Rogelio el Tuerto se aposto frente a sus hombres mientras observaba con ferocidad a su oponente. Los hombres de Undria parecían vikingos ataviados con pieles, armas rusticas y caras pintadas, un grupo de aves rodeando su presa. Por su parte los guerreros de Faryas eran simplemente un grupo organizado de uniformados ansiosos por combatir al enemigo en pos de defender su territorio y su población. Jamás permitirían que esos salvajes invasores asolaran a sus habitantes, porque de hacerlo no tendrían piedad.
Los undrianos lanzaron una lluvia de flechas que fue respondida con una formación tortuga de tal manera que los escudos faryanos protegían a los soldados de cientos de ellas que caían sobre sus cabezas. Los contendientes marcharon valientemente marcando el paso con los golpes de sus lanzas. Federico ordeno el ataque y Maximiliano y sus hombres emprendieron la embestida. Fue un enfrentamiento brutal ya que ninguno de los dos bandos deseaba mostrar misericordia alguna. Guerreros undrianos y faryanos hundían sus armas en los cuerpos de sus enemigos, empuñando dagas, espadas y hachas de hierro. Federico peleo a la par de sus hombres y Maximiliano blandía su sable a la voz de:
_¡¡¡¡Protejan al Emperador, por Faryas!!!!
Los soldados gritaban enfurecidos repeliendo a diestra y siniestra los embates enemigos. Decenas de guerreros valientes combatieron con honor y gallardía los constantes ataques de sus adversarios cuyo único objetivo era derrotar y humillar al Emperador. Al cabo de unas horas, la situación estaba aparentemente controlada y ahí fue cuando Rogelio el Tuerto vocifero:
_¡¡Ahoraaaa!!
De inmediato dos enormes lobos emergieron entre la maleza atacando a los faryanos, arrojándolos al suelo malheridos, mordidos mortalmente por sus grandes fauces. Rápidamente fueron tras su presa, el Emperador, quien al verlos gruño como un animal salvaje. Rodeado por las dos fieras, Federico se transformo en una bestia, con ojos desorbitados sedientos de sangre: el Monstruo complacido podría dar rienda suelta a su verdadera naturaleza ante la mirada incrédula de todos los presentes.
Mientras tanto Ryon y Amanda aguardaban la orden de ataque. El escenario resultaba exasperante para ambos. Ryon estaba desesperado, temiendo que Maximiliano fuera herido de gravedad, y la Emperatriz no soportaba la idea de que su esposo fuese desmembrado por esas criaturas. La situación resultaba insostenible: los dos perros indómitos lo tenían cercado a la vez que Federico ordenaba a todos que se mantuvieran atrás. Aquello era obviamente una afrenta personal. Uno de los lobos lo mordió en el hombro obligándolo a caer al suelo a la vez que su espada se perdía entre la pastura. El otro animal gruño, disfrutando la expresión de su víctima, y se preparaba para cazarlo cuando Amanda ordeno el ataque. Le resultaba inconcebible ser mudo testigo del asesinato de su esposo. Por sus venas una furia inusitada bramaba venganza y creyó, por unos breves instantes, no ser capaz de auto controlarse. Ryon percibió el cambio en la Emperatriz y reconoció los mismos síntomas que padeciera su amigo: desequilibrio, ojos hambrientos, respiración agitada y una inestabilidad que exigía justicia. Supo entonces que Amanda era la compañera adecuada que solo los dioses sabían de donde había provenido, pero que definitivamente amaba Faryas y protegería a su esposo a costa de su propia integridad física. Sin dudarlo, obedeció sus órdenes y el regimiento completo marcho en ayuda del Emperador. Amanda apareció detrás de él.
_ ¡A mí, perro inmundo!_grito.
“No pidas paz a mis brazos
que a los tuyos tienen presos:
son de guerra mis abrazos
y son de incendio mis besos;
y sería vano intento
el tornar mi mente obscura
si me enciende el pensamiento
la locura.”
Rubén Darío
Rogelio el Tuerto se aposto frente a sus hombres mientras observaba con ferocidad a su oponente. Los hombres de Undria parecían vikingos ataviados con pieles, armas rusticas y caras pintadas, un grupo de aves rodeando su presa. Por su parte los guerreros de Faryas eran simplemente un grupo organizado de uniformados ansiosos por combatir al enemigo en pos de defender su territorio y su población. Jamás permitirían que esos salvajes invasores asolaran a sus habitantes, porque de hacerlo no tendrían piedad.
Los undrianos lanzaron una lluvia de flechas que fue respondida con una formación tortuga de tal manera que los escudos faryanos protegían a los soldados de cientos de ellas que caían sobre sus cabezas. Los contendientes marcharon valientemente marcando el paso con los golpes de sus lanzas. Federico ordeno el ataque y Maximiliano y sus hombres emprendieron la embestida. Fue un enfrentamiento brutal ya que ninguno de los dos bandos deseaba mostrar misericordia alguna. Guerreros undrianos y faryanos hundían sus armas en los cuerpos de sus enemigos, empuñando dagas, espadas y hachas de hierro. Federico peleo a la par de sus hombres y Maximiliano blandía su sable a la voz de:
_¡¡¡¡Protejan al Emperador, por Faryas!!!!
Los soldados gritaban enfurecidos repeliendo a diestra y siniestra los embates enemigos. Decenas de guerreros valientes combatieron con honor y gallardía los constantes ataques de sus adversarios cuyo único objetivo era derrotar y humillar al Emperador. Al cabo de unas horas, la situación estaba aparentemente controlada y ahí fue cuando Rogelio el Tuerto vocifero:
_¡¡Ahoraaaa!!
De inmediato dos enormes lobos emergieron entre la maleza atacando a los faryanos, arrojándolos al suelo malheridos, mordidos mortalmente por sus grandes fauces. Rápidamente fueron tras su presa, el Emperador, quien al verlos gruño como un animal salvaje. Rodeado por las dos fieras, Federico se transformo en una bestia, con ojos desorbitados sedientos de sangre: el Monstruo complacido podría dar rienda suelta a su verdadera naturaleza ante la mirada incrédula de todos los presentes.
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Editado: 02.06.2025