Rodeado de vastas montañas, conformado por hermosos campos, se encontraba el valle donde se emplazaba la ciudad capital del reino de Gyren.
Sus calles, al igual que las de Cosdiba, conservaban el esplendor de la época romana, con el agregado de las gentes que transitaban-a caballo, a pie o en carretas-y vendían o compraban productos en el mercado.
Pero ese día, el mercado se había desalojado. Ese día, desde la muralla romana que rodeaba la ciudad, los soldados habían anunciado la vuelta de la familia real, por lo que la gente salió a ver quién era la futura reina.
De pronto, se escucharon trompetas y aparecieron cerca de 70 soldados (casacas azules) de la Real Infantería de Gyren, abriendo paso y ordenando que se sacara todo animal, carroza y puesto de la calle.
A estos, los siguió un estandarte, portado por un soldado de la Real Caballería, al que seguían cerca de 50 hombres más.
Estos, presidían al príncipe heredero, junto al Rey Jankin y otros 60 soldados a caballo, una preciosa carroza de oro con el escudo real estampado en las puertas, rodeado de otros 70 soldados (entre caballería e infantería), junto al príncipe Victoriano.
Todos en esa ciudad amaban la figura del príncipe heredero, y esperaban con ansias que éste tomara su puesto y asumiera la corona, ya que el actual rey era muy mal visto por los mismos que idolatraban a su hijo mayor, por lo cual, la comitiva fue recibida con vivas y aplausos.
Incluso, las niñas tiraban flores.
Una de esas flores, cayó en la carroza y las delicadas manos de Mariana la tomaron del suelo. La cortó y la enganchó en el rodete de trenza que Jimena le había hecho en su rubia cabellera.
‒te queda precioso, mi niña‒. Elogió la reina con una sonrisa.
‒gracias, majestad.
‒soy lo único que tendrás parecido a una madre todos los días a partir de ahora. ¿Puedes no utilizar el título?
‒ ¿y cómo quiere que la llame, entonces?
‒como mejor te plazca, pero no el título.
Ambas sonrieron y asomaron sus cabezas por la ventana del carruaje, para saludar, lo que provocó más aplausos y vitoreos en el público.
*
Dentro de los soldados de caballería que escoltaban la carroza con la reina y las princesas, se encontraba Victoriano, quien seguía con satisfacción las acciones de su cuñada y que eran secundadas por la reina.
‒parece que la familia volverá a ganarse el favor del pueblo, alteza‒. Dijo un hombre alto de cabellos castaños, ojos claros y tez morena que cabalgaba junto a él.
‒tienes toda la razón, Iago querido.
‒ ¿quiere que vaya y le cuente a su hermano el gesto de su mujer?
‒no. Me adelanto yo. Tu quedáte vigilando la carroza.
Dicho esto, el menor de los príncipes espoleó su caballo y fue hasta el frente.
»Tienes que ver esto, hermanito‒. Dijo sonriendo‒. Tu mujer está revolucionando nuestra vuelta.
Jankin, del otro lado de Guillermo, hizo mueca de desprecio.
‒te dije que esa niña no nos convenía, que no sabe comportarse‒. Masculló‒. Ahora, ve y controla a tu mujercita.
Guillermo, que estaba harto, ya que el padre no había parado de hacerle reproches durante todo el viaje, pegó la vuelta con su caballo y se dirigió a la carroza.
‒ ¿Qué hacen las damas?‒preguntó a su madre y esposa.
‒saludamos, hijo.
Las mujeres no se alteraron por la cercanía de los príncipes, y siguieron saludando al entusiasmado pueblo.
‒ ¿podemos acompañarlas?‒preguntó Victoriano‒digo, a padre no le gusta que saludemos a la gente, pero yo opino que así estamos más cerca.
‒ ¡sí!‒exclamó Mariana‒ ¿Por qué no le gusta?
‒después te explico, mi bella. Ahora, sonríe y saluda.
Jankin los veía y, al notar que sus hijos se sumaban al saludo, se puso furioso. Para él, la familia real no debía rebajarse a saludar al populacho, sino que debían mostrar cuánto mejores eran por ser de clase más pudiente.
“ese muchacho aprenderá. Y esa niñita también. A mí nadie me desafía” pensó, mientras seguía cabalgando.
*
Gobernando el valle, sobre una de las colinas, se ubicaba el palacio más bello que Mariana había visto o soñado jamás.
De tres pisos, por lo menos, de altura, con cúpulas en las zonas más altas, portando las banderas de Gyren. Su entrada eran dos mini torres con un portón color rojo (representativo de la familia real), con un camino que llevaba hacia una escalinata ante la puerta del castillo, donde los esperaba toda la servidumbre.
Cuando la carroza traspasó el primer portón, comenzaron a sonar las trompetas, dando la bienvenida a la princesa heredera, quien descendió del carruaje, ayudada por su reciente esposo, seguida de la reina (que fue ayudada por el rey), Pía (ayudada por Victoriano) y Úrsula, que fue ayudada a descender por Iago.
‒Bienvenidos, majestades‒. Dijo el mayordomo, un hombre alto, flaco y con muchas arrugas‒. Espero que el viaje haya sido ameno.
‒sí, querido Yaco, gracias‒. Respondió la reina con una sonrisa, al ver que Jankin pasaba de largo, sin importarle el resto‒. Permítanme presentarles a la que pronto será la reina y quien tome las decisiones en el palacio‒. Tomó la mano de Mariana, que sonreía nerviosa‒. Mariana, nacida Arévalo-Uribe. Mi nuera.
‒bienvenida, mi señora. Mi nombre es Yaco y soy el mayordomo en este lugar y, si me permite, quisiera presentarle a los muchachos y señoritas que estarán a su servicio para lo que necesite, y en cualquier momento del día.
Y con eso, comenzó la presentación, mientras las princesas y los príncipes se retiraban a sus lugares, Mariana y la reina recorrían el palacio junto con los sirvientes.
»Y este es el salón de las mujeres‒. Dijo Yaco al llegar a un salón con puertas de madera ornamentada y paredes de piedra‒. No tienen mucha decoración, ya que al tener personalidades diferentes, la reina y sus hijas decidieron dejar todo así.