Narra Calynn:
Contemplé la inmensa mansión ante mis ojos. Había llegado el día, el que siempre pensé que evitaría, que me rebelaría y saldría con vida, pero ahora estaba aquí con las manos vacías e incluso sin la capa invisible que, aunque venía en mi baúl algo me decía que se me haría imposible abrir.
De repente comenzamos a avanzar hacia aquella mansión, como aquel sueño de hace unos meses que desde entonces lo había sentido tan real. Las piernas me temblaban sin compasión e incluso sentí la posibilidad de llegar a caerme por la falta de respuesta de éstas por lo que traté de inhalar y exhalar en buscar de tranquilidad pero fue imposible ya que por más que trataba de controlar a mis pulmones éstos se negaban a volver a una respiración normal causando que me hiperventilase.
Seguimos avanzando con paso lento por la oscuridad hasta que mi madre se paró en seco y miró fijamente hacia adelante como si esperara a que algo apareciese y no se equivocaba porque unos segundos después una alta reja apareció ante nuestros ojos impidiéndonos el paso.
—Sangre pura, Druella Black —mencionó Druella orgullosamente.
—Sangre pura, Cygnus Black —dijo mi padre en el mismo tono.
Después ambos me dieron un gran codazo que me hizo tambalear tanto que por poco me caigo. Cuando me logré estabilizar comprendí lo que querían.
—Sangre pura, Calynn Black —mencioné con voz quebradiza.
Después de estas palabras, la reja que estaba frente a nosotros se abrió mágicamente y continuamos caminando sin detenernos por el largo sendero flanqueado por altos matorrales que no permitían la entrada de mucha luz por lo que todo estaba demasiado oscuro para la hora que realmente era. Seguimos caminado por largos minutos que para mí fueron largas horas que pasaban lentamente por un reloj de arena. En ese momento los pensamientos inundaron mi mente y fue cuando me di cuenta de mi debilidad, noté que habían logrado controlarme sin necesidad de un hechizo porque ahora los seguía sin rechistar sin estar bajo ningún tipo de maldición, y fue cuando lo comprendí, me habían atemorizado desde el principio para poder controlarme sin problemas y lo habían conseguido ¿pero acaso tenía otra opción? Volteé hacia atrás y a mi alrededor buscando una salida, algo donde me pudiera escabullir sin que mis padres notaran mi ausencia pero fue un intento en vano ya que mi alrededor eran solamente arbustos y matorrales de un verde intenso y hacia atrás me esperaba una oscura reja que de nuevo había cerrado sus pesadas puertas dejándome totalmente encerrada.
Caminamos hasta que vislumbramos la gran puerta que nos daría paso. Mi padre se aproximó primero muy decidido hasta que chocó con la gran puerta aullando de dolor mientras se tocaba la cara con las manos. Cuando se le pasó observó que Druella lo miraba desconcertada y éste le devolvió la mirada del mismo modo para después encogerse de hombros y tocar la puerta fuertemente. No tardaron mucho en abrirles una pequeña niña rubia de ojos azul zafiro.
—Hola papá —al escuchar estas palabras volteé instintivamente mientras sentía un escalofrío al pensar que era posible que tuviera una hermana y ésta se encontrara frente de mí, aunque se me hacía un poco imposible, pero lo comprobé con la respuesta de mi padre.
—¡Pequeña hija! —expresó Cygnus con dulzura entrando a la mansión.
Estaba tratando de recordar donde había visto a esta niña que se me hacía familiar cuando un grito procedente de adentro me distrajo.
—¡¿Ya han llegado mamá y papá?! —expresó una estridente voz desde adentro—. ¡Ya era hora! Me iba a poner a lanzar maldiciones sino llegaban —terminó alguien fuertemente.
Mi padre entró a la mansión recibido por una niña de pelo azabache que se aproximó a él y le mostró su varita orgullosa. Después de que mi padre entrara era mi turno, aunque algo me obligaba a retroceder hasta que Druella me dio un fuerte empujón haciendo que me desestabilizara, caminé lentamente y observé el extenso interior de la gran casa, pero eso no era lo que más me asombraba, si no que toda la gente que estaba ahí me miraban desconcertados. Seguí caminando por la perfecta alfombra rojiza hasta dirigirnos a otra puerta de donde provenían diversas voces. Mi madre abrió la puerta que daba al parecer a un salón y lo que vi me dejó atónita por lo cual me paré en seco.
La habitación estaba llena aproximadamente de cincuenta mortífagos, todos con sus túnicas negras que los distinguía de cualquier otro mago. Cuando entramos todos los presentes guardaron silencio para observarme, algunos con asco o desaprobación. Seguimos andando sin hacer algún caso de lo que las personas pensaran cuando un grito de entusiasmo nos sobresaltó.
—¡¿Ella es la nueva?! —cuestionó la misma voz que se había oído desde afuera —. ¡Vamos a ver de qué está hecha! —terminó una niña dejándose ver y sacando su varita de su túnica.
Editado: 18.01.2019