— ¿Cuál es la diferencia de un rico y un pobre, Mike? ¿Cuál es la diferencia entre moscas hambrientas rondando en la inmundicia y perros gordos, rabiosos y con sarna?
En el pasado, mientras aún era un indigente, tuve un compañero del cual jamás supe su nombre. Era un obsesivo compulsivo que coleccionaba botellas plásticas y de vidrio. A donde quiera que fuera, solo se sentaba, sacaba las botellas de un costal, las clasificaba por color, tamaño, material y aspecto. Una tras otra, con una distancia de un centímetro, las acomodaba con mucho cuidado. Ese era su pasatiempo, y a pesar de que estuviera demente, sus preguntas a veces me ponían a pensar enserio.
— Solo la cubierta. —Contesté aquella vez a su pregunta— La miseria moral está en todos lados.
— Correcto. —Contestó entusiasta— Pero también tienen algo en común, Mike. ¿Sabes qué es?
Pensé con detenimiento la pregunta unos minutos. Se me ocurrieron algunas cosas, pero quería escucharlo a él.
Negué con la cabeza enseguida.
— La muerte. Sin importar posiciones, pestes y cubiertas, la muerte aguarda al final. Es lo único verdadero en esta vida, Mike. Todo lo demás es falso, una ilusión sin límites. Fugaz, efímero e incierto en todos los sentidos.
— Tienes razón, viejo loco. Tienes mucha razón.
Dicho eso, comencé a llorar con el recuerdo de Elizabeth en mi mente.
Hasta esa noche pude decir que mi muerte había sido prolongada, pero para Abdelmoumene Brahim, todo había acabado. Aunque me oponía a la idea de ser parte del plan homicida de Hawkins, la muerte de aquel sujeto sería inevitable. Por lo poco que había conocido en esa noche a Hawkins, pude percatarme que era alguien de quien no se podía huir: implacable, sobrenatural y peligroso si quería serlo. Cada vez que hablaba y me planteaba sus extraños acertijos, mi mente se hacía añicos. No tenía idea de cómo enfrentar a este ser tan, literalmente, increíble.
Por otro lado, ¿quién era Abdelmoumene? ¿Por qué lo quería muerto? Y lo más importante: ¿Por qué quería que yo lo hiciera?
— ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —Preguntó Hawkins divertido.
Solo lo ignoré y continué inmerso en mis pensamientos. ¿En verdad Hawkins hablaba en serio? Presentía que sí.
A pesar de su apariencia de hombre pacífico y tranquilo, tenía un lado oscuro. Podía sentirlo. Debía ser tan sanguinario como la enorme sonrisa malévola que esbozaba.
— Vamos Mike, anímate. Parece que miraste un fantasma. —Volvió a decirme divertido y sarcástico después de que me quedé un rato en silencio.
Si me había costado mucho asimilar toda la anormalidad de esta situación, y luego me venía con que quería que matara a un hombre, era imposible no estar desconcertado en todos los sentidos.
— No, ¿cómo crees? Los fantasmas no existen. —Exclamé sarcástico y forzando una sonrisa, devolviéndole así el gesto.
— Bien hecho, Mike. Creí que habías muerto del susto. —Contestó entre risas divertidas y tomó lo último de vino de su copa.
— ¿Así que eres un maldito ángel de la muerte, he? —Le pregunté mientras lo miraba fijamente y con mucha seriedad.
— Que estupidez. Los ángeles no existen, mi querido Mike. Solo soy lo que ves.
— ¿Ahora si te molestan los apodos? No sé lo que estoy viendo exactamente, ¿sabes? —Espeté molesto y ansioso luego de terminar el vino de mí copa— De pronto veo a un detective extraño hablando disparates de la muerte. Luego, después de haberme traído aquí de no sé qué forma, veo a un elegante y bien vestido secuestrador que es muy hábil para meterse a donde no lo invitan y quiere que un vagabundo mate a alguien. ¿Qué harás luego conmigo? ¿Culparme y lavarte las manos?
Editado: 24.06.2019