Will Wilson
— Que desastre. —Le dije molesto a Hawkins mientras cargaba el peso muerto de Michael hacia el asiento frente al escritorio.
Hawkins se levantó del suelo y buscó su fedora, lo limpió con cuidado con unos leves golpes, y luego se lo puso.
— No es para tanto. —Contestó como si en verdad no le importara mientras me miraba.
— ¡Intentó golpearte, Hawkins! —Espeté indignado— Y dices, ¿qué no es para tanto?
— ¿Quieres que te recuerde lo que tu intentaste hacer cuando nos conocimos?
Me quedé un momento serio mientras recordaba el suceso.
— ¡Tu ganas! —Contesté resignado— Pero es diferente. Yo no sabía quién eras en ese entonces.
Comencé a divagar entre mis recuerdos por unos segundos. ¿Cómo olvidar aquel día? Simplemente no era posible.
Cuando conocí a Hawkins, una mañana de invierno por los suburbios de Chicago, intenté asaltarlo sin saber lo que realmente era él y el futuro que me deparaba.
— ¡Dame tu billetera! —Le ordené nervioso y un poco afónico para intentar intimidar a Hawkins.
Recuerdo que ni siquiera se inmutó. Estaba muy apacible, tranquilo y solo observando con ojos piadosos a un pobre vago con hambre y frío.
Tenía un café en la mano y una pequeña caja en la otra. Recuerdo que me miraba con una tranquilidad admirable, todo a pesar de estar bajo amenaza por la enorme y afilada navaja que empuñaba. Era tanta su tranquilidad que comencé a asustarme.
— ¿¡Que estás esperando!? ¿¡No me oíste!? ¡La billetera! —Exigí asustadizo y con la mano temblorosa.
Esa mañana hacía bastante frío, y yo, desabrigado y hambriento, solo fantaseaba por un abrigo y un cálido y espumoso capuchino. Sin dinero y sin hogar, solo podía robar a cualquier infortunado que se atravesara por mi camino.
Y ahí encontré a Hawkins, con su vestimenta de viejo detective vagando por esos lugares solitarios y llenos de basura. Su sonrisa era increíble, pues denotaba absoluta seguridad y no reflejaba ningún gesto de miedo. ¿Acaso era policía o alguna especie de detective privado?
— ¡Apresúrate! —Volví a gritarle.
— Enseguida. —Respondió tranquilo y luego bajó lentamente el café envasado y la caja que traía en la otra.
Pude ver como el café desprendía vapor por el orificio para beber. Tragué fuerte y mojé mis labios con saliva de mi reseca lengua. Pude ver que la caja contenía rosquillas de chocolate, o al menos, eso decía en la cubierta.
Al parecer estaba de suerte. Me quedaría con el dinero, la gabardina y el desayuno del sujeto.
— ¡Lánzala! —Le ordené y estiré la mano.
Obedeció y la lanzó inmediatamente, y luego de tomarla, comencé a buscar desesperadamente por su contenido.
A continuación, luego de mirar que estaba vacía, quedé estupefacto y con un enorme vacío de insatisfacción. Pero, por alguna extraña razón, tampoco había identificaciones, ni tarjetas, ni nada importante. Solo había una pequeña tarjeta color negra y un texto en letras blancas por ambos lados.
La rabia, combinada con una enorme decepción, se apoderó de mí en un instante.
— ¿¡Que mierda es esto!? —Exclamé exasperado y furioso— ¿¡Por qué no hay nada aquí!? ¿¡Quién carajos carga una billetera vacía!?
— Tu acusación es incorrecta. —Contestó de manera apacible mientras metía sus manos a los bolsillos de su oscura gabardina— Hay algo allí.
Con desesperación y confusión, miré la pequeña tarjeta con más detenimiento. Contenía un texto por un lado y una dirección y un nombre por el otro.
Leí el texto enseguida. "¿Y tú que eres? ¿Un hombre imprudente, o un caminante?" No tenía ningún sentido. Al otro lado estaba una dirección: 756 N Milwaukee Ave, Chicago Blue Line. Robert Hawkins.
Furioso, puse la tarjeta en la cartera y se la lancé con fuerza sobre su pecho.
— ¡Estás loco! —Bramé con furia— ¿Eres policía? ¿O un pervertido?
El solo rio entre dientes sin dejar de mirarme.
— Dame tu sombrero. —Le ordené sin más cuando en realidad debí pedir la gabardina— ¡Rápido!
Al instante se lo quitó y lo puso entre su regazo mientras lo observaba con detenimiento.
Editado: 24.06.2019