Las campanas sonaban en la iglesia, anunciando que pronto comenzaría la misa, por lo que las grandes familias del lugar ya estaban en camino, junto a sus trabajadores, para visitar la casa de Dios.
Había pasado ya una semana de que Augusto había vuelto a casa y esa sería la segunda oportunidad de la familia de asistir a misa estando reunida.
Ese día, para sorpresa de toda la familia, Eliza quiso prepararse para misa junto con Mariana, cosa que, desde chicas, no hacían.
Cuando Eliza era una niña pequeña, antes de que las diferencias entre las tres hermanas se hicieran evidentes y ella eligiera pasar más tiempo con Macarena, pensando que así su madre la valoraría más, tal como lo hacía ya su padre, Mariana y Eliza tenían un ritual diario en el que una ayudaba a la otra (y viceversa) a vestirse y peinarse para enfrentar el día.
Mariana le había enseñado a su hermanita menor que no importaba como se vistiese, o cuantas veces en el día se cambiara de ropa, lo que realmente importaba era que ella estuviera cómoda con sus elecciones.
Hacía varios días en que Eliza se venía planteando qué quería realmente para su vida ya que, desde que Gastón le presentó a Ciro como el entrenador de los caballos que a ella tanto le gustaba montar y hacer que corrieran, su mundo estaba dado vuelta.
Y es que, más allá de haber decidido mantener las distancias con el moreno, ella resolvió que ya no intentaría ser como ninguna de sus hermanas, sino que sería ella misma, le pese a quien le pese.
Por eso, ese día, quiso volver a entablar la relación y ritual que tenía antaño con la mayor de sus hermanas.
–Necesito tu perdón–. Dijo cuándo Mariana le preguntó sobre el motivo de tal decisión–. Y necesito encontrarme conmigo misma.
–no te entiendo.
–pronto te casarás, aunque no lo quieras tarde o temprano pasará y cuando pase, Macarena entrará dentro de las ofertas. Yo sé que no quiero casarme sin amor, solo por la posición que me puedan dar. Macarena es frívola y parece no tener corazón, pero yo si lo tengo, y está harto de que sea una cascara de quien realmente soy.
– ¿quieres volver al camino del que te desviaste cuando quisiste seguir los pasos de Macarena, por el solo hecho de no ser lo que mamá quiere que seamos?
–mamá nos ama.
–pero Macarena es su favorita.
–lo sé. Y durante años me alejé de quienes me quieren por lo que soy, por complacerla a ella y a Macarena. Ya no quiero pasar mis días de compras, bordando, o probando vestidos con nuestra madre y hermana. Quiero pasear a caballo, nadar con nada más que mi cabello cubriéndome, salir a pasear en los días de lluvia, y quizás, encontrar alguien que me quiera por quien soy yo, y no por lo que tenemos.
– ¿y qué pasaría si no encuentras a nadie así?
–mejor sola que mal acompañada. Pero sé que alguien encontraré, más allá si es de nuestra clase o no. Si me enamoro, no me importaría ensuciarme las manos…
Se frenó. Ya lo había encontrado. Pero él tendría que esperar. Primero quería volver a ser ella misma, luego vendrían las luchas por sus sentimientos.
*
Como todos los domingos, estar en misa les resultaba aburrido, pero Gastón prefería prestarle atención al sermón del cura, que hacer lo que su amigo: suspirar por la hija del señor.
Desde que Eliza se había alejado de él, Ciro no hacia otra cosa que lamentarse, por lo que muchas veces Gastón debía ir a la taberna a buscarlo, antes de que el tabernero diera la alarma al señor.
Antes de que Ciro llegara al feudo, él se había sentido el más desdichado de los enamorados, ya que la dama a quien amaba lo consideraba su amigo y no sabía sobre los sentimientos que despertaba en él.
Pero ahora sabía que, relativamente, había corrido con suerte, ya que Mariana no lo correspondía, pero tampoco se había alejado de él en ningún momento. Además, Gastón podía estar con cualquier otra chica, sin sentir que engañaba a la mujer que tenía su corazón.
La suerte de Ciro, por otro lado, era peor que la de su amigo, ya que él sabía que su seño le correspondía los sentimientos, pero algo había hecho que ella se alejara de él y ya no tratara ningún asunto, ni siquiera la pasión que ambos compartían por los caballos, con él. Si se acercaba a donde él estaba, era solo cuando estaba con Gastón, para mandarle alguna labor y, en cuanto su amigo los dejaba, ella se excusaba y se iba ¿y que podía hacer él, más que dejarla ir? Pero pronto eso cambiaria. La obligaría a hablar con él, y sería a corazón abierto.
En ese momento, Ciro miraba con nostalgia hacia los puestos delanteros de la iglesia, ya que ellos, como empleados que eran, debían estar atrás de todo.
Gastón, viendo que la situación de su amigo, pese que al principio lo divertía, por haber descubierto que no era el único que tenía sentimientos por alguien prohibido, sintió lastima por él. Pero era preferible fijarse en la situación de Ciro y no en las miradas que les dedicaban las mujeres del feudo en el que trabajaban, y de los campos vecinos.
Ese era otro de los motivos por los cuales él nunca terminaba un cortejo: siempre terminaba descubriendo que las mujeres, o sus familias, pretendían aceptarlo, solo por la posición de su tío y su aspecto físico.