Miro al campo y la veo allí plantada bajo la lluvia, mi cara se descompone poco a poco al ver porque sé que es lo que se le está pasando por la cabeza, lo sé, la conozco perfectamente. Me desbloqueo tras la primera impresión y camino hacia a ella, importándome una mierda la lluvia y que me esté calando los huesos, solo me importa ella, nada más que ella. Pero María se gira y camina hacia la salida huyendo de mí.
María corre en dirección a la salida pero no me rindo y voy tras ella, finalmente la alcanzo agarrando su cintura con mis manos provocando que pare y a la vez se gire para mirarme, quiero que me mire, quiero me diga qué es lo que le pasa. Si mirada me mata, me estruje el corazón haciéndome ver que soy un completo gilipollas por hacerla daño, pero a veces las cosas no son como nosotros quisiéramos que fuera.
Y sale de allí, huye de mí, dejándome con una mano el corazón y la otra en un puño, entendiendo como se debe de sentir, pensando que esto es lo correcto pero que aun así ojalá pudiese borrarlo todo. Ojalá.
Días más tarde…
Oigo las llaves girando y por la puerta aparece Igor. Al verme sentado en el sofá algo desaliñado tuerce la boca. Lleva desde hace unos días, exactamente desde que dejé a María preguntándome que me pasaba, por qué estaba así, pero simplemente no podía responderle, lo único que dije es que María y yo lo habíamos dejado y que nunca más volveríamos a ser algo más que una amistad, si es que llegamos a esto último que a día de hoy creo que no pasará nunca.
Miro el sobre blanco ante mis ojos e inmediatamente me viene a la cabeza María, ha estado aquí, en mi casa y seguro que ha dejado otra de las cartas de mi madre. ¿Pero que habrá pasado importante para recibir una carta?
No aguanto ni un minuto más y abro el sobre sacando el papel escrito. Cuando veo la letra de la hoja no es lo que yo pensaba, ya que la letra no es la de mi madre, la letra de la persona que me ha escrito la reconocería en cualquier parte, en cualquier vida.
Si estás leyendo esta carta, significa que lo nuestro ha llegado a su fin, si es que alguna vez hubo algo. No es una simple carta, sino la confesión que te debo por todas aquellas veces que respondí con un silencio largo a tus suplicas por hablar o por las veces que no supe decirte cómo me sentía.
Me pregunto, ¿por qué sigues ahí doliéndome tanto? ¿Por qué con el paso de los años no conseguí borrarte, olvidarte? No puedo seguir, no puedo y menos sabiendo que ya no estarás a mi lado. Que un nosotros dejó hace muchos años dando paso a un tú y a un yo sin compromisos, sin restricciones, solo tú y sola yo.
Estás pero no. Intento olvidarte, pero tampoco. No puedo hacer lo que me pides, porque tus palabras se han convertido en puñaladas después de un tiempo feliz, un tiempo de volver a ilusionarse, que dejó pasó a un dolor más amargo, un dolor que aumentaba cuando tocó hacer limpieza de cajones y armarios, apareciendo tus recuerdos en no sé qué parte de mi memoria, para convertirme en una criatura sin alma y sin vida, porque así me has vuelto a dejar.
Saber que existes y que ya no puedo tocarte me mata lentamente. No sé cuándo empezó todo a cambiar, no sé qué es lo que pasó durante esa semana separados, pero dejamos de hablar el mismo idioma, tú y yo que éramos la prueba viva de que las almas gemelas existen, de tal para cual, de que el amor verdadero es real y es capaz de superar todos los contratiempos como vivir a kilómetros de distancia o incluso sobrevivir a años y años separados. Nuestro amor seguía permaneciendo, pero cuán equivocada estaba.