Amigo Secreto

Capítulo 4

 

Después de tomarse el café y discutir algunos puntos sobre la campaña y cerca de las dos de la mañana, se despidieron frente al edificio de apartamentos donde Sol vivía desde hacía pocos meses. Bruno regresó al hotel decepcionado, pues esperaba que lo invitara a pasar después de ofrecerse a acompañarla hasta su puerta, pero ella declinó con amabilidad y cierto azoro, así que no le quedó más remedio que aceptarlo. Llegó a la conclusión de que esa chica era distinta a las que había conocido antes y deseó tener más tiempo para entenderla.  

Por su parte, Sol quería pasar cada uno de esos días en completo anonimato, por lo menos hasta la fiesta de Navidad de la empresa. Después de la humillación que enfrentó la noche anterior, no se atrevía a mantenerle la mirada, y aunque nunca le mencionó las cosas horribles que dijo, él no parecía dispuesto a permitirle ninguna distancia. Se la pasó llamándola y reuniéndose con ella y todo el equipo que se vio involucrado en la creación de la campaña de línea blanca de los productos MP.  

En la empresa, empezaron a correr especulaciones sobre lo extraños que se comportaban esos dos después del almuerzo del día anterior, dato del que se enteraron gracias al mismo López. No tardaron en echar a correr las apuestas, desde Gerencia hasta Mantenimiento; todos a favor de que el Dragón Romano haría llorar a Sol, pero que no iba a renunciar, aunque reiría al menos una vez antes de que finalizara la semana debido a sus ocurrencias. Sin embargo, Yolanda, la mujer convertida en leyenda por trabajar junto al padre ya retirado de Bruno, desde que Epicentro se fundó treinta años atrás, se embolsó una buena cantidad. Ella apostó que Sol lo lograría mucho antes. Y así fue, para pasmo de los que pudieron verlo y del que lo grabó en video, con el propósito de presentarle pruebas a los organizadores. 

Bruno Romano le llevó café y unas donas hasta el escritorio la mañana del miércoles. Sin darse cuenta de que varios pares de ojos estaban pendientes de cada uno de sus movimientos. Lo vieron sentarse a medias sobre la orilla del escritorio en el estrecho cubículo y sonreírle con dulzura al preguntarle a Sol si le había gustado la cena. ¡Una cena! 

—¿Y esto? —Haciéndose el tonto, agitó un paquete de diez pegatinas de copo de nieve para ventana. Llevaba encima un trozo de papel mal cortado en el que se leía su nombre: Soledad. 

—El detalle de mi Amigo Secreto —dijo casi a punto de dar pequeños saltos sobre el asiento—. Preciosos, ¿verdad? Y brillan en la oscuridad. —Pero en cuanto lo dijo, enrojeció y se los quitó de la mano—. Es lindo... —musitó, como si tuviese que defender que le encantaba todo aquello.  

—¿Me daría una pequeña? —preguntó en voz baja, haciéndola parpadear varias veces—. Se la pondré a mi portátil para que brille por las noches cuando trabajemos.  

Creyó que escuchar a hurtadillas la conversación entre ella y la chica de recepción por fin daría frutos y tampoco se le hizo difícil dar con la tienda que mencionó Sol. Al menos ese era el plan para iniciar una conversación sobre el enigmático concurso del que le habló la primera vez, aunque no lo consiguió. A Bruno le encantaba competir en lo que fuera, y si ganaba, mucho mejor. No le importaba comportarse de manera infantil para averiguarlo, aunque si era sincero, empezaba a contagiarse de la actitud pro Navidad de Sol. 

Sin decir una palabra, Sol quitó la envoltura con cuidado y le entregó dos, pero evitó mirarlo en todo momento, aunque no pudo disimular una sonrisa y él tampoco. Otra más.  

—Mire, esto fue lo que recibí. —Bruno le mostró el muñeco de nieve hecho con gomitas azucaradas, pero no le comentó la hilaridad que le causó encontrarlo sobre el escritorio con la dedicatoria: Para mi querido Amigo Secreto. De él colgaba la nota con letras recortadas en papel satinado, muy al estilo de una solicitud de rescate o algo un poco más oscuro—. ¿No sabe dónde venden? 

—¿Le gustan los dulces? —se burló ella, moviendo la lapicera de Señora Claus de derecha a izquierda, para dejarla luego en el mismo lugar y acomodar cada una de las carpetas frente a ella. 

—Después de probar esto, diría que sí. ¿Me acompaña? 

—Le daré la dirección —dijo Sol, queriendo controlar los golpes que daba su errático corazón por la cercanía de ese hombre.  

—Si no le molesta, necesito de su opinión para elegir algo similar para mi amigo. 

—En lo absoluto. Iremos después de la reunión. 

—Si vamos después de las cinco, podríamos comer algo por allí. No quiero hacerlo en el hotel. —Lanzó el anzuelo, optimista de que aceptara para ofrecerle una primera cita unos días después. 

—Debo ir a casa de mi mamá para la asignación de platos, pero podría acompañarme si gusta.   

—No comprendo. —Llegó su turno de parpadear repetidas veces y creyó haber tenido algún problema de arritmia cardiaca, porque sí, era verdad que Sol le parecía atractiva, pero de allí a conocer a su familia... —¡Sí, claro! —Se escuchó a sí mismo, allá a lo lejos—. Me encantaría. —Su boca parecía tener vida propia. 

 

Horas después, estaba sentado en el centro de un sofá con tapiz de rosas amarillas, con dos hombres mayores uno a cada lado y otro frente a él de casi diez años menor que él, todos con cara de pocos amigos. El primero, expolicía retirado y el otro, militar de reserva, se lo habían repetido un par de veces suponiendo que no le había quedado claro desde el inicio.  

La madre de Sol, Norma, parecía salida de un cuento: amable, dulce y derrochando cariño hasta con la mirada. El parecido entre ambas era impresionante y una imagen bastante atrayente si envejecía de esa manera. Dos niños corrieron hasta él y lo saludaron, uno con las manos pegajosas de chocolate y el otro con una broma de toque eléctrico del que tuvo que contener el grito de espanto que le provocó. No tardó en descubrir que no le pasó por alto a ninguno y supuso que, con ello, ganó puntos, porque la madre de los niños le sonrió complacida antes de llevarse a Sol hasta la cocina, donde estaban más mujeres reunidas. 



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En el texto hay: navidad, jefe, romance

Editado: 18.12.2021

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