Siempre he sido una chica fuerte, así me considero. No soy sentimental, nunca me he dejado llevar por los deseos carnales ni he tomado malas decisiones ciega de amor. Sin embargo, ahora mismo, con Adriano sobre mí, con su olor invadiéndome y sus rizos tocando mi frente, creo que estoy a punto de cometer un error.
—¿Eso hiciste? ¿Me olvidaste?—susurra en mi oído y mi piel se eriza en todas los lugares de mi cuerpo.
Ni siquiera puedo hablar. ¡Sí, te he olvidado! Quiero gritar, pero tanto él como yo, sabemos que no es cierto. Creo que nunca podré olvidarlo y eso me llena de frustración y ganas de gritar.
—No, pero debería—me sincero y puedo ver cómo su mirada va desde mis ojos hasta mis labios.
Sube una mano y acaricia mi mejilla. Por instinto cierro los ojos, como un cachorro cuando lo acarician, he echado de menos ese gesto.
¡Mierda! ¡Ya me tiene!
—Te he echado tanto de menos—murmura sin apartar esa mirada penetrante de mis ojos.
Tras unos segundos en que solo nos observamos uno al otro, cargando el ambiente entre los dos de tensión, se lanza con furia hacia mis labios. Gruñe y yo gimo de sorpresa y satisfacción. He echado tanto de menos sus besos, su sabor. Con una mano, rodea mi cintura y me acerca más a él. Lo único que se escucha en el ambiente, es el sonido de nuestras bocas desesperadas y nuestras respiraciones desbocadas. En un momento, libera mi boca y se hunde en mi cuello par atacarlo con pasión. Justo en ese instante, reacciono y salgo de la nebulosa de placer en la que había caído.
¿Qué estás haciendo, Camille? Me regaña mi subconsciente.
Esto no cambia nada, solo hace más complicado mi intento de olvidarlo. Tengo que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para poner una mano en su pecho y apartarlo con debilidad. Me mira con el ceño fruncido, no entiende.
—Para—susurro mirando sus ojos.
—¿Qué quieres decir?—pregunta con su brazo aún alrededor de mi cintura.
—Para de darme esperanzas otra vez—le suplico sin poder evitar que mis ojos se llenen de lágrimas.
—Lo siento, yo...—murmura sin saber qué decir y acaricia mi mejilla.
—Esto no cambia nada, Adriano, solo me hace daño. Por favor, deja de hacerme daño—mi voz se quiebra y él solo me observa.
Aparto su cuerpo del mío y camino despacio hacia la recepción. Tengo que irme de aquí, tengo que dejar de verlo para siempre.
—¡Camille!—llama a mis espaldas pero no me volteo ni dejo de caminar, solo lo ignoro. Escucho entonces como golpea la pared de la ambulancia y gruñe de frustración.
—Adiós, Adriano—susurro sin que pueda escucharme y me marcho por completo. Dejándolo detrás.
...
No he sabido de él desde esa noche, esa noche en la que nos besamos. Siento que al menos tuve un último beso con él, uno que podré recordar.
Su abuela falleció dos días después y el entierro fue aquí en Lyon. Asistí al mismo porque mi conciencia me impedía faltar. Para mi sorpresa y alivio, Adriano no asistió. Juliette dijo que estaba mal y que suele enfrentar el duelo así, en soledad.
La muerte de la señora Herriot me hizo comprender que El mundo sigue girando después de una tragedia, esa será mi nueva filosofía.
—Camille, por el amor de Dios, me vas a hacer perder el vuelo—me reclama Dean desde el asiento de copiloto del auto de Adriano.
—Sí, con semejante auto y lo desperdicias conduciendo como mi abuela—comenta Georgina desde el asiento trasero y pongo mis ojos en blanco.
Son muy exagerados. Es cierto, conduzco un poco lento y con precaución. Pero siempre he pensado que las leyes de conducción y los límites de velocidad se crearon por algo. No soy fan de romper las reglas y más vale prevenir que lamentar.
—¿Sabes, Georgina? Si tanto te molesta mi manera de conducir. ¿Por qué no vinimos en tu auto?
—No seas egoísta. Gracias a cierto italiano, alias Don Perfecto, tienes el mejor auto del grupo, así que...—dice echándose hacia adelante, metiendo su cabeza entre los dos asientos delanteros.
—Ese de perfecto no tiene nada—comenta Dean mirando por la ventana.
—Pronto eso de que tengo el mejor auto, cambiará. ¡Siéntate bien!—le empujo la cabeza a Georgina con una mano para que se incorpore en su asiento.
—No puedo creer que lo vayas a vender—comenta y veo por el retrovisor que niega con su cabeza.
—No puedo vivir sabiendo que tengo un auto que vale más que mi apartamento.
—Yo sí podría—comenta Dean y estoy segura que muchas personas en el mundo comparten el pensamiento.
—Está decidido. Lo venderé, compraré uno más económico y el dinero restante será para mis padres—recito el plan que he machacado en mi cabeza a una y otra vez.
—¡Oh, tan noble! Quisiera ser como tú—se ríe Georgina. Claro, ella es todo lo contrario a noble.
—Eres genial—murmura Dean y siento su mirada clavada en mi sien mientras conduzco.
—Oye, Dean. Límpiate, has babeado un poco—lo molesta y veo por el retrovisor que se toca la comisura de la boca. Dean pone los ojos en blanco y cambia la vista hacia la carretera.
—Camille, recuérdame porqué la trajimos—me río ante su comentario, la verdad a veces Georgina puede ser muy irritante.
Ella vuelve a inclinarse hacia adelante y golpea la visera de la gorra que trae Dean con fuerza, tapando sus ojos.
—Idiota, no te hagas el tipo duro. Sabes que me echarás de menos—dice y le propino otro empujón en la frente.
—Georgina, ¡Siéntate bien, joder! Por dios, eres como una niña—la regaño... otra vez y ella se queja, pero obedece.
El resto del camino al aeropuerto transcurre de igual manera. Georgina y Dean discutiendo por todo, mientras yo me río de sus peleas e intento mantener a Georgina en su asiento. Por primera vez desde la noche en el hospital, mi vida vuelve a ser... normal.
Luego de esperar mucho tiempo en la recepción debido a un retraso en el vuelo, el momento de marcharse llega y Georgina comienza a llorar.