— No puedes estar aquí, sucio ladronzuelo. Lárgate o les diré a los de seguridad que te den una paliza. —Un viejo cascarrabias, de algunos sesenta años de edad, canoso, arrugado y de estatura baja, evitó que entrará a aquel bonito edificio.
— Por tercera vez, ya le mostré las llaves de mi departamento. Déjeme entrar, por favor.
Estaba montando un escándalo con el portero en la entrada de aquel edificio. Yo quería acceder, el evitaba mi paso. Le mostraba las llaves, se ponía más furioso de cómo lo encontré.
Al principio dudé que fuera cierto, que en verdad ese edificio existiera y una habitación fuera para mí. El problema era mi aspecto. Mi barba era larga, densa y descuidada. Mi cabello llegaba un poco más de los hombros: irregular, reseco y canoso. Mi olor era desagradable y mis ropas viejas y rotas en su mayoría. Mi piel estaba extremadamente reseca y había demasiadas llagas, pues evidentemente, la falta de higiene personal había deteriorado mi salud externa.
Toda mi persona gritaba que no era de fiar, pero aquel portero de verdad era muy desagradable y para nada servicial; incluso después de mostrarle que tenía unas llaves que me hacían residente de ahí.
— ¡Ahora verás! —Gruñó el anciano y entró al edificio. Seguramente iba por los guardias de seguridad, pues hasta el cansancio me amenazó con hacerlo.
— Quítenlo de mi vista. —Aquel portero cumplió su amenaza, y de momento ya estaba forcejeando con dos guardias que intentaban someterme.
El portero, con una sonrisa de satisfacción y malicia, comenzó a teclear un numero en su teléfono celular; la policía seguramente.
Después de un forcejeo intenso y violento, los guardias me sometieron contra el suelo, y en el acto, el llavero que me dio Hawkins salió volando hacia la entrada. Comenzaron a golpearme con sus macanas en la espalda. Gemía de dolor mientras maldecía mentalmente a aquellos tipos. Pero luego se detuvieron repentinamente.
Un hombre bien vestido y de buen parecer, salió del edificio junto con unas chicas, que por su vestimenta, seguro eran las encargadas de recepción.
Este hombre vestía un traje formal color azul marino ajustado, camisa blanca y una corbata roja metida entre su saco. Tenía un rostro atractivo que denotaba mucha personalidad: Ojos achinados verdes y expresivos, cejas gruesas y ligeramente arqueadas, nariz triangular puntiaguda y larga, labios finos estrechos y rosados, dentadura perfecta, cabello muy negro y fuerte, y una tez morena clara. Aparentaba mi edad, pero dentro de un traje reluciente y un cuerpo y aspecto bien cuidado, comparado con él, parecía un anciano decrépito.
Aquel hombre miró el llavero en el suelo un segundo, se puso de cuclillas y luego lo recogió.
— ¡Es suficiente! —Dijo con una voz imponente y de autoridad luego de mirarme y ponerse de pie.
Los guardias dejaron de forcejear y lo miraron sorprendidos. El portero irrumpió su llamada al instante con algo de nerviosismo. Las personas que estaban alrededor mirando, comenzaron a dejar de murmurar y a retirarse.
Esperaba mirar a Hawkins en realidad, pero al parecer aquel sujeto iba a salvar mi pellejo por aquella ocasión.
Un guardia se levantó y me soltó, pero el otro permaneció sobre mi espalda aun apretando mi brazo con fuerza en un fuerte y eficaz candado.
— ¿Acaso no escuchaste? —El hombre bien vestido le habló al guardia con sutileza y desafiantemente— Es suficiente.
— Lo siento, señor Wilson. —Respondió el guardia con cierto aire de temor, nerviosismo y me soltó. Luego se puso de pie y firme a lado de su compañero.
— ¡Señor Wilson! —Exclamó el portero sorprendido e inmediatamente su rostro reflejó temor— Justo acabo de llamar a la policía. Él... —Se pauso un instante y trago saliva— intentó entrar... nosotros...
— Señor Gutiérrez, —Su apacible voz y su mirada fija irrumpió la explicación del portero— dígame algo. ¿Cómo debemos de tratar a nuestros clientes?
El portero se mostró confuso mientras fruncía el entrecejo. No contestó. Solo se limitaba a ver a los guardias, mismos que estaban aterrados por la presencia de Wilson, como suplica por ayuda.
— Espero su respuesta, señor Gutiérrez. —Exigió Wilson con una sonrisa amable, pero sin retirar su mirada fija y desafiante.
— El... el cliente es primero. —Contestó entre tartamudeos— Su trato se lleva a cabo con amabilidad, cortesía y respeto. Estamos al pendiente de que sus necesidades sean atendidas eficazmente a través de un servicio de calidad.
— Está en lo cierto, señor Gutiérrez. —Afirmó su aseveración con un gesto de aprobación meciendo la cabeza lentamente hacia abajo y hacia arriba— Entonces dígame, ¿qué hacen maltratando a un cliente?
Editado: 24.06.2019