El sol asomaba e iluminaba las montañas, colinas y el valle que comprendían la ciudad capital del reino de Gyren. Ese era el momento en que los soldados de la muralla, y de todo el castillo cambiaban turnos.
Al finalizar su turno los soldados del castillo, quienes habían estado toda la noche, se retiraban e iban hasta la cocina, a comer antes de irse a descansar. Ellos siempre tenían una mesa lista para su comida, mientras charlaban entre sí, sumando así su propio complemento al bullicio de la cocina.
Como en toda sala de cocción de alimentos, la cocina del palacio real tenía dos jefes: la cocinera, una mujer entrada ya en años, que dirigía la preparación de todas las comidas-tanto para la familia real y sus invitados, como para los soldados y sirvientes-, y el maestro panadero, su esposo y quien se encargaba de que siempre hubiera pan en las mesas.
Las doncellas y los valets ya estaban levantados cuando los soldados llegaban a comer, preparando las bandejas para sus señores.
Una de las personas que estaban entre estos últimos era Jimena, quien siguió a la dama de la reina por los pasadizos secretos que utilizaba la servidumbre y que llevaban a los aposentos reales de los reyes y los príncipes herederos.
Al llegar hasta el final del túnel, en donde había una bifurcación, ambas mujeres se separaron y cada una tomó su camino.
Aldara, la dama de la reina, siguió hasta los aposentos de su señora.
‒despierte, majestad. Hoy empiezan las lecciones a su señora nuera‒. Dijo abriendo la puerta del pasadizo, detrás del cuadro de su señora‒. Hoy empieza el verdadero futuro de nuestra hermosa…‒se interrumpió cuando terminó de apoyar la bandeja en la mesita del desayuno de su señora y levantó la cabeza, luego agregó preocupada‒: ¿señora?
La reina, que no había podido dormir en toda la noche, lloraba del dolor que sentía. Tenía magulladuras por toda la cara, estaba recostada bocabajo, por los azotes que tenía en la espalda y mostraba signos en las muñecas y tobillos, de haber sido atada con fuerza.*
» ¡Ni se le ocurra moverse, mi señora! ¡Traeré al galeno!‒exclamó y salió corriendo por los pasadizos, hasta la planta baja, donde salió y fue al lugar del galeno‒. ¡Mi señora, otra vez, doctor Froilán!
El galeno no necesitó que le explicara más cosas, tomó sus instrumentos y acompañó a la doncella de la reina hasta los aposentos de su señora. Como ya todos en el castillo estaban acostumbrados a verlos correr por los pasillos, a nadie le llamó la atención.
Pero hubo una persona que le dio curiosidad, y los siguió. Mariana acababa de desayunar y vestirse cuando se dirigía a los aposentos de su suegra y los vio dirigirse ahí, lo que le sorprendió.
‒ ¿Quién le hizo eso?‒se alarmó la princesa al ver el estado de su suegra.
‒ ¡usted no debe estar aquí!‒protestó Aldara.
‒déjala, querida‒. Dijo la reina en un susurro‒. Esto es normal aquí, mi niña.
‒ ¡pero la golpearon! ¿Fue el rey?
‒sí, señora‒. Respondió Aldara‒. Pero no diga nada. Las princesas se alterarían si esto se supiera.
‒ ¡pero no puede hacer esto! ¡Es la madre de sus hijos!
‒ ¡¿y cómo cree, alteza‒dijo el galeno, que hasta ese momento había estado concentrado en revisar las heridas‒, que fue el matrimonio antes de la llegada del heredero!?
Mariana no contestó. Se acercó a la cama de su suegra y tomó su mano, mientras el doctor la curaba.
‒ ¡es increíble que estas cosas se permitan en este lugar!‒exclamó Mariana, durante el almuerzo, cuando terminó de contarle todo a Guillermo.
Estaban en el comedor, en el ala que ocupaban ellos del palacio. Mariana había estado toda la mañana con Catalina y recién se había alejado de ella cuando Jimena le anunció que Guillermo la esperaba para comer juntos, solo los dos.
‒es así como son las cosas en el matrimonio de mis padres. Pero mi hermano y yo estamos en contra de las acciones de mi padre.
‒pero ¿Por qué esa necesidad de ser tan cruel?
‒ ¿ahora, en particular, o siempre, en general?
‒tu madre me dijo que anoche la “castigó”‒hizo las comillas la muchacha‒ por haber seguido mis actos, en vez de retarme y mostrarme que la familia real es intocable…
‒en realidad no la castigó solo por sus acciones‒. Reflexionó Guillermo‒. Vico** le dijo a padre que nosotros no podíamos hacer nada cuando él le pegaba, si ella no pedía auxilio, pero que a ti no te tocara porque se la haríamos pagar.
‒ ¿o sea, que esos golpes estaban dirigidos a ella, sus hijos y yo?
‒sí, mi bella‒. Guillermo tomó las manos de Mariana y suspiró‒. Pero eso solo demuestra que tenemos que seguir adelante. Trata de que mi madre te enseñe todo lo que pueda durante su convalecencia, por favor. Yo seguiré con mis proyectos y Victoriano distraerá, como siempre, a mis hermanas. Ellas creen que mamá es enfermiza.
‒ ¿Por qué no saben la verdad?
‒porque queremos protegerlas del monstruo que es mi padre. Ellas son impulsivas y muy unidas a mi madre, ya que son a las únicas que se le permitió criar. Vico y yo fuimos criados por mi padre y nanas, ya que para él mi madre nos haría más sentimentales, cosa que es malo para un rey, según él.