Con cada escalón que subo siento más lejos el peso de su fantasma. Tomo aire, con la esperanza de borrar su recuerdo de mi mente, y espero paciente frente a la maciza puerta negra de madera.
—¡Ana! —saluda emocionada mi cuñada.
Las sutiles ondas de su cabello le caen por los hombros mientras sus ojos caramelo me miran directa al alma. La calidez siempre ha sido uno de sus puntos fuertes, junto a la persistencia, alegría y energía. Sus brazos rodean mi cuerpo, uniéndonos en un abrazo reconfortante que logra hacerme sonreír por unos segundos.
—Voy a morir asfixiada.
—No te quejes y aguanta un ratito más así, por favor. —Es entonces, en ese por favor susurrado con tristeza, cuando entiendo que esto no es solo por mí.
Asiento fortaleciendo nuestro vínculo. Esto es exactamente lo que necesito y algo me dice que ella también. Su sonrisa no es genuina, sus rizos están ligeramente despeinados y las pequeñas bolsas debajo de sus ojos hacen que entienda que algo va mal.
—Jen, ¿qué...?
—Ana —Su voz logra romper el ambiente que se había creado entre nosotras. La morena limpia disimuladamente la lágrima que había comenzado a rodar por su mejilla y da un paso hacia atrás para recomponerse mientras saludo a mi hermano.
Esta casa se siente como un hogar. La energía de quienes viven aquí la han convertido en un lugar de paz, alegría y armonía en el que los problemas no tienen cabida.
Isan y Jen se mueven en sincronía, como si realmente estuvieran hechos el uno para el otro. Mi hermano le susurra un par de palabras, logrando sacarle una sonrisa que parece borrar la tristeza de golpe. Aparto la mirada un segundo de ellos para darles más privacidad. Mis ojos escanean la estancia con disimulo. Hay algo que está logrando ponerme los pelos de punta. Lo encuentro. Mi corazón da un vuelvo, un mortal de trescientos sesenta grados. Sus ojos verdes están clavados en la botella del mismo color que sostiene mientras se tira del pelo con desesperación.
Parece que ninguno está en su mejor momento. No entiendo por qué, pero eso logra disminuir el peso que siento sobre los hombros.
—¿Una cerveza?
—¿Estás incitando a tu hermana menor a beber? ¡Qué vergüenza!
—Los dos sabemos que nunca he sido la mejor influencia.
Agarro el botellín que me tiende con una ligera sonrisa. En realidad siempre ha sido una gran influencia, mi referente.
—Las cosas no están muy bien por aquí, ¿no?
Niega en un lento movimiento.
—¿Qué ha pasado? —pregunto mirando hacia el pasillo por el que se ha ido Jen. —Solo te diré que necesita una amiga, alguien con quien desahogarse que no sea yo. Sé que está peor de lo que me deja ver.
—¿¡Por qué no me lo has dicho antes!? —le regaño en un susurro para asegurarme de que no nos oye.
—No me correspondía a mí decírtelo.
—¿Desde cuándo haces lo correcto?
Rueda los ojos con fastidio, pero su semblante cambia en cuanto mira hacia su chica que se acerca con la misma sonrisa de siempre. Es una experta cuando se trata de aparentar. Aunque eso le hace más mal que bien.
—Desde que la conocí —susurra abrazándola de la cintura.
—¿Cotilleando? ¡Eso es cosa mía! —bromea entre risas sentándose en el regazo del rubio que la mira como si no existiera otra persona en el mundo.
—He aprendido de la mejor.
Sus labios se unen en un beso cariñoso que crea una nueva herida en mi corazón. Desvío la mirada y vuelvo al moreno que parece estar tan inmerso en sus pensamientos que no se ha percatado de mi presencia.
—¿Por qué no me dijiste que estaría aquí?
—Porque no habrías venido, y ambos se necesitan en este momento.
Sin dar explicaciones, dejo a la pareja de enamorados terminando de preparar la cena y me dirijo a la terraza.
Su pelo está mucho más largo que la última vez que lo vi, pero no demasiado. Los mechones oscuros le caen desordenados por la frente mientras una batalla de sentimientos se refleja en su mirada. No sé si es su pierna que danza arriba y abajo, el desorden de su pelo causado por las múltiples veces que se habrá pasado la mano por ahí o el semblante de hielo que porta; pero, en cuanto lo veo sé que está tan en la mierda como el resto.
En silencio, me acerco al chico que un día fue un hermano para mí. Dejo mi cerveza en la mesa y me siento a su lado.
—No esperaba verte.
Su voz no es cálida como recordaba. Desde el accidente Isan me dijo que había cambiado. Se encerró tanto en si mismo que no me permitió ver si era cierto. Quizás acercarme a la única persona que ha sido capaz de hacerme tanto daño como Levi no es la mejor idea. Sin embargo, no puedo evitar hacerlo.
Es la primera vez que temo entrar en un hospital. Una parte de mi quiere correr escaleras arriba y asegurarse de que todos están bien, pero la otra —cobarde y egoísta— prefiere esperar a que llegue Isan y afrontar la situación acompañada.
Decido hacerle caso a la primera.
El corazón me golpea las costillas tan fuerte que tengo que parar un segundo antes de acercarme al joven, de pelo oscuro y cara magullada, que parece estar perdido en sus pensamientos.
Los múltiples cortes que se reparten por su cuerpo hacen que se construya un grito en mi garganta. Los hematomas son algo que daba por hecho, pero los puntos en el abdomen me dejan sin aliento.
Las busco por la estancia sin suerte. Por favor, que no sea lo que estoy pensando. No puede estar pasando. Ellas están bien, tienen que estarlo.
Sus ojos chocan con los míos y las lágrimas buscan su vía de escape. Corro a sus brazos desesperada, asustada, aliviada.
—Pensaba que... —Mi voz se quiebra y no puedo hacer nada por retener el llanto sin control.
—Estoy bien —dice enterrando su cabeza en mi cuello, abrazándome con más fuerza.
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Editado: 28.03.2022