Amanda

CAPITULO 3 AURORA

La historia de Aurora era la de tantas chicas pobres que soñaban con un futuro mejor, muchachas desafortunadas que llegaban a la ciudad con una maleta llena de sueños y que se enfrentaron con la cruda realidad, jóvenes con ilusiones más grandes que sus propios corazones.

Aurora vivía en un pequeño pueblo rural junto a su madre, una de las antiguas ama de llave del palacio. Desafortunadamente para la pobre jovencita, había fallecido de neumonía dejándola sola en el mundo, de modo que la chica se dirigió hasta la residencia, junto a una carta de recomendación escrita de puño y letra por su madre moribunda. Aquel fue el momento más duro de su vida porque, por primera vez, tenía que enfrentar el futuro sola, y fue el instante de mayor coraje que jamás experimento, debido a que hacía falta una gran valentía para abandonar su hogar y trasladarse hacia un lugar desconocido, donde conviviría con extraños en un intento más por seguir su camino.

Fue recibida de inmediato y el mismísimo Emperador Augusto la atendió en su propio despacho. Era un hombre de pocas palabras, alto, de espaldas anchas y ojos tan azules como los de su hijo. No solía inmiscuirse en asuntos domésticos pero la recomendación que traía Aurora en ese sobre, tenía un significado muy especial para el gobernante, recuerdos de unos años en los que supo ser muy feliz. Su casamiento con Catalina Uribe de Royson había sido acordado desde su nacimiento, motivo por el cual ambos regentes convivían en armonía pero sin sentimientos profundos que los unieran, solo la costumbre, las obligaciones, los años y la rutina eran pretextos para su permanencia juntos. Augusto recordó en la mirada de Aurora aquellos momentos de intimidad con su madre y no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas, aunque supo disimularlo con gran pericia. Aquella muchacha extrañamente le tocaba el corazón como ninguna otra criatura lo había logrado, aun su propio hijo, por eso se aseguro de que tuviera un futuro seguro y sin necesidades. Sin embargo Aurora nunca quiso abrir el documento que recibiera tras la muerte del Emperador, temiendo sentirse decepcionada. Además, la vida dentro del palacio transcurría sin mayores sobresaltos, lenta y serena.

Aurora se acerco a la ventana de la cocina y desde allí observo al Consejero Ryon bajar de su caballo. Jamás podría confesar la profundidad de sus sentimientos por él, porque una muchacha de su nivel no debería soñar con un noble, aquello era sencillamente inconcebible. A pesar de ello, solía mirarlo a escondidas, se apuraba para servirle el té o para recibir su capa, aprovechando con disimulo para deleitarse con su perfume y atesorarlo en su mente. El pobre hombre no tenía la menor idea de lo que la mucama sentía, y le sonreía como quien saluda a una vieja amiga.

Ryon era un caballero, un militar que había incursionado en numerosas batallas, un individuo valiente y muy querido por sus soldados, hombres que darían gustosamente la vida por él. Su familia estaba orgullosa de sus hazañas pero el, escondía en lo más profundo de su ser, el deseo de ser una persona del común, un artesano, un herrero, un comerciante, alguien que no tuviera sobre sus hombros el peso de un apellido o la nobleza de su estirpe. Hubiera sido más que feliz llevando una vida sencilla, lejos de la Corte y de sus privilegios, porque en el fondo de su alma sabia que nunca encajaría allí ni sen ningún otro sitio. Una vida de farsas y mentiras no resultaba ser una vida, y la suya ciertamente tampoco lo era. La felicidad le estaba prohibida por lo que debía actuar como todo un caballero. ¿Que mas podía esperarse de alguien que había sido educado como él? ¿Que otra cosa podía suceder más que casarse como su amigo el Emperador, tener hijos y aparentar ser feliz? Odiaba la guerra, si de él dependiera jamás se hubiera enlistado, no hubiera participado en contienda alguna pero tenía ciertas obligaciones que cumplir y por sobre todas las cosas, nunca podría sumir a su familia en la vergüenza o el oprobio. De modo que allí estaba, sin otra oportunidad más que continuar con lo que estaba haciendo. Amaba a su gente y daría su vida por cualquiera de ellos, aunque no sabía a ciencia cierto si en otras circunstancias y sabiendo la verdad lo seguirían a la batalla. Resultaba inútil cualquier tipo de cavilación, todo estaba en su lugar, tenía un rol que desempeñar y lo haría a cualquier costo.

Recordó con furia a Maximiliano, aquel hombre era insufrible, un espanto de persona. Lo odiaba con todo su ser y no podía soportar estar dos segundos a su lado. Todo de él le resultaba irritante: su postura, su arrogancia, su mirada, la lentitud con la que hablaba… la legión de mujeres que lo admiraban. Era el prototipo del noble de la Corte, bien educado, impoluto en su andar y presencia, generoso y extremadamente gentil, diestro en el manejo de la espada, un hombre estudiado y refinado.

Maximiliano y Ryon solían encontrarse casualmente en ceremonias de la Corte y el casamiento del Emperador era una de ellas. Coincidieron en la misma fila de asientos ubicados uno al lado del otro, se saludaron con educación, aunque el apretón de manos era fuerte y desafiante y, sorprendidos por la señora Puchet, no dudaron en separarse de inmediato ocupando sus butacas en medio de exasperaciones y disgusto. Ryon era un hombre de pocas palabras, muy paciente y compasivo, pero las actitudes desafiantes de Maximiliano le causaban un malestar más que evidente. Por respeto a la figura de su amigo, el Emperador, permaneció el resto de la ceremonia en silencio aunque ambos percibían una atmosfera enrarecida. Federico solía auspiciar de mediador entre ambos con el fin de evitar enfrentamientos innecesarios, aunque no dudaban en unirse en pos del bien de su amigo, desechando cualquier tipo de rivalidad. Por tal motivo no podían estar ausentes el día de su boda, a pesar de lo imprevisto de la invitación y de la incomodidad de los futuros conyugues. La noticia de la boda los encontró desprevenidos, sorprendidos porque el Emperador no les había anticipado nada respecto a la futura Emperatriz ni a las condiciones de la unión. Intuyeron que Catalina, madre de Federico, había urdido uno de sus planes para arrinconar a su hijo obligándolo a cumplir con sus obligaciones gubernamentales, una de las cuales era contraer matrimonio y engendrar un heredero de noble estirpe. La muchacha era una desconocida en el Reino, lo que levantaba una serie de comentarios maliciosos, pero ambos sabían que poco le importaba al gobernante las habladurías y los chismes. Era un hombre demasiado fuerte como para sentirse intimidado o influenciado por alguien que no fuera el mismo. Había aprendido a defenderse de las maquinaciones de los poderosos enemigos a su gobierno, a perseguir a aquellos que lo espiaban intentando obtener información del Estado o de su vida privada, por lo que aquella situación era fácil de manejar.




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