-Narra Sebastián-
Escucho los gritos al otro lado de la línea.
-Michel ¡Michel!
Mierda. ¿Qué hago?
Conduzco la moto directo hacía su casa. Voy temblando. Estoy asustado y más inquieto que antes. Y lo peor es que estoy algo lejos. Si conduzco más rápido podría tener un accidente. Mierda me salté un semáforo. No importa. Son casi las nueve de la noche ¿Qué habrá pasado?
Llego a su casa. Llamo y nadie sale. Que va. Me salto la cerca y entro. Igual no hay nadie por aquí. Entro a la casa, camino por la sala y están los cuadros y foto retratos en el piso. ¿Qué pasó aquí?
-Michel. –la llamo. -¿Estás aquí?
Nadie me contesta ¿Será que está en otra parte?
-Michel. –intento de nuevo.
-Sebastián. –me grita Michel desesperadamente desde una de las habitaciones.
Abro la puerta y está ella tirada en el piso en toalla ¡Tiene los brazos cortados!
Definitivamente esto no lo hizo ella.
-Michel. –me tiro al piso con ella.
Está llorando y tiembla muy excesivamente. Está mirando al suelo, busco sus ojos con los míos pero no me mira.
-¿Quieres que te lleve al hospital? –le pregunto.
Ella me niega con la cabeza. ¿Qué hago? Tiene los brazos caídos en su regazo y es como si esas heridas no le dolieran. Está llorando de miedo.
-Estás sangrando mucho. Te voy a curar eso. ¿Tienes algo de primeros auxilios aquí?
Ella me señala una gaveta y encuentro algodón, vendas, gasas… perfecto.
Trato de limpiarle la sangre. Ella no deja de llorar. Las heridas no son tan profundas pero las tiene en todo el antebrazo. En los dos brazos. Como puedo le curo y le vendo las heridas.
-Vas a estar bien. –le digo terminando el último brazo.
Ella se calma un poco y deja de llorar. La miro a los ojos y le seco las lágrimas de la cara. Verla así tan vulnerable me conmueve, ella siempre se muestra fuerte por así decirlo.
-¿Qué pasó? –le pregunto suavemente muy cerca de su rostro.
-Preferiría vestirme primero. –me dice casi murmurando.
Se me olvidó por un segundo que está en toalla. Me levanto.
-¿Puedes sola? –le pregunto.
-Sí. Pero no te vayas del cuarto, sólo mira a otro lado.
-Está bien. –le digo y me volteo a mirar la pared.
Luego de unos minutos interminables…
-Listo. Ya puedes voltear.
La miro y se ha puesto un short negro, y tiene arriba el suéter negro de esta mañana. De pronto siento una necesidad de querer abrazarla. Esto no suele pasar.
-¿Has sabido algo de Jenny? –me pregunta saliendo de la habitación.
La sigo.
-Aún no. –le digo con desánimo.
Miles de cosas pasan por mi cabeza. La veo recogiendo los cuadros y la ayudo.
-¿Estás bien? –le pregunto.
-Mi hermana no se puede enterar de esto. –me dice muy seria.
-¿Por qué? –recojo los porta retratos.
-Se traumaría. –suspira. –No quiero que se involucre en esto.
Terminamos de recoger los cuadros y ella se pone a limpiar la sangre de la habitación.
-No me siento bien. –me dice.
-¿Qué hago? –le pregunto.
-Pon a calentar agua en el microondas. –me dice después de una pausa. –Para tomar un té.
Hago lo que me pide. Luego llega, echa una bolsita de té en la taza y se sienta a tomárselo. Me siento con ella en la mesa.
-Disculpa por haberte hecho venir. –me dice. –Ya era suficiente con lo de tu hermana.
¿Qué? No entiendo nada. Y mi paciencia no es muy buena.
-¿Me puedes explicar qué fue lo que pasó? –le exijo alzando un poco mi voz.
Ella suelta la taza de té.
-Cuando te fuiste entré al baño a ducharme y luego al salir escuché unos ruidos en la sala. Los cuadros estaban caídos y estaba rodeada de demonios que gritaban. Corrí como pude a mi habitación, luego marqué tu número mientras esas horribles cosas me atacaban. Me decían “morirán los tres juntos” “nos quedaremos con las almas de los médiums” cosas así. Hicieron que me cortara los brazos con una hojilla, pero no fui yo, ellos entraron en mí y me hicieron hacer eso. –me dice todo eso inmutada, casi sin moverse. –Sebastián, mi hermana no puede enterarse de nada de esto.
Quedo atónito. Eso nunca me había pasado a mí. ¿Entraron en ella? ¿Por qué los demonios están buscando almas de médiums? Estoy desconcertado y ella parece que le preocupa más el hecho de que su hermana no se entere de nada.
-¿Y cuándo te vea los brazos vendados? –pregunto confundido.
-Por eso me he puesto el suéter. Ella no lo notará por ahora.
-¿Por qué nos dicen médiums? –le pregunto.
-Un médium es una persona que tiene la facultad de recibir espíritus y comunicarse con ellos. Lo que no encaja es que hayan dicho tres.
-¿Quién será el tercero?