Analise

|7| Querer sin límites

«¿Quién soy? ¿Qué soy?» Desde que se fue, esas han sido dos de las preguntas que han rondado mi mente. Sabía quién era a su lado pero desde que no está en mi vida... Soy mi peor enemigo; el cuchillo que abre mis heridas y la aguja que las sutura. Soy el iceberg que hundió el Titanic y la tabla que salvó a Rose. Puedo hacerme tanto daño como bien. Temo mirar mi reflejo en el espejo. Me aterra la idea de ser mi propia destrucción. Porque por mucho daño que me haya hecho, soy yo quien le dio el poder. 

Llevo dos semanas y un día intentando sacarlo de mi mente. Quince días sumida en una nube espesa de tristeza, ira, decepción, rencor y preguntas sin respuesta que no ha servido de nada. Solo he conseguido alejarme del resto del mundo, hundirme en el barro de mis lágrimas.

La culpabilidad ha sido uno de los sentimientos más recurrentes, quizás si hubiese actuado de otra forma, si hubiésemos tenido una conversación civilizada... Quizás, solo quizás, podríamos haber solucionado lo que sea que se rompió. Pero si él no estaba dispuesto a luchar, yo tampoco iba a hacerlo. Lo que no sabía entonces era que al renunciar a él, también me perdía a mí. La Ana que lo miraba como si no existiera nadie más el en mundo, la que sonreía cada vez que escuchaba sus carcajadas; esa persona ya no existe. Se fue con él, con nosotros.

Yo me quedé con su estela y él con mi corazón, no me parece un trato muy justo. ¿Es que acaso la vida es justa? ¿El amor lo es?

Amar es un juego de azar con el que puedes ganar o perder todo en cuestión de minutos. Pensaba que con él había ganado, pero lo que nunca me contaron es que tras una victoria, la derrota sigue siendo una opción.

Miro su lado de la cama vacío, extiendo la mano y acaricio las sábanas que ya no tienen su olor.

«¿Por qué tuviste que hacerlo así? ¿Por qué no luchaste a mi lado? ¿Por qué te alejaste de mí?»

Golpeo el colchón con fuerza y desesperación mientras las lágrimas humedecen mi rostro.

Lo odio. Odio no poder olvidar el sonido de su voz. Odio reír al recordar sus bromas sin gracia. Odio mi incapacidad para eliminar su mapa de lunares de mi mente, sus ojos, su boca, sus caricias e infinita paciencia. Odio su risa capaz de iluminar hasta el día más oscuro, su pelo desordenado en las mañanas y manía de poner la leche antes de los cereales.

—¿¡Por qué!? —grito llorando. 

Odio que tirase la toalla. Odio no poder sacarlo de mi mente. Odio seguir llorando y continuar sintiendo este vacío. Odio seguir queriéndolo, pero sobre todo, odio no poder odiarlo.

Lo he intentado con todas mis fuerzas. He procurado centrarme únicamente en las cosas malas vividas a su lado, pero ni así he logrado despertar ese sentimiento dañino.

—¡Mierda! ¡Ana! ¡Para!

Los brazos protectores de mi hermano me rodean por la espalda y tratan de alejarme de mi improvisado saco de boxeo, pero sigo dando golpes al aire. Loca, desquiciada.

—Ana... —susurra fortaleciendo el agarre, inmovilizándome. Ni siquiera sabía que estaba aquí. 

—¿Por qué? —Mi voz se pierde en el llanto profundo que no he podido reprimir.

Noto sus músculos tensos. Por lo que lo conozco sus ganas de ir a partirle la cara a Levi no hacen más que aumentar. 

—Me merecía más. Merecía una explicación. 

—Lo sé, pequeña... Lo sé. —Besa mi cabeza.

El sonido de mi dolor amortiguado por sus palabras de alivio desciende hasta desaparecer. La opresión en el pecho es ligeramente menor, pero el abrazo de mi hermano sigue siendo tan contundente que siento que nada podría derrumbarme. 

Cuando ve que estoy un poco más calmada, se sienta en la cama conmigo.

—¿Qué pasó?

Es una orden, más que una pregunta. Lleva semanas intentando contactar conmigo y la única respuesta que ha recibido fue un simple «Necesito tiempo, ya te lo contaré todo».

—No lo sé —confieso rota.

—Ana... Aunque hace mucho que dejaste de ser una niña, siempre serás mi pequeña. ¡Soy tu hermano mayor, joder! Se supone que mi misión es protegerte y lo único que he hecho en estas dos semanas es escucharte llorar. Déjame hacerlo bien. Déjame ayudarte. —Limpia la última lágrima de mi mejilla—. Por favor.

Puedo ver, en la desesperación reflejada en sus ojos, cómo esta situación está afectándole también.

—Levi y yo ya no estamos juntos.

Lo digo tan bajo que creo que nadie más que yo lo ha escuchado. Mis dedos juegan nerviosos y la mirada de mi hermano hace que me sienta tan expuesta como cuando rompía algo de pequeña y me pillaba.

—¿Qué te hizo ese capullo?

—Isan —advierto muy seria.

Rueda los ojos, pero no se retracta.

—No me hizo nada, ese es el problema. Todo iba bien hasta que de repente...
 

Cuando entro en casa el olor a menta inunda mis fosas nasales. Una sonrisa se forma en mis labios al recordar lo sucedido anoche. El frescor de sus besos sobre mi cálida piel hace que algo en mí vuelva a encenderse. Dejo el bolso colgado en el recibidor y tras descalzarme entro en nuestro pequeño, pero cómodo, apartamento. La limpieza es el punto fuerte de ambos, por lo que encontrarlo todo perfectamente ordenado es la normalidad de nuestra casa.




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