Amores del Destino

CAPÍTULO 7: UNA NOCHE DE PASIÓN PROHIBIDA

Hola, soy Karelly, tengo 30 años y soy la orgullosa propietaria de una editorial cristiana bien establecida en mi ciudad. Mi trabajo consiste principalmente en revisar y aprobar manuscritos que han sido previamente seleccionados por mis editores expertos. Durante los últimos años, mi vida laboral ha sido un torbellino de altibajos, como suele ser el caso para muchos emprendedores. Comenzar un negocio es difícil, pero mantenerse en el mercado lo es aún más. Por esta razón, he dejado de lado mi vida personal y sentimental. Sin embargo, esto nunca me ha afectado realmente. Los comentarios y rumores sobre mi soltería, que a menudo me etiquetan como "la solterona de la familia", simplemente resbalan sobre mí. Mis padres tienen dos hijas menores y un hijo mayor, todos casados, y gracias a Dios, han encontrado parejas maravillosas. Sus matrimonios parecen sacados de una revista de los años 70, pero sinceramente, nunca he creído en la perfección, especialmente no para alguien como yo, cuyos gustos son tan particulares.

 

Desde mi adolescencia, he tenido un gusto muy específico por los hombres asiáticos. En una época en la que el K-pop está en su apogeo y el interés por la cultura asiática se ha vuelto más común, recuerdo que no era así en mis años de juventud. En el año 2003, cuando comencé a sentir fascinación por esta maravillosa cultura, era casi una rareza. Mientras mis amigas se burlaban de mí por ver series asiáticas y por mi atracción hacia los hombres asiáticos, yo me sumergía más y más en este mundo que me resultaba tan cautivador. En aquel entonces, encontrar contenido en español sobre este tema era una verdadera lucha, lo que solo intensificó mi desinterés por los chicos de mi colegio y universidad.

 

Muchos podrían llamar a lo que me ocurrió "ley de atracción", pero yo prefiero verlo como "los deseos en las manos de Dios". Sé que muchas personas cristianas podrían condenarme por decir esto después de leer mi historia, ya que muchas de las cosas que hice van en contra de lo que nos enseñan nuestras creencias. Sin embargo, no me arrepiento en absoluto de haber seguido mis impulsos más profundos, ni de agradecer a Dios por hacer realidad mis más oscuros deseos.

 

Pero dejemos de lado estas reflexiones por un momento y continuemos con mi historia. Como mencioné anteriormente, soy dueña de una editorial cristiana, y una de mis responsabilidades es descubrir nuevos talentos literarios, especialmente aquellos que puedan atraer a un público joven en esta era digital. Conseguir que la gente joven compre y lea un libro en estos tiempos es diez veces más difícil que hace unos 10 años. Por eso, cuando mi hermana, una investigadora excepcional, me consiguió una cita con un escritor anónimo muy respetado en nuestros círculos cristianos, no dudé ni un segundo en aceptar, incluso sabiendo que era sábado por la noche. Mi hermana solo me dijo que era hombre y que era un tanto coqueto, así que me preparé mentalmente para la ocasión.

 

Ese día me levanté temprano, trabajé un poco desde casa y luego me dirigí a mi armario para elegir un atuendo adecuado, elegante y profesional, pero que no fuera demasiado formal. Por ese motivo, opté por un vestido blanco con un poco de vuelo y con encaje en la parte de arriba, combinado con unas botas beige al estilo texanas. Dejé mi cabello rubio largo suelto, con unas ondas suaves en las puntas, y me maquillé de forma natural, aunque decidí agregar un poco de labial rosa y brillo para resaltar mis labios.

 

Eran las cinco de la tarde y ya estaba lista con una propuesta que esta persona no podía dejar pasar. Me monté en mi carro y me dirigí al sur de mi ciudad, a una zona hotelera que tenía muy buenos restaurantes. Mi hermana me comentó que este autor no era de la ciudad y que venía solo por asuntos laborales. Era profesor universitario y venía a la ciudad para una conferencia de dos días. Esta era mi única oportunidad de cerrar el trato, así que no dudé en ir, a pesar de que era sábado. Mientras estaba en camino, mi hermana me llamó y me dijo que él estaba en la habitación descansando, y sugirió que fuera a buscarlo allí y que cenáramos en el hotel antes de presentarle la propuesta.

 

Me explicó que él era alguien muy particular, y que esa sería la mejor forma de cerrar el trato. Aunque no vi nada raro en esa sugerencia, me sorprendió un poco que la recepción del hotel supiera que él me estaba esperando en la habitación 906, incluso antes de que les dijera quién era la persona a la que iba a visitar. Me pregunté si mi apariencia podría haber llamado su atención de alguna manera, ya que me miraron de forma extraña cuando entré. Sin embargo, decidí no darle mucha importancia y continué hacia la habitación indicada.

 

Mientras subía en el ascensor hasta el noveno piso del hotel, mil pensamientos y justificaciones cruzaron mi mente sobre lo extraño que había sido el comportamiento en recepción. Sin embargo, decidí que lo mejor era dejarlo pasar y centrarme en el propósito de mi visita. Cuando llegué frente a la puerta de la habitación, me sentí un poco nerviosa, pero me recordé a mí misma que necesitaba actuar con valentía si quería cerrar este importante trato. Así que respiré hondo y toqué la puerta con determinación.

 

La puerta se abrió y mis ojos se encontraron con los de un hombre asiático, impresionante en todos los sentidos. Llevaba puesta una camisa de baño que apenas cubría su torso musculoso y mojado, revelando más de lo que ocultaba. Mi pulso se aceleró ante la visión de su físico perfecto, y tuve que contenerme para no lanzarme sobre él en ese mismo instante.




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