Amber

Capítulo 3: La nueva diversión de Aaron

Su odiosa diversión

Aaron Foster bufó por tercera vez en el día, escuchando con aburrimiento las quejas que Megan le hacía. Apoyado sobre los casilleros, se limitaba a hacer oídos sordos y a tranquilizarse con toda la paciencia del mundo. Paciencia que, por cierto, no tenía. No era exactamente su enamorada, simplemente alguien muy cercano con quién podía divertirse a todas horas del día. Sabía que la rubia estaba enamorada de él, pero eso no significaba que Aaron iba a doblegarse pñor alguien que poco le importaba. Habían empezado con esa extraña relación de amigos con derecho, o como pudiera llamarse, hacía apenas algunas semanas y Megan siempre quería más de él, quería que le cumpliese todos sus deseos y caprichos.

— ¡Aaron, lo prometiste! —gritó Megan de pronto, haciéndolo sobresaltar.

Le lanzó una mirada furiosa, aburrido después de oírla hablar una y otra vez sobre banalidades que no eran de su incumbencia. Megan se había pasado los últimos días insistiéndole a retomar la pequeña apuesta que ambos habían hecho una noche de borrachera. Pero ahora, en realidad, había perdido las ganas de hacerlo. La idea original era algo cruel y desagradable, quizá demasiado incluso para él.

—Te lo voy a decir solo una vez más —siseó ella mientras Aaron se miraba los nudillos con aburrimiento e indiferencia—. La apuesta...

— ¡Joder, que ya lo sé! —gritó fastidiado, desesperado por los chillidos que Megan no dejaba de proferir—. Acostarme con tu estúpida prima en menos de un mes y los dos mil dólares son míos. La respuesta es no, no lo haré y no quiero hacerlo, tengo mejores cosas que hacer que enamorar a una niña aburrida.

Antes le había parecido una idea maravillosa. Había creído que Amber Larousse, de quien Megan había despotricado e insultado innumerables veces, era alguien parecida a la rubia. Es decir, una chica muy sexy y divertida, demasiado sensual, pero había estado muy equivocado porque la noche que la vio en la gran mansión, se había decepcionado un poco. La había visto muchas veces antes a causa de Megan y conocía a Amber porque, precisamente, la ridícula apuesta trataba de ella. Obviamente debía estudiar a su presa, ¿no? Pues eso hizo.

Pensó divertirse muchísimo en el proceso. Pero ahora que vio en Amber a una muchacha sosa y aburrida, en realidad, había perdido cualquier tipo de interés en la estúpida apuesta. Sobre todo porque Aaron Foster tenía cosas más importantes que hacer que cumplir los caprichos de una muchacha que sólo quería vengarse de su prima. Su vida estaba muy ocupada y a tope de tareas—por—hacer como para darse el lujo de perder el tiempo con una apuesta que no veía ni pies ni cabeza. Además, Amber le suscitaba una extraña sensación. Lucía demasiado buena, muy dulce de una manera incorrompible. No podría tocarla sin que su consciencia le jodiera luego. Ese tipo de chicas estaban más que prohibidas para él, de todas formas ni siqueira le gustaba.

—Entonces...

—Y yo te lo diré una vez más, preciosa—respondió tajante, esbozando una amplia sonrisa de autosuficiencia hacia la rubia—. Si quieres que alguien le quite la virginidad a la princesa, búscate a otro porque yo no trabajo para nadie.

Suspiró aliviado cuando Megan se alejó furiosa y su mirada se perdió en la atractiva silueta de la rubia que caminaba directo al estacionamiento. Entonces también la vió. Deslizó una sonrisa burlona al ver, de pronto, a la causa de su reciente discusión salir apresurada de una de las aulas. Apoyado con descuido, sonrió aún más cuando sus ojos azulinos chocaron con los marrón oscuro de Amber. Le lanzó un beso volado y le guiñó un ojo con fingida coquetería antes de que la castaña lo fulminara con la mirada, fastidiada. Eso habían estado haciendo desde que se vieron por primera vez en la mansión, mirarse a lo lejos con burla y rabia, la retaba con la mirada hasta que la veía bufar molesta. Eso le encantaba a él.

Era tan fácil hacerla enfadar que de pronto se sentía mucho mejor. Sonrió aún más al ver a la castaña caminar apresurada por los pasillos.

No sabía qué tenía aquella chica pero le ocasionaba constante gracia, tenerla frente suyo era como sentir la burla aflorar en él. El solo mirarla, tan inocente, observar cómo se sonrojaba con cualquier pequeñez, en realidad, lo enfurecía y confundía a partes iguales. Aaron Foster tenía un delirio además de los autos y ese era, claramente, las chicas. Le fascinaba acostarse cada semana con muchachas diferentes, probar cuerpos nuevos y ahogarse del placer en el corto tiempo que ellas le proporcionaban.

Pero no todas eran iguales y él lo sabía mejor que nadie.



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En el texto hay: celos, celos y drama, corazon roto

Editado: 18.06.2020

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