Extrañamente me siento feliz, hace un mes que Nasty planeó mi reencuentro con Gonza, lo que salió bien, al menos hasta que Matías intentó matarla, gracias a lo que me reencontré también con Ema, quien reaccionó bien con mi regreso. Probablemente sea porque en ese momento su chica estaba muriendo, pero con los días sigue todo bien.
Dos días después de eso me reuní con mis padres y Santi, él se lo tomó re bien y se puso feliz de que esté de vuelta, mis padres también se alegraron de verme, lo que no aceptaron es que me hubiera casado con una bruja y que cuidara a otra.
Así que para mis padres sigo muerto y para mis hermanos no.
Tuve una plática con estos últimos hace dos fines de semana y los mayores me reprocharon no haber aparecido antes, tal vez porque ellos ya habían superado la crianza que nuestros padres les dieron, habían entendido que las brujas buenas sí existen, de hecho ya habían encontrado el amor con una.
Sólo Ema agradeció que no apareciera antes, tal vez las cosas hubieran sido distintas si lo hacía, tal vez mi relación con Guidaí lo hubiera hecho poder aceptar a Anastasia antes.
No lo sé, ni lo sabré nunca, sólo sé que ahora no importa, los cuatro estamos juntos e intentando ser felices.
Anastasia ya se recuperó totalmente, no le quedó ni una sola cicatriz, por suerte, de todos modos costó mucho que Guidaí la dejara volver al liceo, lo que en parte era bueno porque en las tardes hacía la tarea con Ema y la convivencia les ha acercado mucho.
Ellos aún no están bien, él hace todo lo posible por ganársela nuevamente y día tras día va avanzando, consiguiendo destruir el muro que los separa de a poco, para poder tener acceso a ella nuevamente.
Espero algún día las cosas estén bien, como nunca debieron dejar de estarlo, como están las cosas entre mi esposa y yo.
Cómo me gusta usar ese término, mi esposa.
Ahora, por ejemplo, estamos aprovechando que mi hermanito está con Nasty, es el único momento del día donde a nadie le interesa dónde estamos o qué hacemos, especialmente porque el resto del día mi casi cuñada disfruta molestarnos cada vez que nos besamos o incluso si nos miramos, es insufrible.
Todos nos divertimos con sus gritos de que la estamos pervirtiendo o que nos vamos a terminar comiendo si seguimos viéndonos así, es una carcajada constante.
Pero somos un matrimonio, hay que hacer cosas de casados ¿Sino qué chiste?
—¿En qué piensas amor? —No sé por qué ella disfruta tanto delineando mis abdominales con sus dedos ¿Están poco marcados y cree que así se marcarán más? No lo creo, dudo que a ella le importe realmente cuán marcados están.
—En que eres mi esposa.
—¿Recién ahora te das cuenta de eso? —Cuando sonríe así, como lo hace ahora, con todos sus preciosos dientes a la vista y sus ojos brillando de alegría, cuando está así, es cuando estoy seguro de que estoy haciendo bien las cosas— ¿Qué crees que hemos sido los dos últimos meses?
—No lo sé, creo que aún no hemos consumado el matrimonio.
—Eres insaciable —Mientras ella más ríe yo más me siento en el paraíso.
—No es mi culpa —Deslizo mi mano por su sedoso cabello y la sigo bajando por su espalda—, es toda tuya mi Bella Luna.
Siempre que me refiero a ella de ese modo deja de sonreír, su nombre es Guidaí Bilú, traducido literalmente del charrúa es una luna bella y al parecer que le traduzca el nombre no le da gracia, aunque a mí sí, me encanta hacerla enojar, ver en sus ojos la alegría y la picardía, mientras piensa cómo puede vengarse porque la llamo así.
—No me hace gracia —Detiene mi mano antes de que llegue a la parte baja de su espalda, muerde mi mejilla y se levanta, quitándome la sabana.
Al parecer ya no tengo derecho a taparme ni con la sabana, mientras ella puede cubrir todo su hermoso cuerpo con ella.
—¿Por qué te llevas la sabana? ¿A dónde vas? ¿No cuidarás de tu pobre esposo?
—No tengo que cuidarte porque no estás enfermo, además aún no hemos consumado el matrimonio y ya se está haciendo tarde.
—Bueno, pero sigo sin entender por qué te tapas, no creo que puedas ocultar algo que no haya visto ya.
—No dejaré que alguien aparte de mi marido me vea desnuda.
Siempre usando todo lo que digo en mi contra y algunas veces también los que pienso.
Me fulmina con la mirada, entra al pequeño baño de nuestra habitación, se esconde tras la puerta, tira la sabana en el cuarto, provocándome y cierra la puerta.
—Vístete que tú tienes que hacer la cena hoy.