"Me volví loco, con largos intervalos de horrible cordura."
Edgar Allan Poe
Amor con locura.
Caminando por las calles de una pequeña parroquia de La Guaira, nos reíamos a carcajadas como un par de anormales de una manera tan inconcebible y quimérica que estremecería las reglas y los dogmas establecidos a nivel mundial; derrumbaría las barreras más absurdas y nauseabundas de la repugnante cordura que a diario amenaza con contagiarnos a todos, sin tener nada que hacer, sin oficio alguno.
Con ocio deambulábamos entre las calles y las favelas que nos hacían sentir tan pequeños dentro de este universo de medios mundos.
Diría que cada persona es un mundo, los locos seríamos lunáticos que imagináramos anillos de Saturno alrededor de nuestros dedos; como si nuestras huellas fueran almas y nuestro tacto fuese energía. Pero todos estamos rotos, a nuestro modo, pero lo estamos. Somos medios mundos o mundos completamente rotos que buscan un sosiego para los gritos ahogados que drenan en nuestro interior cuando se rompe una nueva pieza, cuando se quiebra un nuevo átomo de nuestro cuerpo.
¡Y hay tantas personas esperando que las estrellas brillen para ellos! Y tantas estrellas esperando que aprendamos a brillar por nuestra propia cuenta...
Pero somos demasiado estúpidos como para darnos cuenta de que somos sal y luz.
Sal de la tierra; luz para la humanidad. Somos una guía, ayuda y sustento para los demás y nosotros mismo. Somos esa voz, ese grito de la humanidad, no dejemos que nos callen, que apaguen nuestro brillo o que quiten nuestro sabor.
¡Teníamos un sentido del humor tan inverosímil! Parecíamos un par de comediantes de Comedy Center, —o más bien, parecíamos parte del público. Si, a ese que le pagan por reírse. La diferencia es que nadie nos pagaba por eso, éramos locos, pero felices. Lo éramos porque lo queríamos, no queríamos formar parte de un circo que se esconde tras sus máscaras de payaso y juegan a ser felices pero solo es una fachada. — y no me apenaba, jamás me hicieron sentir mal con llamarme loca o con ser diferente; quienes lo intentaron no lo lograron, fallaron en la prueba.
Siempre me sentía asqueada de tener gente normal y aburrida a mi lado, no tuve intenciones de cambiar esa cualidad, ni ninguna otra que fuera característica de mí, ni propia de mi personalidad; sería siempre la misma, aún si el sol se apagara y se encendiera uno nuevo.
Sería empre la misma cara ante mis amigos, mi familia y ante Dios. Me prometí no mentirme, me prometí no fallarme, me prometí no reprimirme. Prometí que jamás ocultaría mi esencia, y me vestí de mí. Me quité la máscara. No callé más.
Me prometí ser honesta conmigo misma y desde ese entonces, nunca más volví a dudar de mí, ni de la capacidad que tengo de enseñarme a mí misma, ni de mi talento, ni mi manera de pensar.
Mi locura me hizo sentir completa, y llenó el vacío que había dejado aquellas porciones pequeñas de cordura y sano juicio que embriagaba pequeñas extremidades de mi consciencia. Nací con una espontaneidad que me hizo entender que era lo único que necesitaba para ser feliz realmente, ser yo misma sin detenerme a repasar demasiado en los rumores dañinos que giraban en torno a mí; y me hizo más fuerte.
Era básicamente eso, es ley de vida.
Necesitamos amar con locura, y locura en el amor; es cierto, dicen que el amor y la risa lo curan todo, y la depresión no son una excepción.
«El amor y la risa lo-cura-n todo, ¿Entiendes? Locura. »
Ay ya, me río yo misma de mis propios chistes, cuando sea una comediante famosa no les voy a hacer caso.
Por favor, ya quítenme el internet, o no sé qué ocurrirá con aquellos que me leen contantemente y me ven como una persona admirable, un modelo, una guía para sus pasos. Me gustaría decir que sí, pero no puedo ser la brújula de nadie, aún no se ni por donde caminaré yo, ni donde me pararé a descansar; si es que lo hago.
¿Y si me averío? Estoy dañada yo también.
¿Se perderían sin mí?
¿Llorarían por mí y atravesarían mares y desiertos? ¿Dejarían de dormir para despertarme como lo hago yo con ustedes?
¿Me enseñarían a brillar como lo hago con quienes me rodean si los veo opacarse?
¿Evitarían que me lance del acantilado?
¿Me salvarían?
¿Me acompañarían al lado oscuro de la luna?
No intento salvar su vida, no intento sacar a nadie de su malestar emocional ni de sus crisis existenciales; mi misión es que cada día se levanten con las pilas bien puestas, con nuevas ganas y nuevos proyectos.
Quiero que se vean a sí mismos como la octava maravilla de mundo, como una historia jamás escrita que merece ser contada, como un poema jamás recitado.
Somos una canción que merece ser escuchada e inundar con la melodiosa sinfonía de nuestra voz los oídos de un mundo que necesita aprender a valorar verdaderas obras de arte y despegarnos de las distracciones vanas que dañan nuestra psiquis, llenándola de basura y contenido poco productivo.
Intento que aprendan a levantarse por sí solos, que vuelen en su propio aire y no esperen que alguien más sople para que planeen sin motor.
Quiero que comprendan que valen mucho, sin importar nacionalidad, sexo o color.
Quiero que sean más que suspiros, que sean los mismísimos cuatro vientos, que sean los cuatro puntos cardinales, que sean su propio camino; su propia dirección, su propio rumbo.
Quiero que aprendan por si solos, que no dependan de nadie y se llenen a sí mismos; con amor, con cariño, con muestras de afecto y abrazos hacia sus propias inseguridades, a sus miedos más oscuros y siniestros.
Intento mostrarles su valor y enseñarles a querer con todo el fuego infernal de nuestro pecho; nuestro corazón es un infierno, un caos caluroso que arde en altas temperatura. Es difícil entender esto, pero cuando queremos demasiado o quemamos o nos quemamos.