Ya había pasado un día y Jamileh y su amiga Farah, habían tenido una noche terrible. No habían pegado ojo, pues tenían mucho miedo de que alguno de los bárbaros pudiera entrar a la alcoba y hacerles algo. Se habían vestido con chilabas y burkas (velo que sólo muestra apenas los ojos) negras; pues no quería llamar a la atención de los talibanes.
Habían cerrado la puerta de la habitación con llave pero aún así, sabían que eso no sería barrera para tipos tan bien armados y tan salvajes como esos.
-Farah, creo que hoy deberíamos de irnos de esta casa- le dijo a su amiga en voz baja.
Farah la miró asustada y luego dirigió la mirada hacía la puerta. Lo cierto era que aunque Farah vivía en los Estados Unidos, tenía la cultura afgana muy arraigada. Aún en occidente ella y su madre vestían con ropas árabes y eran algo sumisas con su padre, aunque este era muy cariñoso con ellas. El recordar eso, hiso pensar a Jamileh en Bashir.
Quizás no todos los afganos eran malos, pensó la chica.
Aunque Bashir no era sólo afgano, sino que era un talibán y la reputación que tenían, no era la mejor.
Jamileh penso en cómo habían secuestrado, prácticamente, el internet y las telecomunicaciones, pues su amiga y ella no se habían podido comunicar con el mundo exterior desde sus móviles. Esas personas eran de lo peor, pensó la chica.
Farah estaba buscando algo en su bolso y Jamileh vio que sacaba un frasco con pastillas.
”Genial”, pensó Jamileh, “por fin nos iremos de esta prisión”
sigilosamente, caminaron hacia la puerta para abrirla y Jamileh sacó la cabeza para asegurarse de que no había moros en la costa … y se topó con la asqueante mirada de Hammed.
”Mierda!” maldijo la chica y se incorporó para abrir del todo la puerta.
El árbaro estaba sentado en el mueble comiéndose un sándwich, que al parecer el mismo había hecho.
-valla, pues si saben hacer cosas básicas sin ayuda de una mujer-dijo Jamileh al desagradable tipo, mirándolo con sorna.
Hammed se paró como un resorte y fue hacia ella hecho una furia, la tomo del pelo y la lanzó hacia una esquina, con mucha violencia.
Farah se llevó una mano a la boca y Jamileh sintió que algo se le clavó en las costillas cuando chocó con una silla y calló sentada, con las manos en el piso. Lo miró horrorizada.
Este tipo no era tan paciente como Bashir, pensó la adolorida joven, así que lo mejor era irse con cuidado.
Se levantó con dificultad ajustándose la ropa y bajó la mirada para decirle:
-lo siento señor, perdone mi estupidez, es que estoy muy nerviosa…-
El tipejo la miró con altanería y le dijo:
-no busque excusas a tu falta de decencia, asquerosa americana, ya se que las mujeres allá, quieren ser iguales a los hombres pero no son más que un débil y putrefacto pedazo de carne.- Jamileh se sobrecogió al escuchar con el odio que ese hombre se refería a su género, y tomó aire para calmarse y continuar con su plan.
-lo siento señor, no es mi culpa, así me criaron, pero trataré de ser una mejor mujer de ahora en adelante. No quiero que me vuelva a pegar, por favor.- El escupió en el piso, a sus pies, como demostrando su desprecio y volvió a sentarse para seguir comiendo su emparedado:
-Señor, puedo traerle un vaso de agua o de jugo para que acompañe su emparedado?-Él sin levantar la mirada, tan sólo contestó:
-jugo-Jamileh sintió un infantil deseo de sacarle la lengua pero se contuvo y fue hacia la cocina, haciéndole señas a su amiga para que la acompañara.
-la afgana se queda aquí, necesitas ayuda para hacer una tarea tan simple, inútil?- Le dijo el desagradable hombre.
Jamileh miró a Farah con pavor pues ésta tenía las pastillas para dormir que la chica planeaba hecharle, a la bebida del tipo. “Mierda”, volvió a decirse la joven, maldiciendo su mala suerte.
Farah en un aparente momento de iluminación, comenzó a caminar hacia una silla y chocó a propósito con una lámpara que había en medio, cayendo luego al piso, en una astuta representación, aprovechando esta maniobra, para dejar caer el fraseco hacia Jamileh.
-estás bien, amiga?- le preguntó Jamileh, acercándose para ayudarla a levantarse y así aprovechar para tomar el frasco, disimuladamente.
-déjala gringa, y ya déjense de estupideces y tú ve por mi jugo.-
Jamileh se levantó con rapidez y fue a la cocina. Vacío un poco de jugo de naranja en un vaso y con ayuda de una cuchara, molió 6 pastillas muy potentes para el sueño, y se las puso al líquido naranja. Luego, echó las otras pastillas del frazco en el agua y en la botella de jugo y los removió, esperando que se deshicieran con el tiempo en los líquidos. No sabía si las cosas le saldrían bien a la primera.
Se apresuró a llevarle el jugo al asqueroso talibán:
-ponlo en la mesa frente a mi- le dijo Hammed, mirando el vaso, con una media sonrisa. Luego miró a Jamileh por unos minutos que a la chica le parecieron eternos, pero finalmente, tomó el recipiente con el líquido naranja, con una de sus manos.
Luego lo llevó hasta su boca, pero al último momento se detuvo.
-pasa algo, señor?- le preguntó Jamileh, sin poder disimular muy bien sus nervios.
Farah, que estaba sentada en una silla retorciéndose las manos, miraba la escena con ojos asustados. Entonces Hammed dijo.
-una buena mujer islámica, prueba lo que su hombre se va a tomar para comprobar que esté bueno.- Jamileh dio un instintivo paso atrás y le replicó, hablando muy despacio para controlar su ansiedad.
-señor, pero yo aún no soy esposa de nadie, pero si quiere que lo pruebe, lo haré- fingió seguridad para eliminar cualquier sospecha, de la desconfiada cabeza del hombre.
El sólo se quedó mirándola y finalmente ella tomó el vaso, pidiéndole a Dios, que el efecto de un sorbo no surtiera efecto tan rápido. Se llevó el vaso a los labios y tomó un pequeño trago, escuchó como Farah dejaba de respirar por unos segundo.