En la actualidad, 4 años después…
AXEL.
Estoy en mi despacho, el día ha sido largo, pero no hay tiempo para detenerme. Tengo una intervención costosa y delicada por organizar, un niño de seis años cuya vida pende de un hilo.
Franc está frente a mí, escuchando mientras le explico los detalles. No dudo ni un segundo cuando le digo que aprobaremos la operación, sin importar el costo. Estoy casos son difíciles.
—Dicen que no hay huecos. —Suspira indignado.
—Lo haremos a las seis de la mañana, dos horas antes de las programadas, en dos días —le digo, y Franc asiente sonriente, como siempre lo hace. Su lealtad y eficiencia son invaluables.
—Excelente. Organizaré todo, no te preocupes —responde, con la tranquilidad de quien sabe lo que se espera de él.
Le agradezco con un asentimiento.
La conversación cambia de rumbo, y le pido que ajuste su agenda porque en dos días, después de la operación, partimos a España para una convención médica en Madrid.
Franc asiente nuevamente, tomando nota, y se dirige a la puerta para salir.
—Hablamos luego, Axel —dice, con una media sonrisa antes de irse. —Iré a hablar con los padres del chico.
Me recuesto en la silla, tratando de absorber un poco de la paz que siempre he encontrado en mi trabajo. Pero no pasa mucho tiempo antes de que la puerta vuelva a abrirse. Esta vez es Camila, una amiga y colega. Su presencia siempre es un alivio, aunque hoy noto algo diferente en su expresión.
—¿Tienes un momento? —pregunta, y yo levanto la vista de los papeles que estoy revisando.
—Claro, Camila. ¿Qué necesitas?
Ella se sienta frente a mí, cruzando las piernas con elegancia, y noto una leve sonrisa en su rostro.
—Pensé que después de un día como este podríamos salir a tomar una copa. Relajarnos un poco.
Aprecio la intención, de verdad lo hago, pero tengo demasiado en mente, demasiadas cosas que organizar, y no puedo permitirme distracciones.
—Gracias, Camila, pero tengo mucho trabajo pendiente. Quizás en otra ocasión.
Puedo ver la decepción cruzar su rostro, aunque trata de ocultarlo. Camila ha sido una gran amiga, pero sé que sus sentimientos han ido más allá de la amistad. Y aunque lo he notado, no he hecho nada para alentarlos, porque mi corazón no está libre.
Desde que asumí la dirección del hospital, mi vida se ha convertido en un torbellino de trabajo incesante. No hay espacio para nada más, ni siquiera para los sentimientos. Dedico cada minuto a salvar vidas, a gestionar crisis, a lidiar con las infinitas responsabilidades que este puesto conlleva. Es lo único que me mantiene en pie, el único antídoto contra el vacío que Isabella dejó en mí. Si no fuera por este trabajo, sé que habría caído en una depresión de la que no podría haberme recuperado.
Cada día me sumerjo en un mar de informes, cirugías, reuniones y proyectos, intentando olvidar, pero su recuerdo persiste, como un eco constante. No puedo permitirme pensar demasiado en ella porque duele. Porque si me detengo, si bajo la guardia aunque sea un momento, sé que el peso de su ausencia me aplastará.
Camila parece dudar un momento, y entonces su tono cambia, su voz baja, como si las palabras que está a punto de decir pesaran más de lo habitual.
—Axel… —comienza, y mi estómago se tensa al escuchar mi nombre dicho de esa manera—. ¿Es que nunca vas a olvidar a Isabella?
El nombre de Isabella resuena en el aire, golpeándome con fuerza. No importa cuánto tiempo pase, sigue siendo como una herida que no termina de sanar. Trato de mantener la compostura, pero sé que Camila puede ver la sombra que cruza por mi rostro.
—Entiendo que fue difícil para ti… —continúa, con su voz más suave, casi compasiva—. Pero ella se marchó, Axel, te dejó. No es justo que sigas aferrado a ese recuerdo. No es justo para ti.
El silencio entre nosotros es denso, lleno de las palabras que no quiero decir, de los sentimientos que he guardado en lo más profundo. No quiero discutir esto con ella, no quiero exponer lo que llevo dentro. Pero sé que Camila lo hace porque se preocupa, porque quiere ayudar.
—Camila… —respondo finalmente, en voz baja, una voz cargada de un cansancio que no tiene nada que ver con el trabajo—. No se trata de olvidar. Lo que Isabella y yo tuvimos… fue real. No es algo que simplemente pueda dejar atrás. La intensidad de su amor, fue la que hizo que se marchase.
Ella me mira, y sus ojos buscan los míos, intentando encontrar algún punto de quiebre, alguna puerta que yo pueda abrir para ella. Pero no hay nada que ofrecerle, porque lo que queda de mí aún está atado a un pasado que no puedo, ni quiero soltar.
—Aprecio tu preocupación, de verdad. Pero este es un asunto que debo manejar a mi manera.
Camila suspira, rendida ante la cruda realidad. Sé que no es lo que quiere escuchar, pero también sé que me entiende, a estado a mi lado desde el primer día.
Ella se levanta, y trato de suavizar el momento con una sonrisa que no llega a mis ojos.
—Nos vemos mañana, Axel. Que tengas una buena noche.
—Igualmente, Camila —respondo, observándola salir.
Cuando la puerta se cierra, me quedo solo otra vez.
La luz del atardecer se refleja en las ventanas, bañando la habitación en un tono dorado que debería ser reconfortante, pero no lo es. Pienso en Isabella, como siempre lo hago cuando la noche llega y el ruido del día comienza a desvanecerse.
Ella es una sombra persistente, un eco en mi corazón que no se apaga. A veces, creo que si cierro los ojos con la suficiente fuerza, puedo volver a sentir su presencia, su risa, incluso el calor de su piel junto a la mía.
Respiro hondo, intentando regresar al presente, a la montaña de papeles que me espera en el escritorio. Este trabajo, esta responsabilidad, es lo único que me mantiene avanzando, aunque a veces siento que estoy atrapado en el mismo lugar, incapaz de moverme realmente hacia adelante. Hace un año que debería estar en Alemania trabajando y dirigiéndo los hospitales de mi familia allí, pero no puedo abandonar Roma.
Editado: 15.12.2024