—¿La simple qué? —cuestionó la pequeña Black confundida.
Dumbledore comenzó a avanzar mientras la pequeña le seguía los pasos mientras tomaba sus pertenencias que había traído al bosque, se sentía demasiado debilitada para ir a paso veloz, lo que el anciano notó y bajó la velocidad. Calynn solo sentía cómo sus ojos querían cerrarse del cansancio y los ataques por parte de los dementores.
—Está demasiado cansada, ¿no es así Srta. Black? —mencionó Dumbledore.
—Tan cansada que puede leer mi mente rápidamente —contestó la niña antes de emitir un bostezo. Albus solo sonrió, sabía que detrás de aquella niña pequeña había una mente brillante y madura.
Siguieron caminando hacia el castillo, entre la oscuridad que le brindaba el mismo bosque con ayuda de la varita de ambos dando rayos de luz para iluminar el suelo.
Estaban a punto de salir del bosque prohibido cuando dos personas, una de cada lado, separaron a ambos con bastante fuerza, la pequeña Black se desconcertó rápidamente y comenzó a forcejear mientras sentía una varita pegada a su cuello, cuando escuchó una voz desconocida.
—Código —solicitó el extraño al director.
—Los enemigos de Hogwarts solo serán aquellos que no levanten la varita con un buen corazón —recitó el anciano para que después los soltaran a ambos y les devolvieran sus varitas.
—Lo sentimos Dumbledore —mencionaron ambas personas.
—No tienen que disculparse, eso demuestra el buen trabajo que están realizando. Buenas noches —se despidió el director con un movimiento de cabeza mientras reanudaban el paso.
—¿Quiénes eran? —cuestionó la pequeña Black sin poder evitar la curiosidad.
—Aurores, los mejores aurores del mundo mágico si se puede decir de ese modo —explicó Dumbledore—. Ahora más que nunca es cuando tenemos que tener protegido el castillo, y no sería de extrañarse que algún mortífago intentase pasarse por mí para entrar sin problemas, especialmente en la noche que es cuando la profesora McGonagall y yo esperamos más el ataque —terminó Dumbledore mientras la pequeña observaba a su alrededor. Vio que los terrenos estaban rodeados totalmente por Aurores que estaban en guardia, eran incluso más que durante el día y algunos cargaban ballestas o espadas con ellos, eso solo atemorizó más a la pequeña.
—¿Qué le dijo su madre Srta. Black? En la carta que recibió el día de hoy —curioseó Dumbledore con bastante preocupación.
La niña le contó el contenido de la carta mientras el anciano se preocupaba más de lo que ya estaba, pero sin dejar de pensar.
Llegaron a la entrada del colegio, el director realizó un conjuro y en seguida se escuchó un movimiento de cadenas y cerraduras que posiblemente resguardaran al castillo desde adentro. Después de unos segundos éstas se abrieron y les dieron paso, a sus costados observaron a un par de aurores con varita en mano que los saludaron cordialmente. La pequeña se disponía a subir a su sala común cuando el anciano la llamó.
—¿Le importaría acompañarme al despacho? Me gustaría decir que esta situación puede esperar, pero no es así —explicó Dumbledore.
La pequeña observó el reloj que se encontraba en medio del vestíbulo, iban a dar las dos de la mañana. Calynn lo pensó unos momentos, pero después se decidió por seguir al director escaleras arriba.
El hombre cerró la puerta tras ella y ésta se sentó frente al escritorio como durante todas las clases que habían tomado, el hombre abrió un cajón de su escritorio y sacó una enorme barra de chocolate y se la entregó a la pequeña Black.
—Cómalo, es bueno para recuperarse de los dementores —señaló Dumbledore.
—Gracias —contestó antes de dar el primer bocado. Dumbledore no mentía, era como si el vacío se llenara de nuevo, como si parte de su felicidad volviera rápidamente, siguió degustándolo como si nunca hubiese comido uno.
—La Simple Maldición es un maleficio que contiene o contenía ese libro que nos impedía tomarlo, ya que hechizaba a aquel que lo tomaba. Éste caía inconsciente y tardaba días en recuperarse —comenzó el director—. Lleva cerca de diez años en el colegio, o al menos desde que supimos de su existencia —explicó el anciano mientras que la pequeña Black se olvidaba del sueño que ésta traía y escuchaba con atención lo que Dumbledore decía.
—Pero profesor, ¿nunca intentaron tomar el libro mediante un hechizo? —cuestionó Calynn confundida.
—Claro que lo intentamos, Srta. Black —comenzó Dumbledore con una sonrisa melancólica—, sin embargo, al levantar el libro de su atril éste comenzaba a arder mientras caía al suelo, se elevaba en el aire y volvía a colocarse en el atril de serpiente para después cesar el fuego —contó el director encogiéndose de hombros mientras movía una pluma entre sus dedos.
Editado: 18.01.2019