Amago

Un café caliente y unos ojos fríos

Día viernes. Había transcurrido una larga semana de estudios en la universidad. Era momento de relajarse un poco…, por lo menos para algunos alumnos.

Al terminar las clases en su escuela, Viviana se dispuso a ir a casa. Junto a ella estaba Javiera, su compañera de curso y novia, una chica de cabello largo y negro que contrastaba con el de la maga, corto y castaño. Iban de la mano, sin importarles el qué dirán de los transeúntes ni las miradas reprobatorias de algunos de ellos.

- Me muero por pasar el sábado contigo –decía Javiera acariciando el brazo de Viviana con su mano libre, poniéndose cariñosa.

- Yo también lo espero con ansias –respondió con un tono dulce mientras miraba a su novia con ojos brillantes.

- ¿Tu hermano no te puso problemas?

- Pues no… Bueno, no muchos. Ya sabes cómo es.

- Todavía me sorprende el hecho de que vivan los dos solos. O sea, entiendo su… particularidad, o al menos trato de hacerlo; pero no el hecho de que no vivan con sus padres, en especial tú, que eres menor de edad.

Viviana calló por unos segundos.

- Hay cosas complicadas de por medio. Ni siquiera yo estoy enterada de todos los detalles, y a mi hermano no le gusta hablar de eso.

- Se nota que él es una persona especial, y no lo digo por… ya sabes.

- Tiene su carácter, pero es un buen chico.

La conversación de las chicas se vio interrumpida por el sonido de un celular.

- Hablando del rey de Roma –dijo Viviana–. ¿Aló?

- ¿Aló? ¿Vivi?

- Sí, soy yo. ¿Ya saliste de la universidad?

- Por eso mismo estoy llamando. Voy a quedarme un rato más; hay un trabajo que tengo que hacer, así que llegaré tarde a casa. Pasa por el supermercado y compra algo para comer mientras no estoy.

- Bien… ¿Cómo a qué hora vas a volver más o menos?

- No lo sé, pero creo que entrada la noche. No te metas en problemas mientras no estoy, ¿entendido?

- Sí.

- Espero que ese “sí” de verdad sea un “sí”.

- ¡Sí!

- ¿Por qué tengo el presentimiento de que vas a ignorar lo que te estoy diciendo?

- Sí, sí, sí, yo también te quiero, adiós.

Viviana cortó la llamada.

- ¿Qué quería?

- Nada muy importante. Dijo que tenía que hacer un trabajo de la universidad y que llegaría tarde a la casa.

- Ahora que lo pienso, ¿por qué ustedes usan celulares siendo que tienen…, ya sabes? Digo, ¿no hay formas de comunicarse más efectivas para gente como ustedes?

- Las hay, pero yo no las domino. Además, Octavio quiere que pasemos lo más desapercibidos posible.

- Ya veo.

- Como sea, estaré sola durante algunas horas. ¿Qué tal si me acompañas mientras mi hermano no está?

- Lo siento, amor, pero tengo algunos asuntos que atender en mi casa.

Viviana puso una cara triste similar a la de un cachorro.

- Tranquila, tranquila, mañana estaremos juntas todo el día, ¿recuerdas?

Tras aquellas palabras, Javiera besó rápidamente la mejilla de su pareja, haciéndola enrojecer por la vergüenza.

- ¡Javi!

- Eres muy linda, Vivi –dijo la morena agachando la mirada tímidamente mientras sus mejillas se teñían de rojizo.

- … ¡Claro que no! ¡La linda eres tú, Javi!

La atmósfera que rodeaba a la pareja era una sumamente romántica y melosa tirando a lo cursi. Todos los que pasaban cerca de ellas se daban cuenta de la naturaleza de la relación y preferían ignorar los hechos. Hubo, eso sí, un viejo que se interpuso en el camino y comenzó a increparlas diciendo que lo suyo era antinatural. Viviana, tratando de mantener la compostura, lo encaró.

- ¿Y usted quién es para decir qué hago o qué no? Yo no lo conozco, así que no tiene ningún derecho a meter sus narices en mi relación.

La discusión no pasó a mayores, pero dejó un mal sabor de boca en Viviana.

- Viejo metiche. Como si le importara.

- Amor, cálmate. Ya pasó, ya se fue.



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Editado: 26.04.2018

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