— Me parece muy bien, es una buena mujer, muy piadosa — acepto Pedro, aunque por dentro le molesto, ya que el parentesco espiritual le incomodaría para seguir con su relación con la joven, pero no encontró ninguna excusa para negarse a la petición de su esposa.
Pero quiso el destino que el plan de Constanza no pudiera concretarse, ya que el pequeño, murió un poco después de cumplir seis meses. El amorío que se había detenido, volvió con más fuerza, incluso no se cuidaban de que los vieran los demás, así que el Rey decidió tomar cartas en el asunto.
— Padre, escuche que...
— Así es — no dejo que su hijo siguiera hablando, ya sabía que le diría — desterré a Inés de Castro.
— ¿Por qué le da este castigo? Ella es una de las damas más apreciadas por mi esposa — quiso que su voz sonará lo más sincera posible.
— Ambos sabemos porque debo hacerlo, debió ser más discreto con sus asuntos.
El Rey estaba seguro que la separación haría a su hijo olvidar a esa mujer, con alguna de las otras damas, pero con la discreción que debía tener como el próximo Rey de Portugal.
Inés fue dejada fuera del territorio de su amante, pero el príncipe la envió a buscar y la dejó en el castillo de Albuquerque, en la frontera portuguesa, en espera que las cosas se calmarán.
La situación de los amantes se arregló con la muerte de Constancia, durante el parto de su hijo, el infante Fernando, en 1345.
Aprovechando esto, el infante Pedro fue a buscar a Inés y se instalaron lejos de la corte, al norte de Portugal, allí el año 1346, tuvieron a su primogénito, quien lamentablemente nació muerto. El siguiente año tuvieron un hija, en 1349 nació Juan, y en 1354, Dionisio. La madre no quería que sus hijos fueran ilegítimos, ella sufrió mucho en su vida por ese estigma. Así que un poco después del nacimiento de su último hijo, en una ceremonia secreta, ambos es casaron.
En esta época feliz el príncipe se alejó de la política, de la corte y de sus obligaciones de heredero, debido a esto el Rey, ignorante de que su hijo ya no era viudo, deseaba que se casara lo antes posible, para darle más herederos legítimos a su reino, pero a pesar que se quiso arreglar varias bodas con princesa de sangre real, Pedro las rechazaba argumentando cualquier excusa.
Además el único hijo varón del matrimonio entre Constanza y Pedro no tenía buena salud, en cambio los hijos de Inés eran fuertes, y si llegaban a la edad adulta y su hermanastro moría, podrían querer tomar el trono, lo que dividiría al reino, y podría sumarlo en una guerra.
Además Don Fernando y Don Álvaro Pires de Castro, hermanastros de Inés, empezaron a tener un gran ascendiente sobre el príncipe Pedro, induciéndolo a inclinar su política en favor de Castilla.
El Rey preocupado por todo esto, citó a un consejo secreto, donde asistieron solo los más allegados a él, en el palacio de Montemor-o-Velho.
— Mi señor, esta situación destruirá al reino, lo único que podemos hacer es acaba con el problema de raíz.
El monarca meditó unos momentos, para reír cómplice.
— Que así sea.
En enero de 1355, en la Quinta das Lágrimas donde el infante y su familia vivían felices, el rey envió a tres sicarios.
— Buenas tardes señores, mi esposo no se encuentra, si lo desean pueden esperarlo — Inés los recibió como los enviados del Rey que iban a hablar con Pedro, ya que esa fue la excusa con que se presentaron, aprovechando que vieron al Infante salir.
— En realidad no vinimos por él — ellos pusieron las manos en las empuñaduras de sus espadas.
— No... no... mis niños... — miró atrás de ella, a sus pequeños que estaban en brazos de sus nodrizas.
— Es una orden del Rey.
Inés, luego de meditar un poco, decidió no luchar, nadie podría ayudarla, su esposo se había ido de casería, y no volvería en días.
— Por favor señores, mis niños no.
Aunque las ordenes del Rey era matar a todos, los hombres, viendo la mirada de dolor de la mujer, reconsideraron su mandato.
— Si no nos haces difícil nuestro trabajo, nada les pasara a los niños.
— Hijo — le dijo al varón mayor — cuidad de tus hermanos, los amo y a tu padre.
— ¿Te vas de viaje?
— A uno muy largo, por favor se un buen niño.
A pesar que dejó a los pequeños con las criadas, Juan se soltó y salió al patio para ver como a su progenitora le atravesaban el corazón con una daga.
— Madre, madre... — corrió a abrazar el cuerpo de Inés.
Terminada su misión, el trió se fue del lugar. Al irse se cruzaron con el infante Pedro que volvía antes de lo previsto al palacio.
— Hijo ¿¡Qué pasa!? — dijo al ver la dantesca escena.
— Vinieron tres hombres y mataron a mamá ¡NO PUDE DEFENDERLA!
— ¿Los conoce?
— No, nunca los había visto antes.
— ¿Cómo eran?
Al escuchar la descripción, cayó en la cuenta que los había visto alejarse del lugar. Salió como alma que lleva el diablo a buscarlos, pero no pudo dar con ellos, impotente se dejo caer en tierra, con los puños golpeó el piso.
— PADRE.... ¡¡COMO PUDO ORDENAR ALGO ASÍ!! — su voz se escuchó en todo el lugar.
Dos años después el Rey murió, en 1357, y por fin el infante subió al trono. Todo ese tiempo había esperado para cumplir su venganza. Los asesinos de Inés habían huido del reino por miedo a la venganza que suponían vendrían.
Apenas fue coronado, Pedro hizo saber a todos de su matrimonio secreto. Hizo traer el cadáver de su amada, el que fue lavado y vestido con las mejores prendas, y joyas, y la hizo coronar como su Reina. Como si esto no hubiera sido suficiente para los presentes, ordenó que todos, por turno, le besaran la mano.
— No lo haremos, es un sacrilegio lo que hizo con el cuerpo de esta dama.
— Sacrilegio fue haberla matado solo por amarme.
— No lo haré — dijo uno de los consejeros, quien estuvo en la reunión donde se decidió el asesinato de Inés.