Sangre y metal, polvo y ceniza, sudor y orina, el aroma de tiempos difíciles, el hedor de la guerra.
Dos jóvenes, cuyos cuerpos poco tenían de joven después de todo lo que habían pasado, la ropa verde oscura bailaba sobre sus huesos, uno de ellos aún llevaban puesto su casco, además de su bolso y el de su compañero más joven tercamente. Ambos parados, a un paso del puente que conectaba el barco a tierra.
Los demás soldados ya se habían marchado, a sus nuevos y viejos hogares, caminando con sus propios pies o pie, en camilla o silla de ruedas, lento y despacio, ayudados y otros solitarios, con un alivio palpable en sus rostros, pero bastante angustiado en el fondo, y como no.
--Ya las veo --dijo el del casco, señalando hacia el muelle con su cabeza--. Te están esperando, John.
El joven asintió, entre apenado y dudoso, incluso temeroso.
--¿Ocurre algo? --volvió a hablar, viendo la mueca de este.
--¿Crees que me perdonen? --desvió su vista del muelle y la centró en su amigo, con expresión amarga y desesperada--. Discutimos, y la guerra me tomó sin siquiera dejarme pestañear, Mattew.
--Si se tomó el tiempo de venir --respondió totalmente seguro--. No creo que sea para recriminarte.
--¿Y si no me perdonan? -- preguntó una vez más John.
--Al menos inténtalo --sostuvo su mirada--.
Si no te perdonan hoy, lo harán mañana, quizás pasado, en un mes o un par de años, pero lo harán.
Dudó una vez más.
--Prometo que estaré a tu lado mientras les explicas todo ¿Si? --sonrió tenue y sinceramente Mattew.
--¿No sería mucha molestia? --sus ojos brillaban de ilusión ¡Claro que quería que estuviera lo acompañase.
--¡Eres mi mejor amigo, hombre! --lo retó sin dudar--. ¡Y hermano de armas! ¡Te defenderé de tu padre sin dudar, si hace falta!
--Está bien --suspiró más tranquilo.
--¡Entonces vamos! --palmeó su espalda cariñosamente--. Te esperan.
John tomó aire, hasta llenar por completo sus pulmones, y aguantando dio un paso hacia delante, sobre el puente que lo llevaría hasta el muelle. Suspiró y dio uno tras otro.
Se congeló un momento, antes de pisar el cemento del muelle, y sin voltear, volvió a hablar.
--Prómeteme que estarás conmigo --pero Mattew no le respondió.
Aún así sonrió, y corrió hacia su familia. Su madre cayó de rodillas al sentir su presencia, mientras las tres hermanas pequeñas de John, tironeaban de la falda de su cuarta hermana, que yacía inclinada junto a la anciana, y su padre, con su viejo uniforme militar estaba junto a ella. Las cuatro hermanas, sostenían un pequeño medallón cada una, que en sus nacimientos recibieron.
--¡Hijo! --nomas dijo el padre, y lo abrazo con fuerza--. ¡Haz vuelto a casa!
Sin embargo, las cinco mujeres no se levantaron del suelo, sus ojos no dejaron de derramar lágrimas saladas, conteniendo sus gritos de una agonía, llena de angustia.
Mattew caminó hacia ellas, apoyó en su muleta, cargando a duras penas con su bolso y el de John, aún con el casco puesto y otro colgando de su cuello, junto a un viejo medallón. Cayó, sobre su única rodilla frente a la vieja mujer, y temblorosamente se quitó el medallón ajeno de su cuello, a la vez que dejaba caer las mochilas a sus espaldas, y lo dejó en las manos de la hermana mayor, quien mordía sus labios con fuerza mientras las pequeñas lloraban.
--Te perdono, Johnatan --murmuró con voz tomada la anciana, y alzó la mirada hacia Mattew con ojos rotos--. Gracias por cumplir tu promesa, muchacho.
Mattew rompió a llorar de amargura, y la más pequeña y apegada a John lo abrazó.
--Gracias por traer a mi hermano a casa.