Sebastián
Desperté lentamente como si estuviera aturdido, fui abriendo mis ojos lentamente mientras la luz parecía disminuir, preparando mis pupilas para su intensidad. Al estar consciente me di cuenta, estaba en un cuarto blanco, intenté moverme mientras mis ojos se acostumbraban a la claridad, pero no podía me dolía exactamente cada centímetro de mi cuerpo, lo sentía adormecido y adolorido como si una manada de toros me hubiese pasado por encima, respiraba con dificultad, me asusté y fue entonces donde recordé el impacto.
No fue una manada de toros, sino un puto Auto.
Estaba en el hospital, me habían atropellado...
Palpe mi cuerpo horrorizado al notar los tubos que salían de mí, intente mover mis piernas y a duras penas me respondían, sentí mi brazo izquierdo inmovilizado. Mi cabeza comenzó a dar vueltas, poco a poco el dolor se volvía más intenso… Comencé a gritar por el dolor, pues sentía que me arrancaba la cabeza lentamente. Entonces entro una enfermera, me examino mientras me llevaba mi mano libre a la cabeza… No sabía que decía en ese instante, lo único que tenía en mi mente era a aquella chica que había vuelto mi mundo, un caos.
…
—Sebastián, ¿Qué llevas ahí? —Pregunto mi madre con el ceño fruncido.
—Nada mamá— le respondí escondiendo la pequeña cajita rosada, que había comprado para Emily. Mi madre me miro con desconfianza y siguió manejando hacia el orfanato.
Ese día mis padres llevarían a los niños al parque como regalo de despedida. Lo que me entristecía, pues eso significaría que nos iríamos lejos, y no la volvería a ver nunca más.
—Hemos llegado—, escuche decir a mi madre y no arde un segundo para bajar del auto y salir corriendo hacia la fila de niños que hacían formaban unos tras otros para subir al auto bus que los llevaría al parque.
Busqué a Emily en toda la formación, pero no la vi. Por lo que Salí corriendo dentro del orfanato. Subí las desgastadas escaleras, entonces la vi. Estaba sentada fuera de su habitación con un papel en su mano. Estaba escribiendo, se podía observar al ver su mano moviéndose suavemente sobre el papel. Se veía tan hermosa, sonreía cada vez que escribía y llevaba un vestido rosa que hacía resaltar su piel blanca.
Me acerqué con la intención de leer algo, pero era tan torpe que tropecé cayendo al suelo miserablemente. Ella soltó un grito de asombro llevándose el papel al pecho para esconder aquellas líneas que la hacían sonreír de una forma tan bonita.
—Lo siento—. Me disculpé avergonzado por mi torpe Azaña
Ella me miró con preocupación y al notar que no me había hecho daño sonrió.
—Eres tan torpe…—. Me dijo suspirando con aquella voz dulce de niña que me encantaba.
Sonreí.
Al ver que se trataba de levantar del suelo. Fui en su ayuda ofreciéndole mi mano. Ella echó un vistazo a mi mano y luego a mí arqueando una ceja.
—Solo te ayudaré, no trato de ser caballero ni nada. Solo te ayudaré…
Contrajo sus finos labios y tomo mi mano impulsándose hacia arriba.
—Torpe—, me dijo dándome un beso en la mejilla para luego salir corriendo por las escaleras. Me quede unos segundos analizando lo que acaba de pasar. Ella me había besado ¡Lo había hecho! A pesar de que la última vez que lo hice me había perseguido y golpeado con nuestra hija Rosy, esta vez me había besado ¡Ella!
—Sebastián…
Al escucharla sacudí mi cabeza mientras sonreía como un estúpido. Baje corriendo las escaleras, mientras ella me esperaba abajo. Cuando llegue a su lado jadeando por la carrera. Me tomo la mano y me guio hacia el auto Bus. Mi respiración empeoró, pero esta vez no fue culpa de mi sobre peso. Si no de ella.
Al estar en el parque, decidí alejarla de todos para darle mi regalo. Tomándola por la mano tal cual como ella lo había hecho. La llevé al estanque que estaba en medio del parque. Su vestido se movía de forma hermosa por el aire que soplaba fuertemente, su cabello negro se ondeaba creando una combinación de sombras en su rostro que me volvían loco, porque no me permitían observarlo. Así que lo aparte.
—¿Qué haces? — me pregunto sonrosándose cuando mi mano roso su mejilla.
—Nada—. Le dije tímidamente mientras apartaba mi mano y miraba al suelo.
—¿Qué pasa? —. Me pregunto entonces…