—03—
...c…
Entramos a nuestro dormitorio sin ser vistos. Sienna intentaba ayudar y eso me molesto, sabía que podía ser un hijo de puta la mayor parte del tiempo. Pero cuando se trataba de los que amo. Mi temperamento se descontrolaba.
—Tenemos que cambiarlo. —Félix dijo soltándolo en la cama.
Helena se acercó con un pantalón de pijama y una sudadera.
—¿Quién va a cambiarlo?
Félix y yo nos miramos un segundo antes de dar un paso atrás.
—No pueden ser más idiotas —farfulló—. ¿Creen que mi hermano querría que lo mirara desnudo?
—Es tu hermano. —Félix se encogió de hombros.
—Tú lo harás —lanzó la ropa hacia mí.
Tuvimos una batalla de miradas por unos segundos hasta que me di por vencido. Demasiado cansado para seguir peleando. Ellos dos se entretuvieron alejados de mí, mientras retiraba toda la ropa de Enzo. Nunca pensé que podríamos ser más cercanos. Luego de luchar para ponerle ropa seca, tomé la mojada y la lancé al cesto de ropa reconociendo la chaqueta de Sienna entre estas.
—Voy a dejarlos. —Félix anunció.
—Gracias. —Helena murmuró con una sonrisa sincera. Él la miró un momento, sorprendido de que ella le hubiera vuelto a sonreír.
—Es raro que no hablen —dije cuando ya se había ido.
—Sigo molesta con él por lo del Aureum.
Negué divertido, aparté la vista de ella y la dirigí a Enzo.
—Algo malo debió suceder —susurró como si el pudiera escucharnos.
—Tiene que ver con su actitud reciente ¿no? Dudo que solo se trate del tío Charlie, debe haber algo más ¿no crees?
—Si —suspiró con tristeza—. Pero no va a decirlo, al menos no a mí.
“Te diré que estoy jodidamente perdido y que tengo mucho odio dentro de mí.”
Sus palabras de ayer por la noche se deslizaron frente a mí. No estás solo, Enzo. Pero eso no cambiaba lo que él sentía. Miré a Helena, quien mantenía sus ojos en su hermano con melancolía. ¿Debería decirle? No. Eso le correspondía a él.
—Hablare con él —dije después de un prolongado silencio—. No prometo que vaya a rehabilitarlo, pero tratare de que me escuche y que hable contigo.
Lena me sonrió agradecida y recargó su cabeza en mi hombro.
—No sé porque le cuesta tanto. —Frunció el ceño—. Tenemos confianza. Al menos yo se la tengo, me gustaría que fuera igual para él.
—Lo sé.
Rodeé sus hombros y besé el costado de su cabeza.
—Vendré por la mañana —habló luego de un rato en el que permanecimos mirando a Enzo dormir—. Cualquier cosa, tienes que llamarme.
Al estar solo, me permití meditar la situación, si la razón por la que Enzo lo hizo de nuevo es porque se sintió perdido. Temía que volviera a descontrolarse y no sabía si esta vez podría salvarlo.
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10 de enero de 2005, Londres, Inglaterra.
—¿Estás segura que no llegó a dormir?
Marqué el número de Francis en el móvil.
—Segura. —Helena contestó con un ligero temblor—. Estuve despierta hasta muy tarde y cuando lo busqué en la mañana, su cama estaba hecha. No debían ser más de las siete de la mañana, tú sabes que él no despierta temprano en vacaciones.
—Hannover —saludaron al otro lado de la línea—. ¿A qué debo el honor?
—¿Enzo está contigo?
—No. Estoy en Nueva York ¿recuerdas?
Carajo, había olvidado eso.
—Bien. —Intentó decir algo, pero corté la llamada.
—No tengo idea de con quien está —resoplé tirando el móvil sobre la mesa.
—No es que tenga muchos amigos, además de los que tenemos en común, solo puedo pensar en el desagradable de Owen.
Su comentario activo una alarma en mi cerebro. El móvil sobre la mesa comenzó a vibrar mostrando el nombre de Hades.
—Hey —saludé.
—No te daré largas. Fredrick llamo, dice que acaba de toparse con Enzo en Libertine, luce mal. Según Fred, Enzo parece más que ebrio.
Helena me miró impaciente. «Maldito Enzo, deja de hacer estas cosas.»
—Gracias. Voy para allá.
Caminé al armario en busca de ropa.
—¿Quién era? —Mi prima interrogó siguiéndome—. ¿Era él?
—No.
—Entonces dime.
Terminé de colocarme pantalones oscuros y la miré rápidamente antes de tomar una camisa.
—Se donde esta, iré por él.
—Voy contigo —determinó—. ¿Dónde está?