Esa mañana el sol radiaba, pero aun así Calynn no estaba de humor, dentro de unos minutos tendría que volver a casa y dar explicaciones de lo ocurrido y dónde había dormido. Calynn se levantó, no había descansado casi nada y vio a su amiga a lado de ella dormida, no quería despertarla así que tomó un papel y una pluma y le escribió una nota a la pelirroja y se la dejó en su mesita que estaba junto a su cama.
La pequeña Calynn se alejó sin hacer sonido y salió de la casa tratando de hacer el menor sonido posible. Se dio la vuelta y cruzó la calle para ir a su casa. La pequeña iba temblando de miedo, ¿qué le harían? ¿sería peor que aquel hechizo torturador?
Subió las escaleras y tomó la perilla de la puerta y la abrió. Tenía la respiración agitada esperando que se encontrara con su madre y la sometieran a un interrogatorio. Cerró la puerta con sumo cuidado y se disponía a subir las escaleras cuando una voz de mujer la llamó.
—Calynn Black, ven aquí por favor —dijo su madre en un tono tan suave que no era creíble.
La niña no se movió, sus piernas no le respondieron, estaba paralizada de miedo.
Su padre apareció por el otro lado de la habitación, la tenían acorralada, la niña miró a su padre y vio algo extraño en su rostro pero no supo qué.
Su padre se acercó a ella y la apuntó con la varita y antes de que la pequeña pudiera correr su padre había gritado.
—¡Imperio!
La niña se paró en seco mientras trataba de correr hacia la puerta pero simplemente su cuerpo se movió lentamente hacia donde estaba su madre aunque ella se obligaba a retroceder pero cayó en la cuenta de que estaba bajo un hechizo porque su padre no la había dejado de apuntar con la varita durante todo ese tiempo.
Llegó a la habitación donde estaba su madre, su padre cerró la puerta y dejó de apuntar a su hija con la varita.
—¿Se puede saber dónde has pasado la noche? —preguntó su madre.
—En el jardín —mintió la niña.
—¿Y por qué no estás mojada? —preguntó su madre.
Se le había escapado ese pequeño detalle al decir esa mentira.
—Me escondí y me tapé de la lluvia —volvió a mentir la niña.
—Miente —dijo su madre—. Hazlo —le ordenó a su padre.
La pequeña lo miró con miedo, no sabía de qué era capaz de hacer. El hombre la volvió a apuntar con la varita.
—¡Legeremens! —musitó el hombre.
La niña vio pasar muchos de sus recuerdos, quería cerrar su mente para que su padre no lo descubriera, pero le era imposible. Vio cuando Snape le dijo que era una bruja, cuando Calynn escuchó la conversación de sus padres en las escaleras, cuando la torturaron y habían llegado al recuerdo importante, Calynn hizo su mayor esfuerzo por cerrar su mente, pero le fue inútil. Lo pudo ver todo, cuando habló con sus amigos, las explicaciones de Severus y la propuesta de Lily de que pasara la noche en su casa.
Las imágenes desaparecieron repentinamente y volvió al presente. Estaba tirada en el suelo a causa del hechizo y del esfuerzo fallido de cerrar su mente. Se dio cuenta de que tenía un raspón en la cara a causa del golpe.
—Estuvo con la sangre sucia —dijo su padre con repugnancia—, y se lo contó todo.
—¿A quiénes? —preguntó su madre llena de ira.
—A sus dos amigos —dijo su padre mientras miraba a su hija con odio.
—¡Traidora! —gritó su madre—. ¡Crucio!
La niña no vio en que momento su madre había sacado su varita.
El hechizo torturador volvía a recorrer el cuerpo de la pequeña. Se retorcía de dolor mientras unas lágrimas resbalaban por su rostro.
El dolor cesó, el hechizo no había durado mucho.
La niña abrió los ojos, no quería voltear a ver a sus padres.
—Débil —dijo esta vez su padre—. ¡Cru...
La niña cerro los ojos esperando el dolor pero fue interrumpido por alguien que tocó la puerta.
Sus padres se miraron y ambos guardaron sus varitas. Salieron de la habitación y la cerraron con llave.
Calynn se quedó tirada en el suelo, no tenía fuerzas para levantarse. Le dolía todo el cuerpo por el golpe y por los hechizos que había recibido y tenía los ojos rojos de tanto llorar además estaba demasiado pálida.
La niña se arrastró por la habitación para intentar llegar a la puerta pero antes de que lo lograra escuchó los pasos de sus padres.
—¡Alohomora! —dijo el hombre y la puerta se abrió de golpe.
Sus padres entraron con la varita en alto como si su hija tuviera una con la cual defenderse.
—¡Levántate! —le ordenó su madre.
Editado: 18.01.2019