Amar Después de Amar: Todavía te quiero

1

Siete meses

Verlo levantarse de la cama, vestirse, actuar como si nada. Todo eso era una pesadilla.

Yo estaba sentada contra el respaldo de la cama, en ropa interior, abrazada a mis rodillas como una nena chiquita que no sabía en dónde refugiarse. Las lágrimas caían en silencio, estaba muriendo poco a poco. Me miraba en el espejo y no me reconocía, ya no estaba segura de quién soy. Y él, ahí como si nada. Obligándome a acostarme con él todas las noches, ni siquiera tiene piedad de mí. Cada vez me siento más deteriorada.

Siete meses pasaron. Siete.

Estuvimos una noche en ese callejón, cuando pasó lo que terminó haciendo que todo estalle, y después nos vinimos a otra casa, no sé bien en dónde estábamos, pero él me dejó claro que nos fuimos de Los Andes.

Cada vez que me miraba en el espejo, odiaba cada parte de mí, ya nada quedaba de lo que era, y cambié tanto en estos siete meses, que ni yo me reconocía. Sobre todo, no lo reconocía a él, estaba tan diferente, cambió más en estos meses que en toda su vida. Y yo sé de lo que hablo porque crecimos juntos.

La puerta del cuarto se abrió y su cara me revolvió el estómago.

—¿Por qué no dejás de llorar y venís así desayunamos?—me sequé las lágrimas y con lentitud salí de la cama.

Me dolía todo el cuerpo, el vientre, las piernas.

Cuando él se fue, me miré en el espejo, solamente con la ropa interior, y estaba... irreconocible. Tenía un moretón en la ingle y otro en la parte del vientre. Era un animal. Y en uno de mis muslos, estaba la marca de su mano.

Cuando estábamos juntos, cuando nos amábamos, él era tan bueno y dulce, se comportaba como un caballero, y ahora es todo lo contrario. Desquita su bronca y odio en mi cuerpo. Y ya van siete meses de esta tortura, de este dolor.

La primer noche en esta casa fue un espanto, nunca fue tan inhumano como esa noche, y después de eso no tardé en darme cuenta de que el tiempo que estuviéramos acá iba a ser un infierno. Y cuánta razón tuve, ojalá me hubiese equivocado.

Con dificultad me cambié, me puse un pantalón largo de color gris y una remera corta que dejaba ver mi ombligo. En ese momento no me gustaba que mi cuerpo se viera, pero la ropa la compró él, yo no salí nunca de esta casa. Como ven, estoy secuestrada.

No hay noche que mire al cielo y pida fuerzas, porque yo sola no soy capaz de sobrevivir. Ya varias veces estuve a punto de terminarlo todo, pero me quedé, me quedé porque pensaba en mi mamá, en mi hermano. Ya perdieron a mi papá, no quiero causarles el dolor de morirme yo también. Porque aunque sea una estúpida, todavía tengo las esperanzas de volver a verlos de nuevo.

Y Renzo... A él también lo extraño, también lo pienso. Y ojalá esté vivo después de esa caída tan espantosa.

Salí del cuarto, a pasos lentos, con mis manos en mi abdomen, Juan me mira justo cuando iba a llevar un bizcochito a su boca.

Cuando digo que no puedo ni caminar del dolor, juro que no exagero, es como si llevase unas jodidas pesas en mis piernas.

—Parecés un zombie.—dice para después seguir masticando, me senté con dificultad y preferí ignorarlo—. ¿Por qué no sonreís? La vida es bella.—dice con una sonrisa y me tiende la mano con un mate.

—Para vos es bella porque vivís como mierda se te antoja. Pero yo vivo porque lamentablemente no me queda de otra.—tomé un sorbo de mate, hice cara de asco y me levanté de la silla para volver al cuarto, que era donde mejor me sentía, cuando estaba sola.

—Volvé acá.—me ordena pero no le di bola—. Sara, volvé a la mesa, no te lo digo más.—doblé al pasillo y entré al cuarto, segundos después lo vi a él.

—Andate.—le pedí parada frente a la cama, tapé mi cara para no llorar, me da la vuelta para que lo encare.

—Si yo te doy una orden, vos la cumplís, y si te portás bien, mejor para todos, ¿Está claro?—lo que sí estaba claro es que está completamente desquiciado—. ¡¿Te quedó claro?!—levanta la voz al no obtener respuesta de mi parte, me sobresalté al escuchar sus gritos.

—Vos a mí no me das ordenes.—dije apretando las palabras y desafiándolo. ¿Para qué? Soy una estúpida.

Me da un manotazo golpeándome la cara y parte del oído, lo que provocó que caiga en la cama.

—¿Cuándo te va a entrar en la cabeza que vos sos mía?—mis ojos se humedecieron.

Sí había sido un salvaje en la cama, pero nunca me puso una mano encima. Me toqué la zona donde me dolía e hice una mueca de dolor, no quería volver a quebrarme ante él. Ya estaba harta de eso. Me hacía ver débil, y eso él lo disfrutaba.

—¿No te das cuenta, Juan? Podrás tenerme una vida encerrada en esta casa de mierda, pero nunca vas a ser mi dueño.—se acercó amagándome con intenciones de querer golpearme de nuevo pero se detuvo.

—Empezá a sentirte mía, porque lo sos, ayer, hoy y siempre.—se arrodilla para estar a mi altura, apoya sus codos en la cama—. ¿O qué te pensabas? ¿Pensabas que el muerto ese iba a venir a salvarte? Te equivocaste, chiquita, te equivocaste porque él está muerto, y te aseguro que no vas a volver a verlo en tu puta vida.—empecé a llorar.

Juan era tan inhumano, tan cruel, decía la palabra «muerto» como si fuese un puto «hola». Me dolía no poder estar con Renzo, saber siquiera si ya despertó, si está en coma o si...

No puedo ni decir esa palabra. No puedo imaginarme el simple hecho de no volver a verlo.

Las horas pasan, los días también, incluso los meses, y ya no aguanto más, es una tortura, un pozo donde no encuentro la salida.

Salí de la cama y fui a darme una ducha, hace un par de semanas que no dejo de sangrar, cada vez que me baño, en las ducha la sangre se mezcla con el agua.

¿Y si algo está mal en mí? Tengo miedo que haya tenido un aborto, Juan no se cuida, y yo no tengo pastillas, todo puede ser, además, mi cuerpo hace un mes que se siente raro, y una mujer sabe reconocer cuando tiene a un ser en su vientre, y hace dos semanas que no dejo de sangrar. De solo pensar que tuve a un ser humano dentro mío, otro, y que ni tiempo a desarrollarse tuvo, eso me destroza el corazón.



#3682 en Novela romántica

En el texto hay: secuestro, amor, adda

Editado: 03.08.2024

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