-Narra Michel-
Voy saliendo de la Academia Art Music. Llevo puesto un Jean oscuro, una blusa negra debajo de la chaqueta de jean y unas botas negras, un poco altas, pero no tanto como para fracturarme el cuello en una caída. Llevo colgando detrás mi guitarra acústica. El clima está fresco. Me paro en la cera donde los autos pasan tan rápido que debo estar toda despeinada. Aunque no debería preocuparme por eso, por el hecho de que voy a subirme a una moto. Unos segundos después Sebastián se estaciona en frente de mí. Está algo despeinado por el viento y lleva puesto una chaqueta de cuero negro que le queda excelente. Parece la perfecta copia del prototipo de chico malo de película, y es todo lo contrario. Su mirada es firme e intensa hacia mí y me estremezco.
-Hola. –le digo sonriente evitando toda huella de nerviosismo.
-Hola. –me responde devolviéndome el gesto.
Me subo a la moto y me sujeto a él.
-¿Entonces a dónde vamos, Sebastián? –le pregunto inquieta.
-Sigue siendo sorpresa. –me responde y lanza la moto hacia el tráfico.
Vamos en camino hacia el lugar desconocido para mí. Ya me he acostumbrado un poco a la moto, de repente me da algo de sueño el tener el viento en mi cara y cierro los ojos recostando mi cabeza en su espalda. Siento su perfume entrar en mi nariz en cada respiro y el momento se hace eterno para mí, nunca he consumido drogas ni he estado en éxtasis, pero podría jurar que nada se compara a esto.
-Michel. –me llama Sebastián despertándome.
-¿Llegamos? –pregunto aún abrazada a él.
-Sí, ya llegamos. –me suelta con una risita.
Me bajo de la moto con cuidado recordando que tengo mi guitarra colgada detrás de mí. Miro a mí alrededor y aun no entiendo en donde estamos. Hay campos grandísimos de césped y muchos árboles. Veo niños jugando en columpios, personas andando en bicicletas por un sendero de concreto aparte y otras trotando o haciendo ejercicio. Estoy parada en un pequeño estacionamiento donde lo que veo más que todo son bicicletas. Miro a Sebastián confundida. Él me sonríe divertido, parece emocionado y creo que nunca lo había visto así.
-Ven. –me agarra de la mano y me hace caminar.
Llegamos hasta una pequeña tienda de comida donde está una señora que nos mira muy sonriente. Miro a Sebastián que mira a la señora como si ya la conociera.
-Bueno, ya estamos aquí. –le dice Sebastián.
La señora se da vuelta y le pasa a Sebastián una cesta tipo de día de campo y un mantel rojo. Mi subconsciente queda anonadado. Ya va… ¿Día de campo?
-Muchas gracias. –le dice Sebastián a la señora.
-A la orden. –le contesta muy amablemente. –Muy linda tu novia.
Miro a Sebastián y siento que mis mejillas cogen un poco de color.
-Ella es… –intenta hablar Sebastián pero no dice nada.
-Yo soy… –continúo yo. –Somos amigos. –digo y me apuñalo con mis propias palabras.
-Harían bonita pareja. –nos dice la señora como si lo estuviera disfrutando. –Bueno, espero que se diviertan.
-Gracias. –le digo y camino rápido delante de Sebastián no sé para dónde.
-Oye, amiga. –me llama Sebastián remarcando esa última palabra.
Me detengo y me volteo quedando en frente de él. Él se acerca a mí.
-Es por allá. –señala un punto específico hacia la izquierda. –Sígueme. –me dice y deposita un tierno beso en mi mejilla.
Sebastián se va caminando muy rápido y lo sigo tratando de ignorar mis piernas tambaleantes, efecto del rose de sus labios.
Subimos por una pequeña colina en donde Sebastián decide abrir el mantel y colocarlo ahí. No veo casi personas pasando por ahí, cosa que me agrada en cierto modo. Siento el viento fresco en mi cara y me detengo por un momento a mirar la vista, es hermosa. Son casi las cinco de la tarde y se puede ver como el sol ya está bajando, se puede apreciar una parte de la cuidad, todo se ve perfecto, el cielo, las nubes cogiendo un poco de color naranja, hay mucho silencio, sólo escucho el sonido de las aves. Es una tranquilidad hermosa.
-Escogí el lugar antes de venir contigo, sabía que te iba a gustar la vista. –me dice.
-Salir un poco de todo lo que nos rodea.
-Buscando un poco de tranquilidad. –pone una medio sonrisa. –Siéntate. –me dice dulcemente.
Nos sentamos sobre el mantel y pongo mi guitarra a un lado. Sebastián saca platos y vasos de la cesta.
-Supuse que no habías almorzado… ni desayunado. –me dice serio.
-Si desayuné. –me miro los dedos.
-¿Estás comiendo? –alza una ceja.
-Algo así. –me limito a responderle.
Sebastián saca una taza con sándwiches.
-Los hice yo. –me dice sonriente.
No puedo evitar soltar una risa.
-¿El especialista en sándwiches? –me burlo.
-Pensé que te gustaría. –me mira penetrante.
-Si… me gusta. –no estoy muy segura que es lo que acabo de afirmar.