Después de la muerte de mis padres, recuerdo que comencé a experimentar negación, o ese es el nombre que me dijo el psicólogo, cuando hablé con él. Para mí fue muy difícil aceptar y continuar con mi vida sin ellos, creo que me marcó un montón. Desde ese momento tomé distancia con todas las personas, porque me di cuenta de que al final todos estamos solos y que no quería pasar por otro duelo. Para eso dejé de hablar con mis amigos y me encerré en mí mismo. Encontré consuelo en estudiar, hacer deporte y de vez en cuando tocar la guitarra. Nora y Nathan fueron excelentes padres sustitutos, nunca se los he dicho, casi no hablo con ellos, sé que eso les duele, pero prefiero eso a que luego se vayan y me duela peor su partida. No siempre fue así. Al comienzo intenté acercarme a ellos, pero no pude, ellos se sintieron muy tristes, pero respetaron mi decisión, hasta ahora noto ese dolor en su mirada cada vez que voy a casa para celebrar Navidad.
-Señor, ¿desea que le traigan algo más? —la azafata me mira sugestivamente, sé a lo que se refiere con esa frase, no es la primera vez que me lo ofrecen. Lo hice solo una vez para probar, fue bueno, pero no lo volvería a hacer, fue muy incómodo.
-No, gracias, eso es todo. —se va con una cara de decepción, que intento evitar.
Odio viajar en aviones, mis padres murieron en un accidente de avión, la primera vez que lo hice casi muero. Cuando siento que mi frecuencia cardíaca se acelera, intento respirar y recordar por qué estoy haciendo esto.
Felipe, es el padre de Nora, ella y su esposo no pudieron tener hijos, yo soy lo más cerca que tendrán de hijo. Por eso, cuando Felipe me contó sus intenciones de dejarme la empresa, al comienzo me pareció absurdo, no obstante, él siempre me consideró parte de su familia, a pesar de no tener la misma sangre.
-Abróchense los cinturones, estaremos pronto a aterrizar. —sigo al pie de la letra lo que dicen por el micrófono y cierro los ojos cuando siento que vamos a aterrizar.
Pasan unos minutos cuando siento que el avión para completamente y nos piden que bajemos.
Mi abuelo, como me pide siempre Felipe, que me refiera a él, me comentó que alguien de la oficina iba a venir por mí y ser mi guía para todo, confío en que me haya mandado alguien competente y capaz de seguir mi ritmo, no soporto personas lentas y peor entrometidas. El género de la persona me es indiferente, pero si es mujer preferiría alguien que no se obsesione conmigo y que me deje trabajar.
Al salir, busco un letrero con mi nombre, lo encuentro y cuando veo que lo sostiene una chica simpática, no es espectacular, pero algo tiene que me atrae. Es alta, tiene un cabello café largo, unos ojos del mismo tono, usa lentes, por lo que sus ojos se ven incluso más grandes.
Cuando nuestros ojos se cruzan, ella se pone roja, y sé lo que está pensando, no me disgustaría acostarme con ella, sin embargo, sé que nota claramente que ella es de las que cree en felices para siempre, así que debo mantenerme completamente alejado de ella y ella de mí, lo cual no será difícil porque todas/os mis asistentes se han quejado de mi mala manera de tratarlas/los, sinceramente eran ellos/as los que no lograban el ritmo que yo exigía y justificaban su incompetencia con mi maltrato.
Nunca he pegado a nadie, ni alzado la voz, pero las personas dicen que con solo una mirada yo las pongo nerviosas.
Lo intentaré con ella, la miro fijamente y la recorro con la mirada.
Ella no se da ni cuenta, lo cual es extraño, sigo caminando hacia ella.
-Tú debes ser la persona que mandó mi abuelo. —Ella solo asiente con la cabeza, cada vez está más roja y no sé por qué no me habla, me está inquietando.