El suave soplido de la noche, auguró que sus acciones tendrían una recompensa poco merecida. Ella se mordió el labio inferior en un acto crítico de represión personal y solo pudo temblar de la preocupación al contemplar a un sujeto sudoroso y lastimado dormir con placidez en su cama. La sensación desagradable de verse envuelta en la circunstancia poco habitual, que ahora se convertía en su realidad más próxima, le hizo evitar mirar los dulces ojos del hombre que tenía atrapado su corazón, mentirle con descaro era un cuchillo más acertado en su alma en constante contradicción. ¿Estaba haciendo lo correcto?
Llevaba más de una semana mintiendo por miedo a la reacción que Siwon pudiera tener al descubrir su minúsculo secreto, y es que nadie tomaría de la mejor forma que estuviese viviendo con el unigénito hijo de su jefe. No pretendía manifestar nada por miedo a la censura pública por sus acciones; además, ya había dado su palabra de mantenerse en absoluto silencio y reserva por cuidar a un muchacho que no hacía más que martirizarla en los días de salud plena. Yuu cerró sus ojos color chocolate y se abrazó a sí misma en un acto instintivo de protección para sus nervios al borde de caer al precipicio ¿Cómo acabó cuidando a Henry? ¡Maldición! Lo quería fuera de su casa, lo quería a millones de kilómetros de distancia, y al contrario de sus anhelos, se limitaba a observarlo dormir mientras se recuperaba de la señora paliza que le otorgaron sus contrincantes.
El maligno joven que dormía entre sus puras sábanas blancas se había metido en un gran problema cuando decidió que era una excelente idea intimar con una mujer prohibida; los chicos malos a los que estaba acostumbrado a joder no se quedaron con las manos cruzadas en aquella ocasión, decidieron arruinar la cara bonita que lo caracterizaba y la golpiza que recibió fue una ración mínima, un aperitivo para lo que en realidad planearon hacerle.
Yuu lo salvó cuando estaban a punto de cazarlo para llevarlo a la guarida del lobo. Incluso estando a punto de perder la consciencia, Henry logró suplicarle que no llamara a la ambulancia ni lo llevara al hospital, porque eso habría alertado a su padre de las actividades nocturnas en las que estaba inmiscuido. Ya tenía un ultimátum para sus absurdas peleas callejeras, Kyuhyun lo había amenazado diciéndole que sí volvía a meterse en algún lío de pandillas, lo iba a desheredar. Lo dejaría en la calle y lo mandaría a buscar un trabajo de obrero. El muchacho, acostumbrado a los lujos fáciles que el dinero y las tarjetas de papá podían conseguir, no era ningún enfermo mental para querer perder el anzuelo que tenía para hacer las mayores idioteces del mundo que cometía. Era un hombre que no comprendía su situación privilegiada y despilfarraba lo que les obsequiaban a manos llenas.
—Yuu —la llamó con urgencia de no sentirse abandonado por quién lo salvó del abismo; forzando sus desgastadas cuerdas vocales para propiciar el acercamiento de su aliento fresco y delicado, la belleza de su figura era el mejor tónico para aliviar los dolores que tenía a causa de la infinidad de golpes que su cuerpo resistió recibir. La jovencita, vestida con un pijama rosado de algodón, caminó apresurando sus pasos para llegar a su encuentro.
Desde que él estaba ocupando su habitación como una invasión de ultratumba, Yuu tomó la certera determinación de cuidarlo unas horas antes de acostarse a dormir junto a su pequeño hurón; y es que quería protegerlo de los fantasmas de su pasado, porque de algún modo poco racional, se encariñó el niño caprichoso que sollozaba por las noches, ya que las pesadillas no lo dejaban descansar.
—¿Qué necesitas, Henry? —le sonrió apoyando una mano en sus cabellos lacios. Era contradictorio, por un lado quería que él se fuera de su departamento y le devolviera la soledad de su vida, porque no necesitaba tener problemas con su amado, y por otro, sentía que era la única persona en el mundo que podía comprender su situación.
Henry y ella contaban con una historia tétrica familiar en común: ambos no tenían a los padres más amorosos del mundo, lo que había desembocado en diferentes problemas que desarrollaron a lo largo de su vida adulta. Causándole inseguridades y temores que los llevaron a escapar.
—Agua —pidió. Yuu insistió en llevarlo al hospital una vez más, pero Henry no hacía más que temerles a las personas que lastimaron su cuerpo—, por favor —suplicó apretando la mano a su salvadora—, pero no me dejes —Yuu empezó a reírse, sus peticiones no eran nada coherentes.
—¿Cómo te voy a traer agua sin irme? —se soltó de su delicado agarre y corrió a su cocina para llevarle una botella con agua, ya que así era más fácil darle de beber.
Henry había tenido fiebre durante dos días, lo que dejó a su cuerpo en un estado de deshidratación que debía ser curado no solo con pastillas que, religiosamente, Yuu le obligaba a tragarse. La joven terminó de llenar el agua y a la misma velocidad, se dispuso a regresar a su habitación. Ella se acercó a la cabecera de la cama. Acomodó la almohada de tal forma, que Henry pudo beber en paz. Cuando estuvo saciado y sintió que su garganta ya no se encontraba rasposa, soltó un suspiro de alivio. Esa señorita inusual, qué debía guardarle rencor por su agresión, lo había salvado por compasión y lo trataba con esmero.
—Sé que no es justificación —murmuró abriendo sus ojos antes entrecerrados y de ese modo captar la belleza y doncellez de su imagen ¿Qué clase de mujer usaba ese pijama?—, pero el día que te agredí —se arrepentía tanto—, no solo estaba borracho, también estaba muy drogado, pensé que todo era producto de mi imaginación...