Amor y guerra

Capítulo 41. Pérdida

La sangre en su costado sigue fluyendo a cada trote del caballo que monta; la mano izquierda que pone con empeño para contenerla no es suficiente como tampoco lo es el improvisado vendaje que se avió luego de recibir la herida. Sin embargo, está tan cerca de su destino que parar ya no es una opción viable pese a sentir que desfallece. A su temblorosa mano derecha ya le escasean las fuerzas para sostener la rienda de su montura, pero se obliga a no soltarla. Un rato más de cabalgata le permite ver la finca, sus ojos nublados por la debilidad alcanzan a divisar el muro que la rodea y al portero de sombrero ancho que cuida la entrada. No puede más y cae del caballo. El portero alarmado llama a otros peones y juntos corren a su encuentro. La voz del recién llegado herido se corre rápido a todos los rincones de San Gregorio y pronto los moradores se congregan en la casa principal a la que fue llevado. Alma y Magdalena son las primeras en llegar, justo en el instante en que los peones entran cargando el inerte cuerpo del hombre. La palidez de su rostro indica lo crítica de su condición, ha perdido demasiada sangre por igual cantidad de horas y está al borde de un fatal colapso.

—¡Padrino! —grita la muchacha morena, inclinándose a su lado una vez que los peones lo recuestan en el suelo, presiente contra su sentir que son sus últimos momentos.

—¡Llamen a un médico! —ordena Magdalena. Uno de los peones la obedece y enseguida monta el mismo caballo en el que Rodrigo arribó para ir en búsqueda del médico más cercano. Después la mujer se arrodilla al otro lado del herido, lágrimas angustiadas ya le corren por el rostro, al igual que a Alma.

—Me alegra tanto haber llegado —dice él con voz y respiración entrecortada.

—¿Quién te hizo esto, Rodrigo? —cuestiona la mujer mayor, al ver que la herida en su costado fue provocada por una bala.

—No importa ya. Lo único que deben saber es que el asesino de Joaquín está muerto. Ese infeliz ya no volverá a dañarte, hijita… —aclara mirando los ojos chocolate de su hija del corazón —. Lo demás lo explicó en la carta que te dejé al irme. No deben tomar represalias, a menos que necesites protegerte otra vez de ellos.

—¿De ellos? ¿Pero de qué hablas? —. A Magdalena la asaltan las dudas a la par que la angustia, en cambio la joven que recibe las palabras permanece en silencio.

Alma clava sus ojos en los del hombre que ha cuidado de ella como un verdadero padre. Sabe que cada segundo es valioso y trata de no perder tiempo, toma entre sus manos la cabeza de él y la acomoda en su regazo. A su espalda, Andrew y Emily contemplan en silencio la dramática escena, sin atreverse a perturbar aquella despedida.

—Se hará como usted quiera, padrino. Por favor, si puede no me deje.

—No te preocupes, tienes una familia que cuidará de ti, no podría irme más tranquilo que sabiéndote acompañada por los tuyos —al decirlo, voltea hacia la otra mujer que lo mira con tristeza —. Magdalena, doy gracias a Dios por permitirme volver a verte. Nunca hubo más mujer que tú en mi corazón.

—Calla, te lo ruego, no debes esforzarte.

—Guardar silencio es inútil cuando se está a punto de morir… Las quiero, siempre fueron lo mejor de mi vida —dice y su voz se apaga antes de cerrar los ojos cansados. Respirar por última vez le cuesta unos instantes más.

El llanto que deja su partida cae a raudales en quienes lo amaron. San Gregorio vuelve a vestirse de luto y también lo hace el corazón de Alma. Perder a su padrino resulta tan doloroso como lo fue en su momento saber que no volvería a ver a su madre, más aún por las circunstancias. Por la carta de Rodrigo se entera de la verdad. Conocer la historia del hombre que le arrebató a su familia lejos de enfurecerla, acrecienta la tristeza que se ha instalado en su corazón. Comparte con Andrew y su madre solo una parte de lo que fue Francisco Arriaga, lo necesario para saciar su sed de justicia. Lo que concierne a su relación con Consuelo, la culpabilidad de ésta y la confesión del teniente coronel lo conserva para sí. No quiere dar cabida al odio ni a una nueva venganza. Consuelo y su hijo ya deben estar lejos de ahí por lo que cualquier intento de alcanzarlos sería vano y rompería la promesa que les hizo su padrino. Ella no podría con esa culpa, sabe mejor que nadie la importancia que Rodrigo le daba a su palabra y desea mantener intacta la honorabilidad de su memoria.

El tiempo pasa sin que haga más llevadera la oscuridad que se ha cernido sobre ella. Lo peor es no tenerlo a él: Thomas está lejos en algún lugar que desconoce. No ha tenido noticias suyas, se pregunta si es posible que no la ame y que su matrimonio se deba únicamente a un interés en la fortuna de los Aranda. Luego se enfurece consigo misma, su esposo no es esa clase de hombre, se rehúsa a creerlo. Sus besos, todas esas frases apasionadas y tantas muestras de amor no pudieron ser tan solo quimeras. No obstante, la duda se instala en su interior: ¿y si lo que buscaba únicamente era disfrutar de ella en tanto tomaba posesión de su herencia? También piensa en su repentina decisión de apoyar una causa que menospreciaba, que incluso detestaba ¿y si ir a la guerra fue una más de sus artimañas? ¿Es posible que un hombre pueda ser así de farsante? Solo el mismo Thomas podría acabar con sus sospechas. Para su infortunio no tiene ni la certeza de volver a verlo con vida y eso le duele aún más.

Días más tarde una nueva pérdida se suma cuando Magdalena se ve obligada a regresar a Nueva York. Ha permanecido lejos de su familia por mucho tiempo y ya empiezan a reclamar su presencia, una de las hermanas de Andrew está enferma y ella apresura su viaje sabiendo que la situación en el país atraviesa una fase decisiva que bien puede recrudecer los enfrentamientos y dejarla aislada en San Gregorio por tiempo indefinido. La mujer abandona la hacienda al finalizar febrero, prometiendo regresar en cuanto le sea posible. Alma siente que se queda sola pese a contar con la valiosa compañía de Emily. A Andrew solo le habla lo necesario, se encuentra tan dolida con él que verlo ahonda su pena. Su esposa por el contrario ha sido un ángel que no desea agobiar con sus dolorosas suposiciones acerca del posible engaño de Thomas. Sufre en silencio, guardando para sí cada pensamiento, así como también el secreto de su padrino. Lo único que la hace conservar la fe en que todo mejorará es ese hijo que crece en su interior, inocente y ajeno a todo lo que acontece fuera del vientre de su madre. Por ese pequeño ser que la necesita está dispuesta a seguir luchando.




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