Sophie expuso ante mi uno de sus más grandes temores que iba en creciente. Me dijo que no se sentía estar hecha para esto, y que tal vez, iba a abandonar el grupo.
Me contó que, cuando recién inició en el grupo, sabía que sería difícil, pero que por la admiración que sentía hacia Jerry, Will y Sara, sentía que podía resistirlo todo. Me dijo que algún día quería tener un poco de lo que poseían ellos: La fortaleza física de Jerry, el carácter duro de Will y la dulzura de Sara.
También me contó que algunos de los reclutas que ya habían firmado el contrato, y que ya no estaban en el grupo, habían confesado ver a Will acabar con grupos criminales, negocios corruptos y sectas religiosas que secuestraban personas.
Por mi parte, solo le dije que debía ser más fuerte; todavía más de lo que se había vuelto. Que si quería tener las fortalezas de aquellos que admiraba, debía resistir cualquier tempestad.
***
<< Esto no es un juego, y comienza desde el ya. >>
Las palabras que Hawkins me dijo me despertaron de mí dormitar. Aquellos sueños inconclusos, inconexos y confusos, se convertían poco a poco en pesadillas, pero lograba despertarme antes de que todo empeorara.
Después de ducharme y darle una repasada a mis manuales de combate, me recosté en uno de los sofás de la sala y puse un viejo filme de Jet Lee donde interpretaba el protagonista en Danny the Dog. Casi invencible, abatía a sus rivales con una furia y una habilidad impresionante.
Desde luego, jamás podría llegar a hacer algo así, en primera por tratarse de un filme; algo planeado de inicio a fin. En segunda, mis condiciones físicas ya no estaban como para siquiera intentar una de aquellas patadas voladoras tan espectaculares y eficientes para dormir a cualquiera. Igual, no estaba de más disfrutar de lo que, a mi punto de vista, era un buen filme.
También recordaba cuando Abdelmoumene se acercó confiadamente hacia mí en aquella alucinación creada por Hawkins. Casi logró quitarme el arma sin hacer un esfuerzo físico considerable. ¿Cómo lo hizo? Ansiaba aprender esa manera tan sutil de pelear sin pelear.
Antes de que el filme terminara, alguien llamó a mi puerta. Solo había cuatro personas que podrían ser: Will, Sara, servicio de comida o de limpieza... o aquellos matones asesinos de Ever Pinkman que habían dado con mi paradero y venían a llenarme de plomo los pulmones. Dos opciones estaban descartadas, pues Will estaba de cacería y Sara se había ido con una parte del grupo a refugiarse a un lugar seguro. Por otro lado, no eran horarios para la limpieza... y tampoco había ordenado nada para comer.
¿Quién sería entonces?
Con cautela, me acerqué despacio a la puerta y miré a través del mirador de cristal de la puerta. Para mi sorpresa, una niña estaba afuera.
— ¿Si? —Pregunté como siempre al abrir la puerta.
Una niña de cabello largo y pelirrojo, piel blanca, pecas en su rostro que combinaban con sus ojos verdes, y que traía puesto un vestido floreado, estaba frente a mí.
— ¿Dulce o truco? —Preguntó luego de sonreírme.
¿Quién rayos era? ¿Qué quería? Iba a preguntárselo, pero luego recordé que Hawkins era un maldito amante de los acertijos y el misterio. Si esto era obra suya y ya estaba alucinando y al punto de entrar en otra de sus pruebas, debía seguir el juego.
— No tengo nada que ofrecer. —Respondí y levanté mis manos en un acto de despojo total.
La niña sonrió minuciosamente.
— Truco será entonces. Sígueme, Mike. Si es que puedes. —Finalizó en forma de reto y salió corriendo escalones abajo.
Sin pensármelo dos veces, cerré el departamento y salí tras ella para no perderla de vista.
Bajamos a toda prisa por los escalones hasta llegar a la planta baja. La niña no se detenía y solo reía divertida, como si de un juego se tratara y yo fuera su perseguidor. Atravesamos toda la planta baja corriendo, ignorando a todos aquellos que nos miraban de forma extraña, si es que a ella si la podían mirar.
Al salir del edificio, corrí dos cuadras tras ella. En verdad era veloz y parecía no cansarse de ninguna manera. Yo si estaba cansado, y si seguíamos así, la iba a perder de vista antes de quedarme sin aliento.
En una contra esquina, luego de que ella girara, a solo escasos cinco metros que me aventajaba, la perdí de vista. Aunque estaba perdiendo la carrera contra su paso, eso era imposible. Había desaparecido, por lo tanto significaba que ya había llegado a mi destino; solo tenía que esperar a que alguien o algo apareciese o pasara.
Por otro lado, estaba sorprendido de mi creciente condición física; hace algunas semanas, siquiera hubiera podido bajar los escalones del edifico antes de desmallarme. Había recuperado la fuerza y la condición de un adulto promedio de manera notoria. El entrenamiento duro estaba dando sus frutos al fin.
Editado: 24.06.2019