Anatema

Las mismas palabras.

—12—

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Cerré la puerta detrás de mí con descuido, mi cabeza punzaba y el sentimiento de estar cayendo, me inundó. No, no, por favor. Sostuve mi cabeza intentando alejar las voces frías y las suplicas llenas de dolor. Miré al frente, notando como la neblina oscura y las sombras comenzaron a dominar mi vista. No, no. No quiero. Di un par de pasos y caí de rodillas, el dolor apenas filtrándose por mi cuerpo. Cerré mis ojos intentando desparecer la neblina, pero ya era tarde.

—Tengo miedo, Cael. —Lyra gimoteó.

Gritos de dolor alcanzaban a llegar a la sala. Ara lloraba a mi lado escondiéndose en mi pecho.

—Vamos arriba —dije tomando a ambas de la mano ocultando el temblor de mi cuerpo.

Dejamos la sala escuchando la lluvia, los truenos y los gritos. La mano de Lyra apretó más en la mía y Ara lloró con fuerza.

—Tranquila, Ara —susurré con suavidad. «No debe escucharnos.»

Subimos las escaleras con rapidez, pero me detuve en seco con el sonido de un fuerte golpe seguido de más lloriqueos. Sostuve a ambas con más fuerza apresurando el paso, no fui a nuestras habitaciones, sino que hice mi camino hasta el tercer piso donde había algunas habitaciones de invitados. «Él nunca va allí.» Entre al último dormitorio cerrando la puerta con cuidado.

—¿Va a encontrarnos? —murmuró Lyra con un hilo de voz.

Mi corazón se apretó y mis ojos queman. Besé la frente de Ara sentándome con ella en la cama. Lyra se acurrucó a mi lado. «No puedes dejarla sola.»

Ignoré mis pensamientos dedicándome a tranquilizar a mis hermanas. Solo Ara se quedó dormida sobre mi regazo y Lyra se mantuvo en silencio con los ojos puestos en la puerta.

«No puedes dejarla sola.»

—Ly —hablé con voz extraña—. Ve al armario.

Ella me miró sin entender, aun con su rostro rojizo. Pero hizo lo que le pedí. Tomé un par de mantas de una cómoda y se las pasé.

—Cuida de Ara, que no despierte. Regresaré por ustedes.

Mi voz tembló con inseguridad.

—¿Cael? —su vocecita me hizo mirarla a los ojos—. ¿Nuestra casa esta embrujada?

Sentí algo romperse dentro de mí.

—Dijiste que es un espectro —murmuró rodeando a Ara con sus brazos—. El que lastima a mamá y a ti.

Una lagrima rebelde se escapó de uno de mis ojos, la desaparecí forzando una sonrisa.

—No dejare que te haga nada, a ninguna de las dos —prometí besando su frente.

—No salgas de aquí hasta que madre o yo vengamos —ordené—. Y si el viene, dile que yo las obligue a esconderse ¿entiendes?

Lyra asintió con miedo y antes de cerrar el armario, vi como ella abrazó a Ara con fervor.

Salí de la habitación con el terror asechándome. Madre había faltado a un compromiso de la corona sin avisar, escuche a Josephine decirle a otra del servicio que la razón era porque madre estaba embarazada. Bajé las escaleras escuchando los gritos y los golpes. «Eres fuerte, la necesitas.» Si en verdad estaba embarazada, esperaba que nunca naciera. Nadie merecí vivir en una familia como la nuestra.

Conforme me acerqué al pasillo, los lamentos y gritos llenos de rabia se hicieron más fuertes e intensos. Sin pensar, abrí la puerta encontrando a mi madre en el suelo con sangre en el rostro y lágrimas mezclándose con esta. «Mami.»

Él se giró con violencia.

—Largo.

Me quedé estático.

—Ya veo que prefieres ver —sonrió con malicia.

Tomó a mamá del brazo y la abofeteó salpicando sangre por la habitación. Ella cayó al piso luciendo menos consciente. Y en un parpadeo, la estaba rodeando con mis brazos escuchando como padre me maldecía. Me tomó de la parte trasera del cuello haciéndome a un lado. Padre alzó una fusta hacia mamá, pero volví a cubrirla y esta vez recibí todos los golpes.

Mamá lloraba con debilidad debajo de mí, mis gritos retumbaban la habitación. No sé cuánto tiempo paso, pero yo permanecí ahí, absorbiendo todo el dolor. Deseando no haber nacido.

—Está bien —Alguien dijo a lo lejos.

Unas caricias en mi espalda amortiguaban el dolor. Ayúdame.

—Caelum. Regresa, por favor.

La oscuridad comenzaba a desvanecerse, pero aun escuchaba los gemidos de dolor y el ruido de los golpes. Me duele, ayúdame.

—Estas a salvo, todo está bien —susurró. Un delicado beso en mi frente.

Abrí los ojos, viendo sombras y escuchando ecos llenos de terror.

—No te vayas —supliqué.

—Nunca.

La neblina desapareció. Enfoqué la vista en la alfombra de mi habitación. Parpadeé un par de veces sintiendo el cuerpo de alguien sosteniéndome. Estaba de rodillas. Volteé encontrándome con Sienna mirándome con preocupación. Sus ojos marrones estaban humedecidos y tristes.




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