El sol matutino brillaba intensamente sobre Vladivostok cuando Sabrina se dirigió al Observatorio Avianovka. Había decidido dejar las complicaciones de la mansión por un día, y sumergirse en la belleza de la naturaleza. El viaje a través del bosque la llenó de una calma que no había sentido en semanas. Al llegar, fue recibida por el sonido melodioso de las aves y el aroma fresco de los árboles.
Mientras tanto, en la mansión de Dimitri, Angelo estaba inmerso en una reunión crucial con Dimitri y su socio, Ivan Petrov. La habitación estaba llena de mapas, planos y documentos relacionados con el proyecto del hotel en Las Vegas y Nueva York.
—Todo está listo— dijo Ivan, un hombre alto y robusto con una cicatriz en la ceja—, pero necesitamos asegurar que las transferencias de dinero sean indetectables.
Angelo asintió con su mirada fija en los planos.
—Los sistemas de seguridad deberán ser impecables. Dimitri, ¿tus contactos en la banca están seguros de que pueden ocultar las transacciones?— preguntó con seriedad.
Dimitri sonrió, mostrando una expresión de confianza.
—No te preocupes por eso. He contratado a los mejores expertos en lavado de dinero. Nadie sospechará de nuestros movimientos— respondió Dimitri.
La conversación se extendió por horas, discutiendo cada detalle y asegurando que todas las piezas del plan encajaran a la perfección. La construcción del hotel no solo brindaría lujo a los visitantes, sino que también serviría como centro de operaciones para su red de tráfico de dinero.
De regreso en el observatorio, Sabrina se sorprendió al encontrar una gran variedad de aves que nunca había visto antes. A través de sus binoculares, observó con asombro un majestuoso águila dorada posada en una rama alta.
Decidió registrar cada especie que veía en su cuaderno, haciendo anotaciones que le interesaban. Pasaron varias horas sin que se diera cuenta, inmersa en la tranquilidad del lugar. Fue entonces cuando recibió un mensaje en su celular. Era Angelo.
"¿Todo bien por ahí?", decía el mensaje.
Sabrina observo el mensaje con interés, y aunque no sé esperaba que Angelo le escribiera para preguntar cómo iba, se limitó a contestar, solo escribo que regresaría en la tarde. Guardó su cuaderno en su mochila y decidió explorar un poco más antes de volver a la mansión. Encontró un pequeño sendero que llevaba a un mirador desde donde se podía ver el vasto horizonte de la región oriental de Rusia, una belleza que no debía perderse, según las opiniones que había leído debajo de una revista.
Al llegar al mirador, se sentó en un banco de madera y tomó un respiro profundo. En ese momento, sintió que, sin importar las sombras que rodeaban la vida de Angelo y Dimitri, siempre habría un espacio de luz y paz que ella podía encontrar. Y eso, pensó, era suficiente por ahora.
Sabrina disfrutaba de la vista panorámica desde el mirador cuando notó la presencia de alguien acercándose.
Ese alguien era alto y tenía un aspecto seductor, un hombre de porte elegante y con una mirada cálida, esos ojos fueron los que captaron de inmediato la figura de Sabrina.
—Señorita, ¿me permites sentarme a su lado?— pregunto el hombre que, aunque educado, parecía apunto de sufrir un golpe de calor.
Sabrina al escuchar esa pregunta solo se acomodó a un costado de la silla, dejando suficiente espacio para que ese sujeto no estuviera tan cerca de ella.
Sabrina decidió no prestarle más atención y prefirió revisar su cuaderno de apuntes, y justo cuando estaba pasando a la siguiente página el hombre a su costado grita emocionado.
—¿¡Esa es la pluma de un ave dorada!?— exclamó con efusividad.
Sabrina se detuvo un momento y con cautela dirigió su mirada sorprendida hacia el sujeto.
—Sí, de hecho lo es— contestó en un susurro.
El sujeto sonrió a un más al escuchar la respuesta afirmativa.
—Lo suponía por su color y tamaño.
Sabrina no dijo nada más, aunque seguía sorprendida de que una persona pudiera identificar a un ave solo con la pluma en mano. Aunque no debía sorprenderle cuando el lugar al que había decidido visitar era un paraíso para los amantes de las aves.
—Permítame presentarme, soy Oliver.
Sabrina aúnque un tanto incómoda por la mirada efusiva de Oliver, no sé permitió ser mal educada.
—Soy Isabella— respondió ella, tratando de mantener la compostura.
—Es raro— dijo Oliver, quien al ver la mirada extrañada en "Isabella" decidió aclarar sus palabras —Encontrar a alguien que comparta tanto interés por las aves es un poco raro.— y solto una risita tímida —Mis amigos siempre me dicen que soy un fanático obsesivo.
Sabrina sintió curiosidad, pero mantuvo su tono casual.
—No eres el único. Mi abuelo también era un fanático de las aves.
—¿Y tú?— pregunto Oliver con interés
Sabrina, un poco resistente a responder dijo:
—Observarlas me da una sensación de paz, así que me gustan— explicó ella.
Oliver asintió con su mirada fija en los ojos de Sabrina.
—Conozco ese sentimiento. Las aves tienen una manera especial de conectarnos con la naturaleza.
Aúnque Sabrina no dijo o afirmó algo de esa frase, ella también opinaba lo mismo.
—Y, ¿has investigado alguna especie en particular hoy?— preguntó Oliver con voz suave.
Sabrina, con una ligera cautela, sacó su cuaderno y le mostró algunas de las anotaciones que había hecho.
—Sí, he visto un águila dorada, varias grullas siberianas y unos cuantos gorriones de las montañas.— comentó ella con simpleza, aúnque sus ojos brillaban con una rara chispa.
Oliver observó sus notas y sonrió, mostrando un interés genuino.
—Tienes un conocimiento impresionante, Isabella. Cualquiera diría que eres bióloga o algo parecido—dijo, su tono lleno de admiración, pues los apuntes en el cuaderno estaban meticulosamente anotadas con todas las características de la ave, con una fotografía y sino con una pluma pegada en la hoja.
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Editado: 30.04.2025