Su mirada logra romper la frágil estabilidad que llevaba semanas construyendo, pero el dolor que veo reflejado en ella es lo que termina de destruirme. La belleza tropical que tiene a su lado me mira desconcertada, intentando encontrar una razón lógica por la que su acompañante la ha dejado sola e intenta llegar a mí. Casi puedo sentir lástima por el espectáculo que está presenciando.
La escena transcurre a cámara lenta, con una tranquilidad escalofriante. Mientras el mundo sigue girando y las estrellas implosionando, mi vida se detiene por completo. Lo observo sortear los múltiples cuerpos que se interponen entre nosotros mientras la desesperación de sus ojos intenta retenerme en mi sitio. Sin embargo, mi cuerpo toma las riendas de la situación. La coordinación desaparece cuando retrocedo un par de pasos.
Cierro los ojos preparada para el golpe, pero un brazo robusta frena la caída.
—Hija, ¿estás bien?
—S-sí.
Los ojos de Antonio se percatan de las lágrimas reprimidas que estoy a punto de derramar.
—Gracias por todo —susurra antes de dejarme ir.
Sé lo importante que es para él que Levi esté aquí. Supongo que debería aprovechar para decirle que no he tenido nada que ver en que se haya presenciado en la fiesta, pero no puedo. El nudo de mi garganta se vuelve más grande con el tinte de despedida que tiñe sus palabras. Asiento, incapaz de decir nada más y salgo de la estancia abarrotada de ojos que nos escrutan sin vergüenza. Atravieso las puertas de cristal que guían hasta el jardín y avanzo sin mirar atrás. Necesito desaparecer de aquí lo antes posible.
El aire no entra en mis pulmones, el corazón no late y mi mente ha dejado de funcionar con normalidad. De todos los escenarios posibles que me habían torturado durante días; de todas las realidades con las que podría haberme encontrado, esta era la peor. ¿Cómo he podido ser tan ilusa? ¿Por qué iba a salirme algo bien a mí?
Las manos me tiemblan mientras marco el número de Jen. Me urge irme y no pienso esperar a que los tres invitados que han aparcado su coche detrás del mío, cerrándome el paso, los muevan.
—¿Qué ha pasado? —Sabe que mi llamada no es para saludar, es consciente de lo que he venido a hacer y del riesgo que corría viniendo.
No puedo responderle, de hacerlo las lágrimas ganarán la batalla de contención y no podré parar.
—¿Puedes...? —Mi voz se quiebra y se pierde en la nada.
—¡Ana! ¡Espera!
Siento cada célula de mi cuerpo contraerse. Mis músculos se tensan y mi corazón entra en parada. Nunca antes me había dolido tanto el alma.
—¿Ese no es..? —Asiento como si pudiera verme—. En unos minutos estoy ahí.
Guardo como puedo el teléfono en mi bolso. Sigo mi camino por el jardín, hacia la entrada principal, cuando sus palabras vuelven a golpearme.
—Lo siento.
Me detengo en seco. ¿Qué siente? ¿Desaparecer de un día para otro? ¿Haber rehecho su vida? ¿Volver a verme? Escucho el sonido de sus pasos sobre el césped, acercándose. Mi cuerpo reacciona a su cercanía sin necesidad de verlo. Puedo notar la habitual calidez que me embriagaba cada vez que llegaba a casa y lo encontraba cocinando la cena o la seguridad que sentía cuando lo tenía a mi lado
Duele, duele sentir lo mismo cuando sé que nada es igual. Me destroza saber que sigue teniendo ese poder sobre mí. Me aterroriza darme cuenta de que no he logrado superarlo. Sigo enfrascada en la ardua tarea de descifrar el significado del último párrafo que escribió de nuestra historia mientras él comienza una nueva. Podría decirle tantas cosas... pero estoy tan cansada de llorar, de sentirme rota y vacía, que no tengo fuerzas para nada más. Así que, emprendo camino de nuevo.
—¡Espera! —alza la voz para que pueda escucharlo. Río con lágrimas silenciosas corriendo por mis mejillas.
—¿Por qué? —Giro para encararlo tras un breve silencio.
Da un paso hacia mí.
—An yo... —Sus ojos recorren mi cuerpo ansiosos, como si llevaran añorándome tantas semanas como los míos. Me mira como si fuera un oasis en medio del desierto, un espejismo que no sabe si es real o no.
—¿Por qué debería esperar?¿Por qué debería dirigirte la palabra siquiera? —Su silencio responde por él. —Eso creía.
Esto no ha sido una buena idea. No debí ocultarle a María nuestra ruptura, no debí volver a esta casa llena de recuerdos ni debí correr el riesgo de volver a verlo de nuevo. No estaba preparada para que las cosas me explotaran en la cara.
Durante años pensé que era el amor de mi vida, creía que nuestra existencia estaba destinada. Lo he amado como nunca pensé que se pudiera. Con él descubrí que el amor es más que un sentimiento romantizado y explotado por la industria cinematográfica y literaria. El amor es el etéreo significado de la vida, es la bandera sin fronteras que representa al mundo.
—¿Eres feliz? —pregunto con un nudo en la garganta, volviendo a mirarlo. Por muy estúpido que pueda llegar a sonar, aún lo quiero. Su felicidad sigue siendo importante para mí.
Sus ojos se abren sorprendidos y un fugaz reflejo de dolor los cruza cuando escucha mis palabras. Disminuye la distancia que nos separa, pero, por puro instinto, retrocedo. Sé que su cercanía es el abono que mi atormentada mente necesita para que comiencen a florecer las falsas esperanzas. Sus labios amenazan con decir algo pero vuelven a cerrarse. Lo conozco demasiado como para saber que en su mente se ha desatado un caos que no puede controlar. Así que, en lugar de enfrentarse a lo que sea que está pasando, decide guardar silencio y obviar por completo lo que siente.
Asiente con un pesado y poco convincente movimiento de cabeza. Supongo que eso es lo que quería, esa es la respuesta que esperaba. Pero, ¿por qué me duele tanto saberlo? ¿Por qué no puedo simplemente alegrarme por él y seguir con mi vida?
Aunque mis ojos se cristalizan, me obligo a sonreír.
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Editado: 28.03.2022