Amando entre verdades [saga: Sin verdades – Libro #3]

*Capítulo diez: "Una noche"

Mantuvo la postura digna de una emperatriz; era un modo extraño de andar que siempre la caracterizó a medida que el trascurso de los años, también, le otorgaron la elegancia de una mujer lo suficientemente experimentada para ganar las guerras que estuviera dispuesta a librar. Sus ojos delineados con un sutil tono azul, parpadeaban con lentitud a un desconocido paraje que la arrastraba a la corriente de la perdición, desacreditando la fuerza imparable que emitía su corazón, a punto de estallar. Terminaría destruida, era una realidad que no se negaría a contemplar antes darse el placer de maniatarlo. Por una ajena razón, desconocida para cada uno de sus sentidos, ella no podía dejar de imaginar lo que perdería en la noche en la que decidió entregarse al dragón. Las ganancias obtenidas serían gigantescas, pero las batallas, por más fructuosas que resultaran, siempre acarreaban un desequilibrio. Una equivocación, tal vez; mas una cosa era segura y eso la hacía sentir la mujer más estúpida del mundo: podía negarse con libertad a caer en sus embrujantes encantos de belleza sacrílega; por el contrario, allí estaba, a pocos pasos de someterse a unas manos, que con un solo recuerdo, electrificaban la cordura que estaba dispuesta de demostrar que conservaba.

Los labios teñidos de rojo se quedaron pegados. No emitió las maldiciones que pugnaban por abandonar los senderos desérticos de su mente. Decir un insulto lo proclamaría como el vencedor; y eso no le daría la mayor satisfacción, al contrario, esa noche ella quería dejarle en claro que la tabla de ajedrez estaba a su favor; quizá era un acto ruin o una forma sencilla de recuperar el orgullo arrebatado. Tal vez, solo tal vez, en el fondo ella quería devolverle la misma jugada. Era consciente de que él estaba desesperado por sentir la firmeza de sus labios, la textura suave de su piel, los roces vehementes de su cuerpo, y cada una de las cosas que antes compartieron en la intimidad de su habitación… o en cualquier lugar que pudiera presenciar sus encuentros.

Y a diferencia del pasado, ella había aprendido de sus errores, ya no era tan inocente, ya no estaba tan enamorada… o al menos eso intentaría fingir.

Y finalmente arribó a su último destino.

Su mano quedó inmóvil en el aire antes de golpear la puerta negra que tenía frente a ella. Estaba empeñando su dignidad; la dignidad que con lágrimas de desesperación consiguió recuperar en medio de las peores pesadillas de su alma; denotando que le faltaba el aire, Ella tomó una profunda respiración y acercó sus nudillos a la madera y antes de dar un golpe, cerró los ojos y solo sintió que cometía la peor tontería de su vida, cuando a sus oídos arribaron los sonidos de la madera siendo atacada por sus larguiruchos dedos.

Sus pestañas aletearon al percibir que la perilla era girada al instante, cualquiera habría creído que él estaba esperándola recostado en la pared junto a la entrada. El umbral quedó despejado y en medio, se pudo apreciar una imponente figura masculina, que dejándole un espacio amplio, le permitió pasar con total comodidad.

Con delicados pasos de musa angelical, que ni siquiera daban la impresión de pisar el suelo alfombrado, ella ingresó a la habitación conteniendo el aire, aparentando que ningún suceso externo afectaba sus coordinados pensamientos más de lo debido.

Avanzando sin que nadie se atreviera a ponerle un alto; en busca de tranquilidad, ella observó la habitación con curiosidad, no se parecía al lugar que antes la recibía con ternura.

Los amplios ventanales y las luces de los candelabros daban un toque oscuro a la habitación llena de diversos lujos. Los grandes sillones, las mesas de centro y los muebles, la impresionaron por los acabados que mostraban; incluso los cuadros que adornaban las paredes, parecían todos dispuestos en un orden preciso, como si fuera para ella.

—Fue remodelada hace poco —la sutil información que le brindaba con tal de establecer una conversación, se propagó por el resto de la habitación—. Por eso no la reconoces —la reacción impredecible de su etéreo cuerpo, fue un estremeció que se extendió por todas sus extremidades al oír esa voz distante y apagada, que alguna vez en el pasado, la consumió en una ardiente necesidad.

—Me gusta como luce ahora —respondió tras calmar la turbulencia de su extinta dulzura. Le daba estabilidad emocional que no fuera el mismo lugar, porque al ser cambiados todos los objetos, ese cuarto se convertía en un sitio distinto. Además, la memoria del momento en el que quiso acabar consigo misma, no se hacía tan vívido en un lugar completamente extraño—. El diseño anterior era muy patético.

Zhou Mi soltó una risa al oír como Hiraku mostraba ese temperamento imposible de soportar para cualquier otro hombre. Mientras ella se dedicaba a captar cada una de las diferencias o nuevos elementos, él se entretuvo mirando sus vaporosas curvas. Aquel vestido negro de noche se amoldaba a su figura, mostrando los pequeños atributos con los que fue bendecida.

—“Sigue siendo hermosa” —al ver como ondeaba sus caderas en cada caminata, ese único pensamiento lo mantuvo en cautiverio. Era una bestia que debía encadenarse para que no perdiese el control.

Zhou Mi quedó hipnotizado ante la hermosa mujer que amaba, viendo su curiosidad innata por lo que no conocía. Lucía más bella de lo habitual y una parte de él, quedó satisfecho al comprobar que ella usaba el vestido que él le indicó horas antes. Aunque la felicidad no le duró demasiado al descubrir que ella llevaba esos malditos pendientes de aguamarina. La rabia comenzó a encenderse en cada partícula de su ser, ya que él conocía a la persona que le hizo ese obsequio.




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