—¡Señor Siwon! —el grito desesperado de Nakamura causó que él soltara los papeles que revisaba sobre Coure Giem encima del teclado de su computadora y lanzara un suspiro ahogado.
La calidez de su estudio personal color mate, amoblado con dos estantes repletos de libros a cada lado de la ventana, un escritorio desordenado desde tiempos inmemoriales, un par de sillas acolchadas y un sillón triple, se perdió entre los llamados faltos de calmas de su ama de llaves, que a pesar de poder lidiar con millones de labores domésticas en tiempo récord, era incapaz de luchar contra los roedores e insectos, que muy de vez en cuando, iban a poblar su vivienda; y es que no era la primera vez que esa mujer se angustiaba al borde de llegar a una crisis de ansiedad por semejantes motivos. Cada vez que veía un insecto pegado en la pared o volando con total libertad, su amplio departamento se llenaba de sollozos desaforados. Sin prestarle atención a sus repetitivos gritos de auxilio, se quitó los lentes, los dejó en el buró y salió del estudio en dirección al salón. No pretendía seguir trabajando en un ambiente tan estresante.
—¿Qué pasa, Nakamura? ¿Otra luciérnaga? —Siwon se quedó en medio de la entrada de la sana y fue petrificado por la impresión de ver en su sillón a Yuu, con el rostro rojo y la cara mojada por su llanto.
Él tragó saliva con dificultad antes de dar el primer paso; en cuanto sus pies se movieron, fue cuestión de segundos para que estuviera sentado a su lado, rodeándola con sus brazos para brindarle la integridad de su amor incondicional. Cerró los ojos y apoyó su mentón sobre los cabellos rubios de la joven que temblaba de terror, necesitaba una conexión potente con sus sentimientos para alcanzar su tranquilidad; no obstante, las peores ideas cruzaron su mente cuando sus pestañas aletearon y se centró en contemplar el aspecto fuera de lo normal de su novia: sin su cartera sobre el hombro o en algún cojín y con los tacones rotos por tanto haber corrido en la encimera cerca a la puerta de salida.
—¿Qué ocurrió? —le preguntó a Yuu con suma urgencia, pero ella no expresó ni una sola palabra, incluso estando entre sus brazos no sentía la confianza para ser sincera—. ¿Qué pasa? —le exigió saber a Nakamura, que temblaba del terror de ver así a la niña que vio madurar por tres meses. Ella meneó la cabeza antes de responder.
—No lo sé, señor —explicó caminando por el reducido espacio entre el sillón de dos cuerpos y la mesa de centro—. La niña llegó hace unos momentos —Nakamura había cubierto sus labios con ambas manos al ver a Yuu aparecer en el umbral, con los tacones rotos en las manos y las cuencas oculares sin expresión de vida—. Y ahora está sollozando sin parar… —se lamentó por su estado rayando lo deploraba.
—¿Yuu, qué sucede? ¿Amor? —Yuu, que mantenía los brazos apoyados contra el pecho de Siwon, los quitó de allí y también lo abrazó más fuerza mientras se preguntaba por qué todo tenía que ser tan desastroso en su vida—. Nakamura, por favor trae un té.
—En seguida, señor —la mujer fue corriendo a la cocina para preparar una bebida especial que la calmara.
Siwon no sabía cómo actuar en la espera de que Yuu se recuperara y tuviera las fuerzas suficientes para comunicarle que sucedía.
—Por favor, dime que te pasa o de lo contrario, no podré estar tranquilo —tardó un par de minutos, pero al parecer las palabras tuvieron el efecto necesario para que Yuu abriera su corazón.
Ella deshizo la profundidad del abrazo y miró a los ojos de Siwon, que brillaban por una preocupación auténtica.
—Ya sé quién es mi papá —murmuró entre palabras cortadas por los estragos del llanto—, y ya entiendo por qué mi madre me odia tanto —Siwon sintió como si le dieran una golpiza con una varilla de fierro, ya que para él no era nuevo la resolución de aquella incógnita.
Él lo había descubierto por un sin fin de conexiones y al final, terminó uniendo las piezas del rompecabezas, pero prefirió el silencio, a él no le correspondía ser el intermediario de las malas noticias.
—Debes calmarte para que puedas hacer las cosas con prudencia —él apoyó las yemas de sus dedos sobre la mejilla sonrojada de su novia, enviándole dulces choques eléctricos que le brindaron el sosiego que ansiaba su corazón.
—No puedo —negó varias veces para confirmar su incapacidad para superar ese trauma visceral. Siwon, que tenía la vista clavada en la entrada de la estancia, le hizo una señal de retirada a Nakamura, quién aparecía llevando una taza humeante de té, la señora hizo una mueca y dejó la bebida sobre una de las cómodas, para finalmente retirarse a su habitación, sabía que ella no tenía vela en ese entierro—. Mi mamá hoy me encontró cuando estaba en la entrada de mi casa —relató apretando las manos en sus rodillas—. Me dio una cachetada y me quiso obligar a irme con ella —cómo le dolió esa demostración carente de cariño que recibió después de meses sin verse—. Luego el señor Cho apareció y empezaron a discutir —aquello la sorprendió al grado de creer que vivía en una pesadilla, pero el dolor que sentía era una aseveración de su autenticidad—. Él dijo que conocía a mi mamá y que ella había huido con su bebé —las lágrimas volvieron a deslizarse por su rostro cansada de las expresiones de sufrimiento—, pero mi mamá le dijo que yo era nada suyo y qué él era un maldito violador —la joven soltó un clamor de frustración y con las palmas extendidas se dio un golpe en las piernas. El dolor físico era más soportable que el espiritual—. ¿Él se aprovechó de ella? ¡Por eso mi mamá se escapó! —prorrumpió poniéndose de pie para agotar su agitación.