Al mismo tiempo que acontecían los hechos narrados en el hogar de Camila, en un pequeño departamento en otro sector de la ciudad se desarrollaba la siguiente escena:
- ¡Ya llegué! –dijo una voz masculina.
- ¡Bienvenido a casa, hermano! –exclamó una aguda voz femenina.
La dueña de esta, una chica de cabello castaño corto, abrazó efusivamente al recién llegado, quien era nada más y nada menos que el mismo muchacho de mirada fría que tuvo el encontrón con Camila e Isidora aquella tarde.
- ¿Cuántas veces te he dicho que no me gusta que te aferres a mí de esa manera? –preguntó él molesto.
- No tienes por qué enojarte, Octavio. ¿Qué tiene de malo demostrar que quiero a mi hermano?
Octavio resopló. Nunca lo admitiría abiertamente, pero él también amaba a la inquieta de su hermana menor.
Como Camila, el muchacho era un estudiante universitario, solo que de medicina y de segundo año. Únicamente él y su hermana adolescente Viviana vivían en aquel departamento como arrendatarios, habiendo dejado atrás su natal Ancud.
- Por cierto, invité a Javiera para que viniera el sábado.
Octavio reaccionó algo molesto.
- Vivi, ¿cuántas veces te he dicho que tienes que hablar conmigo antes invitar a alguien a la casa?
- Muchas.
- ¿Entonces por qué nunca me haces caso?
- Vamos, hermano, es mi novia, ya la conoces.
- Eso no significa que puedes desobedecerme. Además, sabes que no me agrada del todo que tengas pareja considerando la situación en la que nos encontramos.
- ¿No será que en verdad estás celoso? –preguntó Viviana con tono pícaro–. Tal vez sea eso: el hecho de que tenga una novia antes que tú.
- Por supuesto que no; es más, que esté soltero lo hace todo más fácil –respondió Octavio secamente.
- Pero de todas formas entraste a estudiar una carrera en la universidad.
- Es diferente. Si las cosas se complican, yo puedo dejar todo e irme…, pero tú… ¿Tú estarías dispuesta a abandonar a tu novia?
Viviana se veía inquieta. No pudo responder.
- Eso imaginé. En otras circunstancias, no hubiese tenido problemas con la relación de ustedes dos… Creo que terminé cediendo en parte porque no quería verte triste. No sé si fue lo correcto.
Aquello era verdad. En su momento, la adolescente le contó a su hermano lo enamorada que estaba de una compañera de curso. Octavio veía el brillo en los ojos de la menor y, a pesar de no gustarle mucho la idea, terminó permitiendo la relación entre ambas chicas. Eso sí, hubo un detalle surgido de su decisión que incomodó mucho al joven, cortesía de su hermana:
- Además, no debiste haberle contado sobre nuestra naturaleza.
- Quería ser honesta con ella… Que me amara sin importar nada.
- … Tienes suerte de que te haya aceptado –dijo Octavio con seriedad–. Pasando a otro tema, ¿cómo han ido tus clases en el colegio?
Viviana rodó los ojos y sonrió de manera culpable.
- Pues… bien.
- ¿En serio?
- Sí.
- ¿Quieres que traiga tu libreta de notas?
- ¡No, no, no, no, no, no! ¡No lo hagas, hermano!
- No me digas que estás sacando malas notas otra vez.
- … Más bien "cuatros" –dijo con un tono de querer sacarse la culpa.
- Vivi, quiero que te pongas a estudiar como se debe.
- Pero, Octavio…
- Nada de “pero, Octavio”. Sabes que yo no pude ir al colegio en mi época y que tuve que aprender cosas por mi cuenta para poder rendir el examen para la universidad.
- Tú eres un genio, hermano. Yo no –trató de excusarse la chica–. Además, si es por no ir al colegio, te recuerdo que yo tampoco fui hasta que tú me inscribiste.
- Quería que de alguna manera tuvieras las oportunidades que yo no tuve –dijo él con aire melancólico.
Con su inscripción, la educación no era lo único que Viviana debía agradecerle a Octavio. Fue en la escuela donde conoció a Javiera, la chica que le robó el corazón y que se convirtió en su pareja posteriormente. En cuanto a sus compañeros, salvo por un par de homofóbicos a los que no valía la pena hacer caso, aceptaban con normalidad la relación entre ambas.