, pensando en las diferentes posibilidades. Georgie sonríe y me pasa la mano por el hombro para consolarme. Es inútil, desde anoche tengo un nudo en la garganta que no desaparece.
...
Empacando mis cosas para marcharme a casa, oigo un toque suave en la puerta de mi habitación. Al abrir me quedo muy quieta al ver a Adriano frente a mí. Sus rizos aún están mojados por la ducha, sus ojos azules rojos y cansados, al parecer tampoco pudo dormir anoche. Extrañamente siento alivio al pensar en eso.
—¿Podemos hablar?—me pide en voz baja y abro más la puerta, indicándole que pase.
Camino al balcón y enciendo un cigarrillo mientras suspiro, preparada para la conversación. Él saca uno y lo enciende también, con sus antebrazos apoyados en la barandilla.
—¿Cuándo te marchas?—soy la primera en hablar, necesito saber.
—La semana que viene—murmura sin mirarme.
Suelto el humo de mis pulmones con un resoplido, no me puedo creer que se marche tan pronto y no me haya contado.
—¿Desde cuándo lo sabes?—no lo miro, estoy mirando al bosque, temo romper a llorar si miro sus ojos. No quiero mostrarme débil ante él, tengo que mantener mi fuerza.
—Hace unos días, estaba buscando el momento oportuno para contarte.
—¿Y ese momento iba a llegar antes o después de acostarte conmigo?—pregunto esta vez mirándolo, conteniendo las lágrimas ante los peores pensamientos que cruzan mi mente.
Él me mira a los ojos, niega con su cabeza y se acerca a mí, agarrando mi barbilla.
—Oye... No quiero que pienses ni por un segundo que planeé lo que pasó anoche. Fue la mejor noche de mi vida, Cami. Te pido perdón por como terminó, por no haberte contado antes que me marchaba. Pero por favor, nunca dudes de mi amor por ti—murmura apasionado.
Una lágrima corre por mi mejilla al escucharlo decir esas palabras, me libero de su agarre y vuelvo a mirar el bosque.
—Quiero creerte, pero de nada sirve tu amor, te marchas y aún no me has dicho el porqué.
Vuelve a poner sus antebrazos en la baranda mientras da una última calada a su cigarro y lo tira hacia abajo.
—La empresa—se limita a decir y frunzo el ceño. ¿Esa eso lo único que dirá?
—¿Qué pasa con la empresa?—insisto para que diga más.
—Está peor desde que soy el dueño. Dirigirla a distancia no está funcionando como creí que lo haría.
—No entiendo.
—Sabes que no puedo permitir que caiga esa empresa. Es el legado de mis padres, lo único que me queda de ellos. Además, mis abuelos son socios y es la base de su sustento.
—¿Y qué pasa con nosotros? ¿No importamos?—le digo y me arrepiento de ser tan egoísta en este momento.
—Claro que importamos, pero intenta entender mi posición. El abuelo ya cree que soy un fracasado. Tú más que nadie sabes lo importante que es la familia.
—Lo sé—murmuro con un hilo de voz.
Entiendo su situación. Para él el tema de sus padres es muy sensible. Sé que siente que los está defraudando si no regresa, yo jamás le pediría que se quedara por mí, por mucho que lo desee y me destroce saber que se marcha. Suspiro en lo que parece más un sollozo y lanzo el cigarro hacia abajo. No puedo evitar que lágrimas silenciosas se escapen de mis ojos. Al verlo, él se acerca y las seca con sus dedos.
—No llores, amore mio. Verte así me está matando.
No quiero llorar frente a él, me hace sentir débil y vulnerable. Por esto no quería enamorarme de nadie, pero no pude evitar caer por él. Sentirlo mientras me abraza, sentir su olor, su corazón latir, no hace más que empeorar la situación. La garganta me duele de tanto contenerme para no sollozar. Cuando se separa y me mira, tiene sus océanos azules brillando, cargados de lágrimas que no derrama.
—Podemos intentarlo a distancia, este no tiene que ser el final para nosotros—dice pasando su mano por mi mejilla, en una caricia tan delicada que hace que cierre mis ojos, sintiéndome segura.