Amor en el alma

002.

"Mariposas en el estómago, vaya metáfora de porquería, más bien parecían abejas asesinas"
 


Hermosas criaturas – Ethan Wate



 

Mariposas con alitas de algodón.

7 de octubre del 2018.

Comenzaron las clases, empecé de nuevo en un colegio un tanto más cerca de mi casa. Todos pensarían que sería la chica solitaria, desayunando sola el primer día, pero no fue así, en lo absoluto, incluso, durante gran parte del día, me sentí como una especie de centro de atención, muchos se acercaban a mí con buenas intenciones amistosas, o al menos eso era lo que yo creía, sin embargo, ese día conocí gente que jamás volví a saludar.

Pero yo ya tenía amigos en aquel sitio, tenía mi vida entera viviendo acá, me mudé de escuela, no de país.

Ahí estudiaban personas que conocí en instituciones donde estudié anteriormente, cuando dije "empecé de nuevo" me refería a que era la cuarta vez que me cambiaba de colegio desde que empecé el bachillerato.

También había personas que vivían cerca de mi casa, y la mayoría de mis compañeros de trabajo, que por cierto, dos de ellos se convirtieron en mis hermanos políticos, e incluso estudiábamos juntos. Íbamos a todos lados juntos, entrabamos a clase y hacíamos todos los deberes en equipo entre nosotros, la verdad fuimos muy unidos.

A mí mejor amigo le dio un ataque de celos, casi ni me habla desde que me vio con ese par de imbéciles.

Pero, Eliam, también fue un grandísimo imbécil, fue muy egoísta, en mi opinión. Yo estuve para él siempre, incondicionalmente lo apoyé en cada situación y estuve con él en cada caída, y él no podía ser un poco tolerante.

Tenía sus amistades, claro que las tenía, y me ignoraba por ellas, mientras yo apartaba tiempo para compartir con él, él dejó de tomarme en cuenta, hasta el punto de ni siquiera saludarme, de caminar por los pasillos y tener que ignorarme por completo, como un par de completos desconocidos que jamás tuvieron nada en común.

Y dolió. Por supuesto que dolió.

No solo dolía, quemada, ardía.

Era una sensación dolorosa y desagradable que se adentraba en mi pecho con fuerza y agresividad, como si solo fuera una voz que no se podía escuchar, una voz casi imperceptible que solo se sentía, y decía:

—Estás sola, esta noche y todas las demás.

Y me aturdía, claro que lo hacía. Aún sin poder escucharla, podía sentirla, podía sentir un hilo romperse dentro de mí, sin esperanza alguna de poder reconstruirlo de algún modo.

Algo se quebró en mi interior y no sabía cómo remendarlo, no supe como reparar ese daño, pero era solo el comienzo de mi sufrimiento, aún me quedaban penas por conocer; aún me faltaba aprender y estaba claro que a mi sensibilidad le correspondería expandirse aún más. Aunque no dejaba de sentir y de ser cada vez más humana.

¿Y cómo iba a suceder eso sin dolor? ¿Cómo me iba a hacer más humana si no lloraba? ¿Cómo sería más real si mi vida era perfecta o era un cliché?

No todo es fácil, no todo se da como queremos y nos damos cuenta cuando ya hay daños irremediables y somos totalmente vulnerables y quebrantables con cualquier pizca de dolor que se avecine.

Genial.

Resultó ser un idiota también, a pesar de haberle confiado todo, sentí un vacío intenso y profundo que no supe con que llenar ni con las más grandes tazas de café, ni con todas las madrugadas. ¿Valdrían la pena mis lágrimas en este momento o solo era un capricho?

Yo lo quería, en serio lo quería como a un hermano, con toda la intensidad que me nacía, por eso dolió tanto darme cuenta de que no era igual, de que él no estaba dispuesto a disfrutar conmigo cada alegría de mi vida y reír fuerte por mis chistes malos, después de todo, fue como si no me hubiese querido ver sonreír jamás, como si toda nuestra amistad hubiese sido una farsa, una fachada.

Una dolorosa y cruel mentira a la que tenía que acostumbrarme para poder lidiar con esa máscara cada día.

Dolía acostumbrarse a alguien y luego ya sentirlo lejos. Y no solo sentirlo lejos, no tenerlo siquiera era lo más atroz de todo este dolor.

Entonces si, en algún momento dejó de doler; estaba claro, y esa luz incandescente dejó de parpadear en mi mente por un buen tiempo, —al menos por esa razón— y me concentré en mi amistad con los otros dos desquiciados que me levantaban el ánimo al llegar al colegio. Pero no siempre fueron ellos, también llegó alguien más.

Me hicieron llorar de la risa, tanto que casi nos sacan de clases innumerables veces por esa razón, y no los culpo, fueron y son los mejores, disfruté demasiado con ese par, los quise de maneras innombrables; a mi manera, mi forma de querer siempre fue rara, pero sincera, aun si parecía de otro mundo, yo estaba ahí siento íntima y genuina; entregando confianza con demasía y desenfreno. Ya no tenía que perder, me tenía a mí misma y eso era lo importante.

Ellos eran Jesus y Saúl, un par de morenos tontos que habían sido mejores amigos desde siempre, vivían en el mismo edificio y de vez en cuando compartían pisos.

Jesus era la clase de chico de último al que le gustaban las niñas de primero, era obvio que todo el instituto lo molestada con eso para irritarlo.

Es que, ¿Quien en su sano juicio haría eso?

En ocasiones, era algo «Perra» pero un buen tipo, eso sí, un corazón de pollo, al igual que yo; coincidíamos mucho, para ser sincera, era una conexión extraña pero me gustaba. Lo amé y lo amo muchísimo, con cada fragmento de mi ser, siempre ha estado en mi top de personas favoritas.

Tenía una personalidad escandalosa, para nada irritante. Moreno, alto; más o menos de 1.70, de ojos oscuros, un poco gordito y robusto. En mi opinión, tenía una contextura y un porte poco común, aunque transmitía seguridad, liderazgo e imponencia por donde fuera que pasara.

Al igual que Saúl, pero Saúl, a diferencia de Jesus, tenía una figura más delgada y medía 1.56.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.