Anástasi: El precio de la libertad

Capítulo XXVII

Todos nos vestimos para la ocasión de la gran fiesta, incluso yo, que iba a ser solo el chofer. Will me obligó con su charlatanería de que los hombres hablan con su vestimenta y toda esa mierda.

— Menuda porquería. —Maldecí en voz baja mientras prendía un cigarrillo dentro del auto.

Estaba recargado en el asiento del piloto mientras esperaba la muy lejana señal para largarnos de allí.
Cuerpo a cuerpo, ya estaba listo para cualquier combate; lo había demostrado dándole una paliza a un ex miembro bien entrenado de la CIA. Pero el uso de armas era punto y aparte. Solo sabía lo básico: Cargar algunas armas, quitarle el seguro y disparar a quema ropa. Cualquier idiota sabía eso, pero necesitaba experiencia como ellos. Buena puntería, capacidad de reacción inmediata, técnica para moverme y apuntar, etc. A fin de cuentas, era mejor que solo fuera el chofer. Me imaginaba que así era como comenzaba cualquier asesino, sicario o mafioso... aún si de asuntos del más allá se trataba.

— Buen hombre, ¿me regala un dólar? —Un tipo mal oliente, descalzo y con ropa vieja se acercó a mí.

El tipo estaba hecho un verdadero asco: su rostro estaba mugroso, y por su aspecto tan descuidado, aparentaba unos sesenta años de edad. De manera sonriente, exponiendo sus únicos cinco o seis podridos dientes que tenía, esperaba alguna respuesta.

— Por supuesto. —Contesté, saqué mi billetera y le di diez dólares— No tengo mucho en realidad, pero esto servirá para que te compres la cena. —Contesté amable.

Me hubiera gustado que las personas actuaran así más a menudo: Compadecidos por alguien quien no posee nada sin juzgar, a pesar del aspecto de un posible ladronzuelo y oportunista.

— Gracias. —Sus ojos se iluminaron al contemplar el billete sobre sus manos— Disculpe la molestia, de verdad, ¿pero hay algo más que pueda darme? ¿Por piedad?

Los ojos del tipo volvieron a mirarme suplicantes.
Iba a decir que no, pues la ropa que vestía, el coche que conducía, y todo lo demás, no era mío. Nada en lo absoluto. Aún vivía a cuesta de otros, algo parecido a cuando era un vagando. Pero luego pensé en que si tenía algo que ofrecerle. Algo que no era material y que me hubiera gustado que alguien me lo hubiera dado hace mucho tiempo, cuando era un vagabundo desdichado.

— No tengo nada material que pueda ofrecerte, pero si aceptas, puedo escucharte. Si lo deseas, puedes hablar conmigo un momento de lo que quieras. No te conozco ni te juzgo, pero creo que, cuando se vive en condiciones desfavorables, es difícil encontrar a alguien con quien hablar.

No lo creía, estaba completamente convencido. Yo ya había estado en su condición decrepita y mal oliente. Yo ya había sido rechazado de todas la maneras posibles en busca cualquier compañía.
Por un momento, el tipo sonrió, se agazapó y rascó su larga y reseca cabellera.

— Sí, sí. No sé qué decir. —Aquel sujeto se mostró apenado.

— Bueno, ¿por dónde empezar? —Volvió a reír y se le miró emocionado un instante, pero luego la tristeza se reflejó nuevamente en su rostro.

— Tu nombre. —Pregunté.

— Bob... Bob Taylor. Mis amigos me decían Boby, igual que a los perros hoy en día.

— ¿Tenías amigos?

— Muchos amigos, pero los perdí a todos.

— ¿Qué pasó? —Me mostré interesado. Quería escuchar la razón de porque llegó a las calles.

— Tuve una pelea con mi jefe, y como era rico y con muchos amigos ricos como él, no pude volver a trabajar en la construcción. La construcción era mi vida. Mis amigos decían que nací para eso.

Esa historia se me hacía familiar.

— ¿Que pasó entonces? — Pregunté luego de que el tipo observara una obra de construcción que estaba a media cuadra de nosotros casi por un minuto. Se le miraba profundamente triste.

— Mi esposa me dejó y se llevó a mis hijos. Eso fue muy triste y comencé a tomar mucho alcohol. Perdí mi casa y todos me dejaron. Y ahora estoy aquí, mendigando por un poco de pan y alcohol barato para ahogar mis penas.

— ¿Qué piensas hacer al respecto?

— Quiero volver a trabajar algún día —Un rostro de alegría y esperanza se pintó en el rostro— Si quieres, puedo darle una buena fachada a tu casa. Puedo hacer una barda o construir una ventana. También puedo soldar y hacer trabajos de carpintería. Dime que necesitas y yo te ayudo.



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En el texto hay: accion, suspenso, venganza

Editado: 24.06.2019

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