Mi festividad favorita del año, noche vieja. Adoro como nos despedimos de un año lleno de cosas nuevas, de experiencias buenas y malas, dándole la bienvenida a otro. La verdad, quiero que esté año acabe y ojalá pudiera eliminarlo de mi memoria.
Salgo a mi balcón cuando despierto, estoy de buen humor. Está nevando un poco, todo es blanco y perfecto. Papá estará en la cafetería hasta el atardecer y luego se unirá para la pequeña fiesta. Solo estamos en casa yo y mamá cocinando algunos dulces y otros aperitivos.
—¿Cómo estás?—le pregunto al ver que está cansada, odio verla así.
—Yo estoy bien, ¿Cómo estás tú?—me pregunta y frunzo el ceño mientras revuelvo la masa de buñuelos.
—¿Qué quieres decir?
—Encontré hace poco en la basura, un ramo de flores con una nota, de Adriano.
—Oh, eso. Ya está zanjado—digo sin mirarla.
—Cami, soy tu madre, no tienes que mentirme.
—Estoy bien, mamá—le digo para tranquilizarla.
—¿Estás segura?
—Por lo menos estaré bien—susurro.
—Sé que has dejado de lado la pintura para no tener que marcharte.
—Mamá, eso no es tu culpa.
—No quieres estudiar contabilidad. Querías ir a tu academia, a Italia, quizás a reencontrarte con él—dejo de revolver la masa para mirarla.
—No quería reencontrarme con nadie. Desde que supe de tu enfermedad, no tengo cabeza para pensar en nada más. Tú eres mi prioridad, mi familia es mi prioridad. No eres una carga, no es un obligación. Es lo que me hace feliz, por eso decidí quedarme.
Ante mis palabras ella sonríe y pasa la mano por mi mejilla.
—Te has convertido en una mujer muy madura y responsable. Estoy muy orgullosa de ti—me abraza y yo suspiro, sintiéndome segura en sus brazos. No sé que será de mí cuando ya no esté aquí.
—Lo extrañ.—digo en un susurro, pero mis ojos no liberan ni una lágrima. Eso pasa con el dolor, pasado el tiempo, quedan lágrimas por derramar, se han agotado y solo queda esa horrible sensación en el pecho.
—Lo sé, cariño—dice acariciando mi espalda y me separo del abrazo.
—No sé que me pasa. No puedo superarlo, no puedo seguir adelante. Veo su rostro cada vez que cierro los ojos.
—Tienes que esperar que el tiempo pase.
—Ya ha pasado tiempo—en realidad, han pasado meses desde el encuentro en el hospital.
—Pues que pase más—se encoge de hombros y yo suspiro.
—Terminemos con esto, anda. Antes de que se nos haga tarde—digo para cambiar el tema que estaba arruinando mi buen humor del día.
...
Casi pierdo todo el aire en mis pulmones inflando globos en mi habitación. Georgina vino muy temprano con millones de bolsas llenas de elementos decorativos, vasos con luces, globos, guirnaldas, confeti. Parece que hará un cumpleaños.
—Entonces podríamos conectar tu router a la televisión para tener en vivo la cuenta regresiva antes de las doce—me termina de contar mientras infla un globo con una bomba.
—Me parece perfecto, pero tengo una duda. ¿Por qué todo este tiempo has usado la bomba y yo he tenido que inflarlos a puro pulmón?
—Lo siento, tú eres quien hace ejercicio con frecuencia. Yo no podría—se excusa, yo pongo el último globo lleno en la cesta.
—Bueno, esto está listo.
—¿Qué quieres decir con listo? Ahora es que comienza la parte difícil, hay que colgarlos.
—Ay, Georgina—me quejo.
—¿Qué creías? ¿Que organizar una fiesta era sencillo? Pues no, querida.
En ese preciso instante, entra en mi ordenador una videollamada de Dean.
—¡Hola, extraño!—lo saludo y Georgie ni siquiera lo mira.
—Hola, Cami. ¿Puedes decirle a la reina del drama que deje ser tan exagerada?—no entiendo nada aquí que miro a Georgina, ella se voltea al ordenador con una sonrisa irónica.
—No soy exagerada. Tú eres un falso, llevas tres días sin llamarme o contestarme.
—Georgie, estoy muy ocupado con mi carrera, he tenido mucho que estudiar—se excusa.
—¿Estudiar? ¿No se supone que es una academia de cocina?—dice ella.
—¿Y? Los cocineros también estudian—le recuerdo.
—¿Sí? Creía que solo... cocinaban. ¿Qué tipo de materias estudia un cocinero? ¿Cómo agarrar una cuchara?—se ríe de su propia broma y a mí también me causa gracia.
—¿Me recuerdas por qué la quiero?—se dirige a mí y yo niego con la cabeza.
—No puedo, en ocasiones yo también lo olvido.
—¡Que bonito! Los dos en mi contra como en los viejos tiempos—responde sarcástica y nos saca el dedo del medio a ambos.
—Mi querida Georgie, estudiamos los alimentos, sus propiedades, los condimentos, las temperaturas que usar, las cantidades que añadir. ¿Entiendes?—le explica calmado, como si hablara con una niña.
—Claro que entiendo, tampoco soy tan tonta.
—En fin, llamaba para desearles un feliz año nuevo. Digo... ¿Allá es treinta y uno, no?
—Sí, estamos de preparativos—le muestro los globos.
—Aún no me acostumbro a la diferencia horaria, ha sido difícil.
—No parece, incluso tienes acento americano—lo molesta Georgina.
—Me marcho antes de estrangularla por vídeo. Las amo—lanza besos y se despide.
—Nosotros también—le digo y cuelgo.
—Como echo de menos a ese cabrón—dice Georgie una vez cuelgo.
—Ahora mismo estaría cocinando la cena de esta noche.
—Sí, y no tuviéramos que comer la tuya.
—¡Oye! Mamá me guío todo el tiempo—le lanzo una almohada ofendida y ella me devuelve el golpe, adentrándonos en una pelea de almohadas.
...
En mi sala de estar las personas cantan y bailan con alegría al ritmo de la música y las luces parpadeantes. Siempre me ha gustado ver la casa así, repleta de personas y con mucho ruido.
Estoy sentada en el balcón, el invierno y el gélido aire nunca me han molestado, me encantan. Tomo una cerveza y miro el cielo estrellado. Siento que alguien se sienta a mi lado, es Enzo.