Hermosa, amable, inocente. Con esas tres palabras cualquiera podría describir a la hermosa chica.
Un día la chica decidió que sería bueno caminar por la tierra, conocer a los mortales, algo dentro de ella la empujaba a salir al mundo.
Ese día habló con su tío Hades, su tía Selene y su tío Hermes. Todas las divinidades le habían enseñado a llamarlos tíos a todos ellos. Ella tenía una amiga, es una medio mortal, que se le otorgó el don de la magia, fue elegida como aprendiz de la Diosa Luna, es decir su tía Selene.
Dysis, nunca había visto a un mortal de cerca ya que a Desdémona no se podría considerar un mortal o al menos no en su totalidad.
– Tío, ¿puedo pedirte algo? – pregunto la castaña, al Señor de los Muertos.
– Claro, mi niña, dime lo que tu corazón anhela – respondió enternecido por la ternura que emanaba aquella niña que tanto adoraba, la niña de sus ojos.
– Quiero ir a la tierra y conocer a los mortales. Este deseo descolocó a Hades puesto que no estaba en él decidir, si podría salir del Olimpo. Eso solo lo permitiría Zeus, quien cuidaba a Dysis más que a sus propias hijas.
– Mi niña, eso yo no lo puedo decidir, debes decirle a Zeus solo él sabrá responder a ese deseo.
La castaña algo frustrada fue en busca de su tío Hermes él era quien constantemente iba y venía.
– Tío Hermes, ¿Puedo pedirte algo? – nuevamente pregunto. El Olímpico centró toda su atención en su pequeña –o tal vez no tan pequeña– niña de sus ojos.
– Dime lo que deseas pequeña – Respondió este.
– Quiero ir a la tierra con los mortales. -- Respondió decidida; de una forma u otra iría con los mortales. Hermes se quedó helado ante el deseo de la Princesa. Él sabía que ese día llegaría y muy sutilmente se negó, dando la excusa de no tener el poder para decidir aquello.
La pequeña ya algo desanimada se encaminó a buscar a su tía Selene, quizás este sí la dejaría ir con los mortales. Al llegar y exponer su idea con la Diosa Luna esta dijo que se encargaría de algunas cosas y respondería luego a su pedido. Desdémona sabía por qué nadie le autorizaba salir del Olimpo.
Desdémona era una joven pelirroja que salvó a un cambiaformas lobo, mal herido y conmovió a la Diosa Luna siendo esta protectora de ellos.
Una vez protegidos le otorgó el oficio de protegerlos y ver por ellos a Selene y como agradecimiento los lobos le cantaban por las noches de luna llena.
Selene la llevó al Olimpo y la convirtió en su aprendiz, pero ella quería más, entonces conoció a la adorada niña de los dioses.
Sentía una gran envidia hacia la castaña, pues esta era la adoración de los Dioses. Ellos se desvían por complacerla y cuidarla como si fuese de cristal. Mona –como la llamaba Dysis– solo veía una chica con suerte, que no haría ella por tener todo ese poder.
Se hizo su amiga con el fin de convencerla de dejar el Olimpo, así ella se ganaría el amor de las divinidades.
¡Por Todos los Dioses!
Cerbero moría porque ella jugara con él. Las ninfas le hacían los vestidos más hermosos.
Sus alas eran perfectas.
Atenea le instruía clases, Hades le enseñaba a usar sus poderes. Zeus a cuidar de aquellos que merecieron la pena y castigar a quienes faltaron.
¡Tenía un Pegaso!
¡Poderes!
Y ni hablar de su belleza, Afrodita la bendijo con belleza, gracia y prometió darle la inmortalidad al amor de su vida.
¿Qué más podría querer Dysis?
La joven aprendiz veía en Dysis una niña, una humana común como cualquier otra, pero sobre todo veía una rival, un obstáculo para tenerlo todo.
Mona necesitaba quitar a la castaña de su camino a la grandeza. Lo que ella no tenía en cuenta era lo diferentes que eran.
Dysis era dulce.
Mona amargada.
Dysis desprendía inocencia.
Mona tenía una mente retorcida.
Dysis parecía una muñeca, tan pequeña, tierna y amorosa.
Mona era hermosa eso no se podía negar, pero de una belleza común no como Dysis.
El plan de Mona era sencillo. Conseguir que estuviera en la tierra. Borra sus recuerdos. Y mandarla muy lejos.
Una vez logrado su objetivo acercarse de a poco a los Olímpicos, luego, las divinidades y por último las criaturas.
Mona iba caminando y miró hacia arriba.
¡Dysis estaba volando!
No sé pudo contener y trato de liberar tensión, estiró sus manos causando que sus huesos sonaran satisfactoriamente; sin querer un pequeño círculo de luz salió de sus manos. Sin darse cuenta lastimó a una ninfa, está gimió del dolor, sangre salía cual río de su brazo izquierdo.
En un abrir y cerrar de ojos la castaña estaba curando a la ninfa, cortesía de Apolo podía extender su poder y curar a otros. Está agradecida hizo una reverencia ante ella y luego dejó una corona de flores en su cabeza haciéndola –si era posible– más encantadora.