"Voy a llorar sin prisa. Voy a llorar hasta olvidar el llanto y lograr una sonrisa"
Sara de Ibáñez
Lloré.
Y de nuevo me derrumbé, todas mis fuerzas cayeron como si fueran una de mis lluvias internas, y sí que fue una tormenta horrible. Donde los truenos no cesan, y los relámpagos son la única luz que ilumina mi interior en estos climas emocionales. ¡Qué tiempos estos!
Desearía con todas mis fuerzas no haber hablado, desearía de manera sobrehumana no haber llamado, no haber abierto la boca para espetar ninguna palabra sensible; me siento sucia por toda la vulnerabilidad que me embarcaba. Siento que jamás dejará de llover.
Pero eso soy, así nací: llorando.
Soy una llorona profesional, es ese mi mayor talento, aparte de derrumbarme y desmoronarme, hacerme pedazos y martirizarme a mí misma.
Me siento tan aferrada a mi sensibilidad y a mis lágrimas, que siendo sincera, me aterra la simple posibilidad de llegar a vivir una vida sin poder sentir, sin poder ser empática y reflejar como espejo los sentimientos de los demás.
Lavar mi boca con jabón no será suficiente para dejar de sentirme sucia y vulnerable; jamás nada podrá secar mis sentimientos, y en parte lo agradezco.
Agradezco que sean mis emociones las cualidades más características y originales; no estoy acostumbrada a ver a las personas como un trozo de carne, jamás lo hago, porque sé que no es lo que somos, somos más que piel y huesos, nuestro corazón no solo está ahí para bombear sangre, sino también para sentir, para amar, para reconocer que valemos mucho más por lo que pensamos y sentimos que por cómo nos vemos; si vestimos de etiqueta, calzamos de marca o tenemos el mejor celular del momento.
Agradezco no ser una persona vacía que busca llenarse con el dolor de los demás y la miseria, a pesar de haber nacido en una época donde todos conocen los deseos de la carne y fingen amor para obtener lujuria, para saciar sus deseos y fetiches lascivos, aun sabiendo que ni todo el sexo del mundo los llenará como persona. Lloré. Lloré porque se burlaron de mí en la escuela, por ser llorona, por extrañar a mis padres y no querer estar ahí con aquellos niños que fingían ser mis amigos.
¿A qué jugaban? Se burlaban de mis lágrimas fugaces de sentimientos revueltos, me hacían sufrir de una manera muy cruda y revivir los peores ratos y recrear en mi memoria mis más oscuros traumas, rememorando mis fobias.
¿Para qué? Cuando dejaba de llorar ya jugaban conmigo, me pedían la tarea, tomaban de mi agua y también compartí mis juguetes, mi desayuno y mis materiales con ellos. Pero, ¿Quién se detuvo a preguntarme lo que sentía? Nadie lo nota porque solo era eso: llorona.
Estaban jugando a cuestas, sentía que solo acudían a mí para obtener algo, que era una fuente de deseos y necesidades para todos. Y luego me llamaban odiosa.
Me llamaban odiosa porque ya no quería tener amigos, porque ya no estaba interesada en relacionarme con ellos, se habían aprovechado de mí desde que demostré lo que era en realidad.
Y es que esto es lo que soy, lo único que sé, letras y poemas, imágenes y diseños digitales, fotografía artística. ¿Qué piensan? Que ahora pueden obtener algo de mí porque notan que no les pedí ayuda en el momento de querer llevar a cabo cada uno de mis proyectos, cada uno de mis sueños. Yo sola materialicé esto, y no puedo negar que tuve ayuda de personas que ni siquiera conozco.
Si digo que más nadie obtendrá nada de mi miento; miento cuando digo que no ayudaré a más nadie que me necesite. Sigo siendo esa amiga estúpida, que está aunque le hayan causado dolor y como una copa frágil la hayan lanzado al suelo; creen que con un "Lo siento" volveré a reconstruirme.
La verdad no es lo que necesito, no son las personas que necesito en mi vida.
¿Qué haría? Me sentía de nuevo una liceísta, de nuevo lloraba lágrimas de sangre y me sentía culpable por cosas que no hacía. Me sentí mal por corazones que no rompí y amigos que jamás traicioné.
Estaba ahogándome entre mis propias lágrimas, y estaba haciendo hasta lo imposible para mantenerla tibia, y no morir de un resfriado.
Perdí tanto tiempo llorando por personas que sabía que no siempre iban a estar para mí, que mi madre tuvo que secarme las lágrimas y decir:
—Que cada vez que llores sea por ti, no vale la pena llorar por los demás, hoy están ahí pero mañana no lo sabes. El futuro es incierto y no te puedo decir que no vas a sufrir, pero si te puedo garantizar que mientras esté viva tendrás una amiga que te apoyará incondicionalmente.
Mi mamá también suele decir que no dependo de nadie, que no vale la pena llorar por los demás cuando puedo sonreír por mí misma.
Mi mamá me enseñó a no demostrarle nada a quien no lo merezca, ella siempre me dice que no me preocupe por cobrar el daño que los demás hacen, que los judas se ahorcan solos, pero ¿Seguro de que somos nosotros las razones por las que ellos se suicidan?
En realidad nunca lo sabremos, cada quien hace lo que quiere en el momento que quiere, y es un martirio atosigante y horrible cuando uno se siente culpable por cosas que no ha hecho, es cierto, eso solo lo puede sentir una buena persona; alguien empático, que sabe ponerse en el lugar de los demás.
Las cosas cambian y la vida no se detiene para nadie, en absoluto; aunque alguien muera hoy, otra persona vive y un nuevo ser humano nace. Y es así, al parecer, todos somos reemplazables en este mundo, la mayoría de las personas solo buscan alguien con quien llenar su vacío existencial, aun sabiendo que todos somos diferentes a pesar de ser tan iguales y tan básicos. ¿Originales? Nadie es completamente original, comemos comida que alguien más inventó, usamos ropa que alguien más diseñó o la elaboramos con telas que alguien más tejió.
Sin embargo, seguimos queriendo aparentar que somos azúcar en vez de sal.