Como si el destino nos diera una mano encontrámos una motocicleta en un almacén del fondo de la parte de arriba de la comisaría. Estaba en perfectas condiciones y además tenía el tanque lleno.
Simplemente abriremos la puerta y saldremos disparados como un cohete. Afuera los muertos disminuyeron considerablemente.
Estamos armados con un fusil de asalto que yo llevo a la espalda, mientras mi novia porta dos pistolas automáticas; nos preparamos para salir. Procurando hacer el menor ruido posible destranque la puerta de dos hojas y la abrí sin más para correr inmediatamente a montar la moto donde Donna me esperaba con el motor rugiendo entre sus piernas, tomé el mando.
—¡Son muchos! —. Chillo ella, ese grito encajó a la perfección con el patinazo que dieron los neumáticos al tiempo de acelerar.
Salimos raudamente sorprendiendo a los cadáveres andantes, la consigna era llegar al puente que cruza el río para entrar a la ciudad.
Toda la zona estaba rodeada. Debía haber unas cuantas decenas de engendros que al vernos comenzaron a avanzar hacia nosotros arrastrando sus pies. Donna se agarró con fuerza de mi cintura mientras aceleraba esquivando a los apestosos muertos que al percatarse de nuestra huida empezaron a cerrarnos el paso dando tumbos.
Los zombis se habían agrupado como un enorme enjambre sin fisuras. Entonces Donna sin dejar de agarrarme, con la diestra abrió fuego. Como títeres a los que les hubieran cortado los hilos, los necrofagos malditos comenzaron a caer uno después del otro, abriendonos el camino.
Pero era evidente que no lo lograriamos. Entonces la pistola automática hizo “clic” anunciando que el cargador estaba vacío. No lo pensé dos veces y le pedí a mi amor que se sujete bien, volví el rumbo hacia la derecha y maniobrando con pericia logramos salir de la multitud maligna hacia el centro de la urbanización, para retomar la ruta por otro lado y así llegar al al tan anhelado puente.
—¡Lo logramos! —. Donna grito de felicidad, yo también estaba completamente eufórico; tanto que no me di cuenta de que adelante estaba un pedazo de concreto y el neumático delantero lo impactó, haciéndonos volar por los aires. Echo un ovillo rodé por el suelo y terminé chocando contra la enorme rueda de un camión destrozado.
Algo adolorido me levanté de un salto y pude ver que Donna se encontraba tirada en el suelo a varios metros de distancia y no se movía. La motocicleta yacía en el suelo con la rueda delantera doblada.
Los gemidos y el hedor nuevamente, ¿Donde estaba mi fusil de asalto?, seguramente lo perdí cuando nos estrellamos. Pero ahora no podía preocuparme por eso, dos engendros avanzaban lentamente hacia el cuerpo de mi novia. Corrí hacia ella.
—César... —. Dijo alzando la mirada y con un hilo de voz.
—Vamos mi amor —. Le susurre ayudándole a ponerse de pie. Nuevamente el destino a nuestro favor, mi amada conservaba la otra pistola automática, pero había más, desde donde estábamos localize el fusil, así que rápidamente lo recuperé y regresé con Donna.
Localizamos un surtidor de gasolina como a trescientos metros y allí nos dirigimos, el cercado metálico que lo rodeaba nos proporcionaría algo de seguridad. La puerta de la verja estaba sin ninguna tranca. Entramos y la clausure amarrandola con unos alambres.
Los dos zombis tambaleantes se recortaban a lo lejos viniendo desde donde estaba la moto accidentada. Y detrás de ellos varias decenas más, todos muy concentrados en su futura comida.
—¡Ya vienen! —. Grito ella y quitó el seguro a la pistola.
Yo apoyé mi rodilla en el suelo mientras descolgada el fusil de mi hombro. Las posibilidades que teníamos eran mínimas, por no decir ninguna. Tenía las manos pegajosas por el sudor.
La horda de muertos vivientes avanzaba hacia nosotros inmutables.
Donatella tenía la pistola con una carga de 30 balas y yo en el fusil unos 40 proyectiles, por si fuera poco era un pésimo tirador, todos los zombis que abati cayeron casi en un cuerpo a cuerpo y con mucha suerte de mi parte.
Ella comenzó a disparar, mientras yo calculaba mentalmente nuestras posibilidades, 70 proyectiles contra una horda de cientos de putrefactos cadáveres andantes...
Súbitamente sentí un doloroso coscorron en mi cabeza.
—¿Que verga estás haciendo? —me gritó Donna —¡Apuntá dispará pelotudo! ¡Dispará! ¡Dispará y dejá de hacer mamadas! —. Mi novia era así, amorosa y tierna. Pero cuando se asustaba o se enojaba podía usar el lenguaje de un camionero con una facilidad asombrosa.
Me puse en posición y apunte hacia la multitud voraz. Hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos todos se mezclaban en un eterno océano de rostros diabólicos. Las criaturas arrastraban sus pies con pasos rígidos y torpes, se movían penosamente con el único objetivo de devorarnos. Los gemidos que salían de sus gargantas ponían los pelos de punta. Daba terror observar sus ojos blancos y muertos sin un ápice de sentimientos.
Los primeros disparos fueron un desperdicio, pero los siguientes mejoraron. Los cuerpos caían desmadejados sobre el suelo.
Sin embargo los muertos vivientes habían avanzado demasiado. Nunca fui creyente pero al darme cuenta de que nuestra defensa era inútil inconscientemente comencé a orar.
Mire a Donna que estaba terriblemente pálida, ya no tenía balas.
«Se acabó —musito con una tristeza infinita en la voz —, por favor no permitas que me convierta en uno de ellos.
El enjambre de muertos ya estaba muy cerca.
No hacía falta decir más, sabía lo que tenía que hacer. Donatella temblaba cómo una hoja y yo confiaba en que no me tiemble la mano hasta llegar al final.
Con un leve movimiento de cabeza asintió sin dejar de mirarme, había firmeza en sus hermosos ojos negros. «Te amo» me dijo. «Yo también» contesté mientras sentía como mi alma comenzaba a desgarrarse. Después de todo no podremos casarnos. Tenía la visión difusa a causa de las lágrimas que corrían por mis mejillas.