Elizabeth
Mientras espero mi vuelo en el aeropuerto Simón Bolívar de Maiquetía, me detengo frente a la imponente obra del maestro Carlos Cruz-Diez, "Color Aditivo". La explosión de colores vibrantes me envuelve, como si la obra misma quisiera transmitirme su esplendor. Nadie imagina lo que pasa por mi mente en este instante; solo ven a otra persona más abandonando este gran país por la difícil situación política, pero están tan alejados de la realidad.
Al fin veo mi puerta de escape, la oportunidad de dejar atrás todo el dolor que llevo oculto en lo más profundo de mi ser. A mi lado, veo a mi madre con los ojos llenos de lágrimas y una infinita tristeza, porque está dejando ir a su tesoro más grande. Sin embargo, esa beca que tanto me esforcé en conseguir, ahora me está dando el boleto a mi tranquilidad.
Sé que es difícil, dejar todo atrás es un sacrificio enorme, pero esta es mi oportunidad de forjar una nueva vida para mí. Mientras observo la obra de arte, me lleno de determinación y convicción. Sé que este no es un adiós, sino un "hasta pronto", porque algún día volveré a este país que tanto amo, con mi alma sanada.
Llamando a los pasajeros del vuelo 650 de Iberia con destino a Edimburgo por favor acercarse a la puerta de embarque 15. Esa fue la voz que resonó por toda la terminal, sacándome de mis pensamientos. Mi madre, con lágrimas en los ojos, asintió lentamente. "Mami, es mi vuelo," dije suavemente, tratando de mantener la compostura. Ella me miró, sus ojos llenos de tristeza, pero también de orgullo. "No llores," susurré mientras la abrazaba con fuerza. "Nos vemos pronto. Por favor, cuídate y llámame cuando llegues
Con una última mirada a mi madre, me dirigí hacia la puerta de embarque. Mi corazón latía con fuerza, una mezcla de emoción y nerviosismo danzando dentro de mí. Este no era solo un viaje; era una nueva etapa en mi vida, una oportunidad para descubrir quién era y lo que podría ser. Mientras me acercaba al avión, recordé todas las historias que había escuchado sobre Edimburgo: sus castillos antiguos, sus calles empedradas y su vibrante vida cultural. Todo eso pronto sería parte de mi realidad
El despegue fue suave, y mientras el avión se elevaba por encima de las nubes, miré por la ventana y dejé que mi mente divagara. Cada vez que alguien me despedía en un aeropuerto, siempre sentía ese vacío temporal, pero esta vez era diferente. Había un propósito y una promesa de retorno. Las palabras de despedida de mi madre resonaban en mis oídos. "Cuida de ti y llama cuando llegues." Sabía que lo haría, no solo por ella, sino también por mí. Este viaje era una promesa de crecimiento personal, una oportunidad para enfrentar mis miedos y perseguir mis sueños
Las horas pasaron volando, y antes de que me diera cuenta, las luces de Edimburgo comenzaron a brillar bajo nosotros, como pequeñas estrellas guiándonos hacia tierra firme. Aterricé con una mezcla de euforia y nostalgia, sintiendo el peso de la responsabilidad y la libertad en igual medida. Al cruzar las puertas de llegada, veía rostros desconocidos pero llenos de historias, cada uno con su propio mundo por descubrir.
Al llegar a mi nuevo hogar temporal, no pude evitar pensar en el próximo capítulo que estaba a punto de escribir. Alcé el teléfono y marqué el número de mi madre. La llamada se conectó y, al escuchar su voz, sentí una paz inexplicable. "Mami, ya llegué," dije con una sonrisa. Hubo un momento de silencio y luego una risa suave. "Sabía que lo lograrías, cuídate mi niña," respondió ella
Aunque estaba a miles de kilómetros de casa, en ese momento comprendí que no importaba la distancia. Las conexiones verdaderas, ya sean con la familia o con uno mismo, siempre encuentran una manera de mantenerse fuertes. Así comenzó mi aventura en Edimburgo, una historia de descubrimiento, amor y una visión cautivadora de lo que estaba por venir.