Antes de llegar a la casa de sus padres, Amanda me detuvo. Estaba bastante nerviosa y sabía no cómo actuar ante ellos, después de todo había pasado un año donde ninguno había tenido noticias del otro.
– Mira Ray, sé que no somos nada, pero ¿te puedo presentar como mi novio? – yo pensé que ella me consideraba su novio.
– Claro adelante – acepté, tenía ganas de decirle que éramos novios pero no quise importunar.
Avanzamos hasta una modesta vecindad, el sitio de la ciudad era un barrio lleno de delincuentes, me preocuparía si tuviera que salir de noche en este lugar. Amanda analizó todas las viviendas, y subimos por una escalerita hasta la puerta en la que se observaba el número cuatro. Nos paramos enfrente del domicilio y después de pensar un rato Amanda tocó la puerta, no paso mucho tiempo cuando una señora de mediana estatura de unos cuarenta años abrió la puerta, me miró un poco desconfiada y luego se acercó a su hija fundiéndose con un fuerte abrazo, acto seguido me saludo con la mano y nos invitó a pasar.
Al entrar en la vivienda pude observar que era una casa muy humilde y reservada en pertenencias, solo contaban con lo básico un estufa, una mesa con cuatro sillas, una cama, un guardarropa y la casa solo tenía dos divisiones, el cuarto y la cocina, en esta ultima el lugar por donde ingresamos. Busqué alguna puerta extra para el baño pero no encontré nada.
– Hay mija, hace mucho que no recibía noticia tuya. ¿Cómo has esta Kely? – me sorprendió escuchar eso, acaso tenía un segundo nombre.
– Muy bien mamá – agregó Amanda – me han sucedido muchas cosas, pero nada importante, todo que no pudiera manejar. Sigo en la escuela, un trabajo. Se me olvidaba presentarte al chico que me acompaña, su nombre es Raymond, él es…
– ¿Tu novio? – dijo adelantándose la señora.
– No, no es mi novio mamá, el solo un amigo – ya no entendía nada, primero con que quería preséntame como su novia, ahora que solo un amigo, ¿quién la entiende? – Ray te presento a mi madre, su nombre es Amelia, mamá él es Raymond quien me convenció de venir a verte.
La salude muy cordialmente, en la cara de la señora se le dibujo un sonrisa en el rostro y me dio las gracias, intenté mantearme al margen de la situación y solo asentí con la cabeza.
– ¿Y mi papá? – no entendía porque Amanda preguntaba por ese individuo.
– Debe de andar con unos amigos, pero ahorita regresa – contesto su madre, para mis adentros me repetí “por mí que no llegue nunca”, las cosas entre él y yo no acabarían nada bien.
Amanda siguió platicando con su madre y yo distraído en mi teléfono, de vez en cuando su mamá me contaba cosas de ella, la escuchaba atento e interesado en la plática mientras revelaba algunos anécdotas de hija a la que le daba pena ciertas revelaciones, en ocasiones la interrumpía y en otras solo dejaba que terminara sin decir nada. Nuestra visita marcha perfecta hasta que…
– Amelia, ¿ya está la comida? – se escuchó un grito proveniente del patio. El sonido de las botas se acercaron por las escaleras y la señora salió a su encuentro.
– Adivina viejo, ¿Quién está aquí? – le dijo con gran entusiasmo.
– ¿Cómo voy a saber, si no…? – se quedó sin palabras al ver a su hija.
Entro a la casa y quedó parado un buen rato pensando, era un señor también de unos cuarenta años, chaparrito y regordete, parecía que venía borracho. Luego se abalanzó sobre Amanda y le dio un abrazo. Yo estudiaba cada movimiento que estaba haciendo, al parecer no me había visto, y era mejor así. Después de soltar a su hija echó un vistazo al cuarto y sus ojos se toparon conmigo.
– ¿Quién es este? – preguntó a su mujer de manera hostil, el ambiente se volvió muy pesado.
– Nadie – le contesté adelantándome a cualquier respuesta.
Me levante de donde estaba sentado y caminé hacia donde se encontraba mirándolo a los ojos. Cuando estaba a punto de estar frente a frente lo esquivé y me dirigí a la puerta, justo antes de salir volteé y le dije a Amanda que la esperaba en la calle afuera de la vecindad y me despedí de Amelia.
Llegué a la calle y me senté observando aquel lugar, pasaron sujetos con facha de delincuentes, vestían ropa holgada y uno llevaba un gorro y lentes oscuros, típica pinta de cholo. Me miraron y me hicieron una seña si quería un porro, solo les sonreí y negué con la cabeza.
Pasó una media hora cuando salió Amanda, imaginaba que estaba molesta al reaccionar de esa manera a la pregunta de su padre.
– Gracias por esperarme – se acercó y se envolvió en mí – no debiste responderle de esa manera a mi papá. Él solo quería saber quién eras.
– No lo pude evitar, después de todo lo que me contaste mi ira se desbordaba y tuve que hacer un gran esfuerzo para resistirme. Lo siento.
– No te preocupes, mi mamá y yo ya le explicamos, lo tomó de buena manera así que puedes venir cuando quieras – dijo sonriente, después me miro provocativamente, y con unos de sus dedos jugueteando en mi pecho agregó - ¿Qué te parece si esta noche dormimos juntos?
Por supuesto que acepté, de inmediato paramos un taxi y nos fuimos a mi apartamento.