"Londres en caos".
Ryan.
—¿Será que te puedes apresurar? —pido golpeando la puerta del baño.
Sabrá dios que hace y necesito entrar urgentemente. Debo alistarme para la gala de inauguración pero Dévora lleva mil años metida ahí.
—¡Ya casi! —responde—. ¡Aguarda!
Tuerzo los ojos y me siento a responder un mensaje de mi madre en lo que la víbora sale. Desvío los ojos en su presencia vacilando que solo ocupa una toalla.
—¿Qué? ¿Nunca antes habías visto una mujer hermosa en toalla? —espeta.
Me encojo de hombros con desinterés.
—Mujeres sí —aseguro—. Víboras no.
Su mirada enmana desprecio.
—Te pegara con la misma toalla de no ser porque quedaría desnuda —masculla.
—Arriesgate —incito—, tal vez ganes.
Utilizo mi mejor semblante malicioso mientras recibo miradas maliciosas de su parte.
—¿No tenías apuro en bañarte? —me pregunta.
—¿Pero me vas a pegar o no? —la molesto escuchando la queja que emite antes de darme la espalda.
Me apresuro a entrar al baño, donde me ducho tomando mi tiempo para salir nuevamente envuelto en una toalla también. Y no sé si es que tiene complejo de flash o que, pero para cuando vuelvo a la habitación Dévora ya está terminándose de arreglar.
Está envuelta en un vestido color esmeralda de satín con una capa de tul y brillos que le llega a los pies, con hombros caídos y una apertura en la pierna derecha que deja en descubierto sus muslos torneados y los tacones que trae.
«¿Es cosa mía o las mujeres son más sexys en tacones?»
Confirmo que ya está maquillada luciendo un fogoso labial rojo vino y mi primer instinto es un deseo de quitárselo de los labios. No lo puedo negar, lucen tentadores. Ella me mira de soslayo mientras se peina el cabello con un cepillo de esos que secan también.
—¿Qué miras? —suelta.
—Te creció el cabello —comento apenas me percato. Sí que está más largo.
Ella frunce el ceño a la vez que comprueba lo que acabo de decir.
—Eso creo —murmura—. No lo había notado.
—Te falta mucho por aprender —digo encaminándome en busca de mi ropa.
Ni siquiera llego a donde se supone que está mi maleta porque no la veo alrededor, ni en ningún otro rincón.
—Dévora... —volteo.
—¿Sí...? —no me mira. Ella sigue en lo suyo.
—¿Dónde está mi maleta? —señalo.
—¿Tú maleta? Eh... —finge acordarse—. Ah, sí. La escondí.
Quedo anonado.
—¿Qué? ¿Dónde?
Sonríe con malicia, la malicia que la caracteriza como Dévora víbora.
—Si te digo ya no sería secreto. Pero te daré una pista; no la vas a encontrar.
—Déjate de bromas —espeto—. Tenemos una celebración importante.
—Tengo —corrije—, porque no creo que vayas así —me señala—. ¿Qué dirán al ver que uno de los directores no asistirá?
Endurezco mi semblante.
—No serías capaz.
—Ya lo hice, al igual que tú a mí anoche, ¿sí recuerdas?
—No compares porque esto sí es importante. Y tú pudiste salir.
—Usando sábanas —señala la cama—. Hazlo tú también ya que sirven como ropa. A menos que quieras ir desnudo.
—No me tientes —advierto.
—Pero no te alteres, cariño —me dice recogiendo sus cosas de la cama para guardarlas—. Anoche querías que dejara de estar molesta, pues lo conseguiste. Estoy maravillosamente feliz.
Bufo tratándo de no dejarme provocar.
—Tampoco es para tanto —continúa—. Tú no eres tan indispensable. Al fin y al cabo, seré yo quien venga a dirigir aquí en unos meses.
Solo la mención de eso me deja un sabor amargo en la boca. Y no sé como reaccionar ahora mismo. Tengo muchos sentimientos encontrados que prefiero mantener en cautiverio.
La ignoro para ir hacia la mesita de la noche en busca de...
—¿Buscabas esto? —dice a mi espalda levantando la llave de la habitación—. ¿Creíste que permitiría que me hicieras lo mismo de ayer?
«¡Maldición! ¡Piensa rápido!».
—¿En serio crees que seré tan estúpido de dejarte ir con la llave? —le digo acercándome—. No, no, no. Porque si me quedo, te quedas conmigo, cariño.
—Bien —sonríe extendiéndome la llave—. Puedes quedártela. De igual forma, creo que tienes suficiente con la falta de ropa, ¿no?
Trato de inhalar pero me sale como un resoplido.
—No te soporto —murmuro.
Ella se hace la sorprendida.
—¿En serio? —se acerca a mis labios de manera provocativa. La proximidad me altera de inmediato y a mi deseo de besarla cuando paso saliva—. ¿Así lo demuestras?
Ella sonríe satisfecha antes de voltearse para irse pero la tomo por el brazo estampándola contra mi pecho para besarla. No forcejea ni intenta separarse, pero puedo sentir la sorpresa del momento a través de su ritmo cardíaco cuando la pego contra la pared sujetando sus manos sobre su cabeza.
Por cuarta vez estoy saboreando el exquisito sabor de sus labios, a diferencia de que en esta ocasión los besos saben a fuego, la temperatura corporal quema y mi agarre a su cintura se vuelve profundo. La tensión del ambiente disminuye a la vez que la intensidad de nuestra sincronización aumenta.
Me considero un hombre bastante maduro e inteligente como para seguir negando lo que quizás sienta por ella. Evidentemente entre nosotros pasa algo, y no me refiero a algo laboral, ni matrimonios falsos, hablo de sensaciones. Ella siempre ha sido mi martirio, al parecer ahora también quien ocupa mi mayor atención, y la odio por eso.
—Si estás provocando distraerme, no lo vas a conseguir —susurra al separarnos, con el labial intacto.
—Yo no fui quien provocó al otro —murmuro casi rozando sus labios—. Pero si de eso se trata... creo que ya lo conseguí.
Ella sube la mirada de mi boca a mis ojos conectándolos con los suyos por unos mini segundos.
—¿A qué te resistes? —le susurro acercándome a su cuello.
Dévora traga saliba antes de emitir palabra: